La especialista en Corea del Norte cuenta cómo es la vida en el país asiático, las implicancias globales del desarrollo nuclear, las relaciones con el vecino del sur y con los Estados Unidos.
–¿Cómo se le dio por ocuparse de Corea del Norte?
–Trabajaba como periodista, y al principio era pura curiosidad. En 2006 Corea del Norte había hecho su primera prueba nuclear y la cosa estaba como tema en 2008 cuando yo estaba en Crítica. Acá no se hablaba mucho, lo empecé a seguir como tema raro. La información que había era muy escasa y fue en ese contexto que decidí hacer mi primer viaje, en 2015. Era un viaje a un espacio muy particular pero también se parecía mucho a un viaje en el tiempo, ir a una época que ya no existe, la del comunismo de la Guerra Fría que allí sobrevive.
–¿Es el comunismo?
–Corea del Norte fue un país de la órbita soviética pero siempre con particularidades que la diferenciaron un poco de Europa del Este. El culto a la personalidad fue muy potente y se profundizó aun luego de la época de Stalin. Y también es una dinastía. Tiene rasgos del comunismo, tiene una impronta soviética fuertísima hasta los años ’90 porque la asistencia, la ayuda financiera y el conocimiento eran soviéticos. Hay que pensar que el país deja de ser colonia japonesa cuando termina la guerra y la península se divide a partir de 1950. Comunismo soviético al norte y capitalismo al sur. Es muy difícil separar a los Kim de Corea, no sólo porque es la tercera generación y gobierna desde hace 70 años, sino porque el país se creó con Kim il-Sung. Son una unidad. No estoy de acuerdo en definirla sólo como una dictadura, porque es mucho más que eso. Dictadura da la idea de un grupo que tomó el poder y antes había otra cosa. Y en Corea del Norte no había otra cosa. Había habido una colonia pero no un país. La fundación del país está ligada a los Kim.
–Pero había una nacionalidad, una cultura previas, tienen un idioma, una escritura propia, una identidad particular.
–Antes de los japoneses tenían sus propios reinos, pero con los Kim se crea el país. Una cosa es la civilización y la cultura, y otra el país.
–¿Qué es el concepto Juche, del que habla en su libro?
–Es difícil traducirlo, lo más aproximado es autosuficiencia. Hay una reivindicación de cierta independencia, tanto de la URSS como de China. El país siempre reclamó cierto espacio propio. Autosuficiencia es cierta distancia de las potencias del mundo. El extranjero es percibido en general como una amenaza. Corea del Norte tiene el tamaño de la provincia de Santa Fe pero está rodeada de megapotencias: Rusia, China, Japón y EE UU en Corea del Sur. Juche habla de eso, Corea del Norte es otra cosa. Es comunismo, pero de otra forma.
–En el libro habla de un término, songbun, que remite a clases sociales muy estratificadas.
–Después de la guerra, Kim Il-sung desarrolla un sistema podríamos decir de castas, una división basada sobre todo en las lealtades, tanto sea a Kim como a los que pelearon contra los japoneses y en la guerra de 1950. Las familias más leales fueron localizadas en la capital y están en la cúspide de la pirámide. Los menos confiables fueron localizados en el interior del país, lejos de las costas y las fronteras. Por eso se desarrolló con muchas desigualdades regionales que a la vez son desigualdades sociales. Aunque en los últimos años empezó a surgir un elemento nuevo, los comerciantes, la nueva clase del dinero.
–¿Cuándo surge?
–Después de la hambruna de los años ’90, con el segundo Kim (Kim Jong-il). Kim Jong-un (el actual) promovió reformas que favorecen estos elementos de mercado que explican entre el 30% y el 40 % de la economía norcoreana hoy. Este tercer Kim basa su política en dos patas: el desarrollo económico y el programa nuclear.
–¿Quién inicia el proyecto nuclear?
–Con el segundo Kim, pero Jong-un le da una velocidad que el mundo no esperaba. Y con un desarrollo científico bastante propio.
–¿La razón para este programa es meramente militar?
–En parte sí, pero hoy se percibe que el plan nuclear es lo único que garantiza la supervivencia respecto de las potencias que amenazan su integridad.
