Ping pong con Fernando Martín Peña: «Cuando vi Dumbo lloré tan desconsoladamente que me tuvieron que sacar del cine»

Por: Adrián Melo

Es investigador, coleccionista, docente y especialista en el séptimo arte. Su inquebrantable pasión favorece anécdotas y análisis imperdibles.

Entre tantos méritos, el investigador, docente y especialista de cine Fernando Martín Peña puede arrogarse dos: el de ser el principal artífice de la Filmoteca Buenos Aires, única entidad dedicada a la preservación y difusión del cine, y el de ser uno de los fundadores de la Asociación de Patrimonio Audiovisual, que rescató más de 300 películas argentinas que corrían riesgo de perderse. Su personalidad tiene la rara cualidad de reunir prestigio y popularidad. Esto último a partir de su paso por la televisión en el ciclo Filmoteca que emitió por largos años la Televisión Pública y de ser el programador del cine del Malba.  

-¿Cuál es la primera película que viste en el cine?

-No recuerdo si es la primera, no debe serlo porque ya tenía cuatro años y seguro que yo fui al cine antes y se me mezclan con otros recuerdos tempranos que tengo. Pero una que me acuerdo siempre es Dumbo. Cuando vi Dumbo lloré tan desconsoladamente que me tuvieron que sacar del cine y no la terminé de ver. Me puse a llorar cuando la madre saca la trompa para defender a su hijo y los humanos del circo los terminan separando. Nunca la terminé de ver y no dejé que nadie me contara el final hasta el día de hoy. Espero que Dumbo se salve y termine con su madre (risas).

-¿Cuál fue la primera película que coleccionaste?

-Dos cortos mudos del Gato Félix. El Gato Félix auténtico, el de los ’20, que era mudo siempre. Después yo tenía un par de cortos de Disney que eran copias mudas de películas sonoras.

-¿A qué películas les cambiarías el final?

-A Entrevista con el vampiro (Jordan, 1994). Para mí el vampiro que interpreta Tom Cruise tiene que seguir bien muerto. No puede ser que resucite en la última escena. Otra película a la cual le cambiaría el final es El abismo (James Cameron, 1989). Está todo fantástico hasta que al protagonista lo tiran justamente al abismo. Rescata a sus amigos, pero cuando todo el mundo sabe que está tragando agua aparecen esos extraterrestres que lo agarran del cogote y lo salvan sacándolo a la superficie. Eso es imposible. Déjenlo en el abismo y que muera (risas).

-¿Un lugar utópico de la ficción cinematográfica donde te gustaría vivir?

-No sé. Las películas de ciencia ficción siempre son distopías, nunca son lugares felices. Son una cagada. Me gustaría vivir en cualquier sociedad que tenga una filmoteca para poder laburar tranquilo. Para mi eso es una utopía. No me importa si es Londres, Nueva York o donde sea. 

-¿Dos épocas felices de la historia del cine?

-La del cine mudo en general, la década del ’20 no se puede comparar con ningún momento de la comedia cinematográfica. Otro momento feliz fue en el ’49, cuando Hugo del Carril se pone a dirigir. La primera película de Hugo del Carril, Historia del 900, es de una energía fabulosa y todo su cine es increíble. Y me parece feliz porque nadie daba dos mangos. Era un tipo que cantaba tangos. Nadie esperaba que llegara a ser uno de los tres grandes directores del cine argentino. Me encanta ver su ópera prima porque es como si él dijera “me parece que esto lo puedo hacer”. ¡Es buenísimo!

-¿Dos épocas tristes de la historia del cine?

-El cine nazi fue espantoso. Fue un momento triste porque fue un momento triste para la humanidad. Pero después que viene el cine de la Alemania de la reconstrucción hasta que aparece el nuevo cine alemán de fines de los ’50 todo es una porquería. Es casi imposible encontrar una película buena. Es la basura más grande que se ha filmado en la historia. Lo mismo pasa con la producción del realismo soviético, aunque no todo. Hay que estudiarlo, pero, por favor, pasemos por otro lado.

-¿Alguna vez que te hayas sorprendido muchísimo con un hallazgo en celuloide?

-Con Fabio Manes compramos un paquete de películas en nueve y medio. Que nos encanta, es un formato que amo. Vimos un par de películas en su casa, me dio todo para que yo lo guarde en la filmoteca.  Yo siempre reviso antes de guardar. Y una de las películas que apareció ahí fue El herrero, de Buster Keaton, pero con cinco minutos completamente diferentes a la versión convencional de 1922. Eso no es algo que uno esté buscando. Ni siquiera sabía que existía. Me gusta más la versión que originalmente estaba en nueve y medio.

-¿Cómo encontraste La luna de miel de Inés, el primer corto de Eva Duarte?

-Era de una familia que se apellidaba Larroca. Yo no tenía idea que existía. Sabía que Evita había filmado un par de cosas antes de los largometrajes, pero no sabía de qué se trataba. Pero los Larroca lo habían encontrado y eso siempre fue parte del acervo familiar, siempre supieron que era un material vinculado con Evita que tenía el padre y ellos nunca supieron por qué. Ellos eran muy amigos de Caloi, y se lo llevaron a Caloi y a su esposa María Verónica Ramírez para que identificaran qué era. Justo sucedió la enfermedad del Negro y pasaron varios años hasta que María me alcanzó el material. Cuando lo vi lo principal era arreglarlo porque estaba dividido en tres o cuatro rollos. Fue fantástico verla a Evita haciendo todo lo contrario de lo que ella después fue. Haciendo de esposa sometida y felizmente sometida. Daría la sensación entre ese personaje que ella hace ahí y el de La pródiga está todo lo que Evita quiso y no quiso ser. Es muy loco que el cine pueda representar eso.

-¿Cuál es la mejor película del cine político argentino?

-Ahí no hay dudas: Los traidores, de Raymundo Gleyzer. No se entiende cómo Gleyzer se puso a dirigir actores por primera vez y le salió tan bien. Tampoco se entiende el hallazgo que tuvo con el protagonista que hace de sindicalista. Lo vi en otras pocas películas, siempre en papeles menores. En una es el jefe de los Superagentes. ¡Es Barreda y volvió a traicionar otra vez! (risas) Antes había trabajado en El protegido de Torres Nilson.  Y está en otros papeles menores de películas argentinas de los ’70.

Ping pong con Fernando Martín Peña

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