En el Día Mundial de la Poesía, comienza una serie de homenajes al poeta y cuentista que es un embajador de la literatura argentina en todo el mundo. Qué dijo él mismo de su primer libro de poesía y cómo se desdijo.
Aunque cierto presidente creyó que Borges también había escrito novelas, no fue así. Se convirtió en uno de los mayores escritores de todos los tiempos cultivando dos géneros breves: el cuento y la poesía.
Pero fue también un cultor de un subgénero que suele considerarse, a veces, una suerte de apéndice burocrático de un libro, el prólogo, una especie de caprichoso vestíbulo de aclimatación antes de entrar de lleno en la obra o, a veces, un espaldarazo a la misma cuando quien lo firma es una figura conocida.
Borges lo elevó a la categoría de obra de arte, porque los suyos no necesitan del libro que le sigue para justificarse. Si Stanislaw Lem escribió Vacío Perfecto, una serie de reseñas a libros que no existen, los prólogos de Borges han sido publicados de manera independiente de los libros que les dieron origen, tal es su atractivo literario.
Publicado originalmente en 1923, Fervor de Buenos Aires tuvo diversas ediciones sucesivas en distintas casas editoriales. Es curioso observar cómo Borges ve en el prólogo de la edición realizada en 1969 al joven que había sido en el 23, un joven poeta que le canta más a la memoria de una ciudad que a la ciudad misma, dado que acababa de llegar de Europa con su familia luego de una larga estadía allí.
Suele decirse que todo regreso es imposible y Borges lo confirma. La Buenos Aires que él había dejado, ya no era la misma. Se puede regresar a un mismo espacio, pero es imposible regresar a un mismo mundo. Él mismo lo dice en uno de los poemas de Fervor de Buenos Aires, “La vuelta”: “Al cabo de los años del destierro /volví a la casa de mi infancia /y todavía me es ajeno su ámbito. / Mis manos han tocado los árboles / como quien acaricia a alguien que duerme / y he repetido antiguos caminos/ como si recordara un verso olvidado (…) ¡Qué caterva de cielos /abarcará entre sus paredes el patio, /cuánto heroico poniente /militará en la hondura de la calle / y cuánta quebradiza luna nueva / infundirá al jardín su ternura, / antes que vuelva a reconocerme la casa/ y de nuevo sea un hábito!
En este, su primer libro cuya edición pagó su padre y la ilustración de tapa fue un dibujo de su hermana Norah, hay apenas un germen de prólogo que es más bien una advertencia “A quien leyere”. En esas breves palabras juveniles se vislumbra ya al Borges maduro que en las entrevistas, con voz dubitativa, y quizá como parte de un personaje creado por él mismo pedía disculpas por su ignorancia: “Si las páginas de este libro contienen algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.”
En la brevedad de estas palabras preliminares ya anuncia la lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda. Con el tiempo dirá preferir la primera sobre la segunda. También establece que la poesía o, quizá, la literatura en general, sea más un descubrimiento que una creación. Los versos felices ya están escritos en algún lado, ya sea en el aire o en un zaguán. El poeta es alguien que se arroga el derecho de su autoría sólo por haberlos encontrado primero.
Borges era entonces un debutante en el campo de literatura y la primera edición de Fervor de Buenos Aires no tuvo un editor, sino una imprenta, Serantes, que cobró por el producto terminado sin intervenir en él. Sin duda, esto puede verse en el resultado de esa edición original a través de erratas y descuidos que, sin embargo, no fueron un impedimento para que ese libro, modesta iniciativa de un poeta novel, se transformara en la piedra fundacional de su literatura.
Lo dice el propio Borges cuando afirma en el prólogo a la edición de 1969 de Fervor de Buenos Aires en la que dice haber mitigado “sus exceso barrocos”, “limado asperezas” y “tachado sensiblerías y vaguedades”. Y agrega: “he sentido que ese muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente el mismo -¿qué significa esencialmente?- que el señor que ahora se resigna y corrige.” Y agrega: “Para mí Fervor de Buenos Aires” prefigura todo lo que haría después”. No son muchos los escritores que se salvan de considerar su primer libro como un “pecado” de juventud. En este sentido y en muchos otros Borges es un escritor especial, aunque luego se contradiga.
En efecto, en una entrevista con Antonio Carrizo realizada en década del 70 dice refiriéndose a su primer libro: “realmente fue el cuarto, porque yo destruí tres libros anteriores que eran aún peores. Mi padre me dijo que no me apresurara a publicar, pero cuando tuve los manuscritos de Fervor de Buenos Aires se los mostré y él me dijo “sin duda yo podría corregirlos porque están llenos de errores, pero no creo que nadie pueda ayudar a nadie, creo que vos tenés que salvarte personalmente. Él no quiso corregir el libro, yo lo publiqué y después de su muerte descubrimos que él tenía un ejemplar que yo le di y que él no comentó, en el cual había composiciones enteras tachadas, adjetivos tachados. Luego yo usé esa edición corregida por él para la reedición que hizo editorial Emecé. Los poemas que él había tachado, los omití. Creo que en ese libro hay un solo poema (bueno) que ya es mucho que haya en un libro un (buen) poema y ese poema está dedicado a Haydée Lange, que era la mujer más linda de Buenos Aires. Claro que nadie conoce a todas las mujeres de Buenos Aires, pero tenía esa fama. El poema se titula “Llaneza” y creo que es el primer poema de veras que yo escribí. Los demás son meros juegos verbales, lejanos reflejos de Lugones.”
En esa entrevista Borges dice haber hecho “algunas trampitas” ya que en las sucesivas ediciones quitó y agregó poemas, incluso alguno escrito cincuenta años después de la edición original.
En la próxima Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Fervor de Buenos Aires ocupará un lugar central. Hoy habrá lecturas y homenajes diversos y durante todo el año se recordará de distintas formas este primer libro publicado de Borges del que dijo con el mismo énfasis ser el germen de la obra que desarrollaría después y también un libro constituido reflejos de Lugones con un solo poema bueno.
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