Formosa, campo de una batalla simbólica

Por: Julio Burdman

En las disputas de poder, siempre hay un territorio o punto emblemático cuyo control define el resultado del conflicto. Unos quieren conquistar ese punto, otros defenderlo a muerte; puede tratarse de una gran ciudad, un monumento, una plaza o el tablón de una popular. Su valor estratégico puede ser político o económico, pero fundamentalmente está dado por lo simbólico. El fin del Imperio Romano se selló el día en que los bárbaros saquearon Roma: con ese acto, todos se convencieron de que el imperio milenario estaba débil y a punto de ser rematado por cualquier enemigo. La derrota se consumó cuando aquello que parecía imposible se hizo realidad.

Formosa se convirtió, para bien o para mal, en un punto emblemático del peronismo actual. Debería serlo la Ciudad de Buenos Aires, dado que allí están la Plaza de Mayo, el balcón de la Rosada y tantos otros escenarios de la mitología peronista. Pero en la Capital el peronismo siempre pierde, y en Formosa siempre gana. Esa es, probablemente, la razón por la que los antiperonistas convirtieron a Formosa en un blanco de asedio. Es el bastión electoral del interior profundo y relegado, inaccesible para el frente de votantes urbanos y de provincias agropecuarias que hoy se denomina Juntos por el Cambio. Han hecho de Formosa la Roma que debe caer; tal vez, si el bastión cae ya nunca más el peronismo lucirá invencible a nivel nacional.

Se dice que Gildo Insfrán lleva 25 años al frente de la gobernación provincial, y que las elecciones allí no son competitivas. Pero eso no parece ser un problema objetivo. Nadie duda de que Insfrán ganó por amplio margen sus siete elecciones como gobernador, ni de la fuerza del peronismo en esa provincia. En el mundo sobran ejemplos de gobiernos y liderazgos de larga duración, que no son contradictorios con las instituciones democráticas. Merkel se retira este año después de varios períodos consecutivos al frente del gobierno alemán, y su estabilidad en el cargo se convirtió en un símbolo de liderazgo democrático; sabemos también que Estados Unidos se divide entre estados que ganan invariablemente los demócratas o los republicanos, y las hegemonías partidarias locales no son señaladas como antidemocráticas. Son entendidas como representativas de sus electorados. Sin ir tan lejos, el PRO ya va por su cuarta gobernación consecutiva de la Capital, y no tiene intención alguna de perder en el futuro. El voto de Formosa tampoco tiene tanto misterio: es una de las últimas provincias argentinas, fue creada durante el gobierno de Perón en la década del ’50, su economía agropecuaria es restringida y sus habitantes, que se sienten furgón de cola en el tren nacional, se identifican con el partido que los creó y defiende sus intereses ante los gobiernos nacionales. Pero la duración, en el peronismo, se ha convertido en un tema en sí mismo. El problema de los “70 años de peronismo” –un cálculo mal hecho, como sabemos– ha sido geográficamente concentrado en las localidades más pobres de la tercera sección electoral bonaerense, donde hoy domina el kirchnerismo, y en provincias como Formosa, con sus gobernadores caudillescos y reeleccionarios.

Así se entiende mejor el blanco en Formosa que ha hecho la oposición. Sus políticas contra la circulación del coronavirus son más duras que en el resto del país, es cierto, pero dan resultados. Y no son tan distintas de las que se han aplicado en otros territorios y países que tuvieron cierto éxito en la lucha contra la pandemia. Siguen una lógica bien formoseña: el temor a que el virus llegue desde la extensa frontera con Paraguay, o a estar demasiado lejos de Buenos Aires –si el menguado sistema de salud formoseño colapsase, los hospitales y sanatorios del AMBA no lucen como una opción–, los pone a la defensiva. Pero el foco en Formosa es un asunto político. Y en ese marco, la soledad de Formosa luce doble por momentos. La provincia tiene a todo el arco opositor con los tapones de punta, y pocos defensores desde la coalición de los propios. Ahí asoma un problema de índole mayor, que Juntos por el Cambio y otros enemigos del peronismo están sabiendo aprovechar: hay un sector relevante del oficialismo que tampoco se siente cómodo con Insfrán y los gobernadores reeleccionarios del interior justicialista. Muchos sueñan con un neoperonismo más progresista y metropolitano, en condiciones de prescindir de los caudillos provinciales; miran para otro lado, o defienden con tibieza al bastión, hasta mostrando una disposición a soltarle las manos. Esa prescindencia del propio punto emblemático sería como un tiro en el pie, porque es inconcebible un frente peronista triunfante sin los Insfranes adentro.  «   

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