–La imagen que se muestra de Kim Jong-un es la de un loco que lidera un régimen con bombas atómicas.
–Es difícil saber cómo es, pero yo creo que no es un loco, y lo digo a partir de cosas que hace. Se trata de una familia que gobierna desde hace 70 años y para mantenerse en el poder en condiciones tan adversas claramente alguna estrategia más o menos exitosa hay. La locura supone que uno no tiene coherencia en sus actos, que es errático. Corea del Norte no es errática. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que hacen, sobre todo en temas como los Derechos Humanos o las libertades, pero tienen una lógica propia, una racionalidad. Kim es muy coherente, no es un loco.
–En todo caso, se lo ve como un ser medio diabólico que asesinó al hermano y a su tío de manera horrorosa.
–Él no era el sucesor natural porque es el menor. El heredero era Kim Jong-nam, asesinado en el aeropuerto de Singapur el año pasado. Algunas fuentes muy confiables coinciden en que estas purgas, ejecuciones, desplazamientos, fueron en la cúpula, no en las jerarquías más bajas. Y eso revela tensiones internas, posibilidades de golpes palaciegos. Lo del tío al parecer tiene que ver con eso. Uno puede horrorizarse por las formas y la decisión, pero es algo que resulta muy aleccionador internamente. Eso ocurrió cuando su liderazgo era nuevo, hoy ya no ocurre.
–Se dice que estudió en Suiza.
–Sí, y tal vez eso lo haya preparado mejor para entender estos tiempos. Una de las cosas que se vio en su entrevista con Donald Trump es que habla inglés, cosa rara en su país.
–Muchos se sorprendieron por esa cumbre.
–Es la primera vez que un presidente de EE UU en funciones se sienta con un Kim. Probablemente Kim sea uno de los líderes del mundo que más entendió o supo leer a Trump y qué botones tocar para que funcione. Probablemente Kim esté trabajando sobre la arrogancia de Trump para conseguir cosas que de otro modo nadie conseguiría. Todos los presidentes previos trataron de evitar esa reunión porque implica un reconocimiento como quiere Corea del Norte, en términos de «somos un país nuclear nosotros también». A mí me parece además que la mejor política con Kim es el diálogo, y en ese sentido me parece muy bien lo que hace el presidente surcoreano, Moon Jae-in.
–Ese diálogo ahora está mediado por la ONU
–Moon tiene unas capacidades diplomáticas asombrosas, porque dialoga con Kim y con Trump y de alguna manera logró que ellos también dialogaran.
–¿Cómo son las relaciones entre ambas Coreas?
–La anterior presidenta (Park Geun-hye, presa por corrupción y opuesta al diálogo con Kim) había suspendido un experimento muy interesante de cooperación directa en la ciudad de Kaesong. Era mano de obra bastante calificada y barata del norte y, mucha tecnología y dinero del sur. Está la posibilidad de reabrirlo. El norte tiene mucha minería, que para el sur es fundamental porque importa todo. Pero todavía están las sanciones internacionales.
–¿Cómo repercutiría un acercamiento? ¿Hubo separación de familias como ocurrió entre las dos Alemanias?
–Ese fue un tema muy sensible, muchas familias quedaron separadas durante la guerra. Pero fue perdiendo consenso la idea de la reunificación a medida que los más viejos se van muriendo y además la diferencia económica es abismal, muy superior a la que había entre las dos Alemanias. El norte no tiene Internet, el interior no está mecanizado y el sur es una de las economías más tecnologizadas.
–¿Cómo es la situación de los DD HH?
–Sigue habiendo campos de reeducación. Ya no son lo que eran con los otros Kim, cuando hubo purgas masivas. Antes eran más parecidos a campos de concentración, ahora se dice que ya no son eso, pero de todas maneras son centros de prisioneros que atentan contra los estándares de DD HH universales.
–Habría que ver qué tan diferentes pueden ser de la cárcel de Guantánamo, por ejemplo.
–Sí, pero en este caso hay más información para trabajar, en Corea del Norte sólo se sabe lo que dicen los que lograron escapar. Son la parte más oscura, la más inaccesible de ese país. «
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