Es uno de los mejores bateristas de la Argentina. Tocó con todos, pero también es escritor, fanático de las motos y disfruta agasajando amigos con alquimias de bebidas alcohólicas.
Fernando Samalea también fue testigo y partícipe necesario de lo mejor de nuestro rock: grabó y fue parte de las bandas de Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki & The Valderramas, Joaquín Sabina, Draco Cornelius Rosa, Fabiana Cantilo, Daniel Melingo, Willy Crook & Funky Torinos, Calle 13, María Gabriela Epumer e Hilda Lizarazu, entre otros.
También es escritor. En 2015 publicó Qué es un longplay y en 2017, Mientras otros duermen. Luego concluyó su trilogía autobiográfica con Nunca es demasiado: Una larga historia en el rock, de 2019.
-¿Cómo entraste al mundo de Charly?
-El primero que me da la oportunidad fue Andrés Calamaro, que me llevó para grabar su disco Vida cruel, en 1985. Yo era un novato y todo lo que vino después llegó gracias a él. Una noche en el estudio vinieron Charly y Spinetta. Pegamos onda, me invitó a grabar con Fabi Cantilo, y a los pocos meses estábamos en su equipo.
-¿Era un sueño?
-Sí. A los 13 años ya había ido a ver un recital de La Maquina de Hacer Pájaros, después seguí a Serú Girán, fui a ver la presentación de Yendo de la cama al living en Ferro y la de Clics modernos en el Luna Park. Soñaba con tocar con Charly más que tener una banda exitosa. Y el poder del deseo lo hizo posible. Hasta el día de hoy, que pude grabar en La lógica del escorpión.
-¿Qué querías ser de chico?
-Quería ser basurero. Pasaban corriendo, gritando, con chalecos y pelos largos, revoleando bolsas de basura… ¡Me fascinaba! También quise ser veterinario. Pero desde los 9 años empecé a jugar en Platense y me dieron ganas de dedicarme al fútbol. Pero entre al colegio industrial y soñé mucho tiempo con ser arquitecto.
-¿Cómo apareció la música y desplazó todo lo demás?
-Desde los 6 años amo la música. Primero dejé el fútbol porque no podía entrenar en serio y terminar el colegio como corresponde. Y cuando terminé la secundaria ya estaba empezando con las bandas y pronto me llamó Charly. Era imposible pensar en una vida en la facultad de arquitectura y hacer giras al mismo tiempo. Así que elegí a Charly.
-¿En qué posición jugabas al fútbol?
– Era 7, wing derecho, delantero. Era muy rápido, me gustaba patear los córner, tirar centros para que el 9 defina. Siempre en cancha de 11, me gusta porque es más físico, pero a la vez más ajedrecístico que en una cancha chica. Me gusta la estrategia y cómo ganar terreno. En el papi están todos más encima, me gustaba pero el pasto es el pasto
-¿Qué recuerdos tenés de esa época?
-Jamás olvidaré ese momento maravilloso de ir al trote por el túnel, escuchando el ruido de los tapones, salir a la cancha e ir hasta la mitad del campo y saludar a los que nos iban a ver. Eran partidos bravos, jugué el campeonato Evita y a veces se ponía picante.
-¿En serio?
-Sí, el primer partido que jugué me acuerdo que fue en la cancha de San Telmo, en la isla Maciel. Perdimos 2 a 1. Nos tiraron piedras de la tribuna: no les importó que éramos niños de 9 años. Nuestro integridad física no parecía ser un tema de relevancia en aquellos tiempos (risas).
-¿Qué lecturas sentís que te marcaron?
-Me gustaron siempre Stevenson, Julio Verne, Jack London, Emilio Salgari. Recuerdo que en mi casa de chico había una versión infantil de Las mil y una noches. También Bioy Casares, Cortázar, Sabato, Borges.
-¿Todo ficción?
-También algo más metafísico como Allan Kardec, Alejandro Jodorowsky o Allan Watts. Investigué mucho los poetas beatniks, como Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Neal Cassady, y todos ellos. Sam Shepard también me gusta mucho. Mis padres eran muy lectores y me llevaban bastante al teatro, eso también incentivo mi imaginación.
-¿Seguís enganchado con la coctelería?
-Sí. Lo loco es que soy un barman empedernido, a pesar que casi no bebo. Pero me encanta jugar al alquimista. Me gusta prepararle a los amigos.
-¿La moto es otra pasión tuya?
-Es sanador andar en moto. Ir en la ruta tiene una magia única. Tiene algo como de meditación. Te concentrás tanto que entrás en un estado que nada lo iguala. Los atardeceres, los paisajes que te cruzás, el motor debajo tuyo… Son sensaciones únicas.
-¿Cuál es la moto más linda?
-Hay tres tipos, las choperas, onda Harley, que tienen una onda más rockera. Los de las «ninja», qué van más agazapados que son amantes de la velocidad, de chiste decimos que quienes las manejan son corredores frustrados. Y después las que son para los que nos gusta la ruta y las largas distancias. Con la espalda recta para hacer largos tramos. Hace más de una década tengo una BMW GS650: la llamo «La Idílica». Llevo más de 2000 kilómetros recorridos por todo Latinoamérica.
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