Apuntes sobre Criaturas fenomenales (Marea Editorial), un libro compilado por María Angulo Egea y Marcela Aguilar Guzmán que muestra la vastedad y riqueza de una escritura cimentada por mujeres que se entrelazan, que desafían fronteras, que enorgullecen.
Pareciera un mosaico de historias inconexas, equidistantes en tiempo y geografía. Pero no. Se trata de algunas de las crónicas contenidas en Criaturas fenomenales (Marea Editorial), un libro compilado por María Angulo Egea y Marcela Aguilar Guzmán que muestra la vastedad y riqueza de una escritura cimentada por mujeres que se entrelazan, que desafían fronteras, que enorgullecen, porque si bien la redacción es un ejercicio solitario, el resultado de ese trabajo se inscribe en un tiempo, en una generación que abona a la esperanza y que, por suerte y por esfuerzo, siempre está en construcción.
Aquí encontramos a una veintena de autoras que nos llevan a recorrer (descubrir) una región latinoamericana y caribeña con identidad propia, que construyen una obra colectiva que no deja de sorprender por la selección de los temas (que siempre es un acto político en sí mismo) y por su calidad narrativa. La mirada y la voz.
Hay testimonios y reflexiones sobre los cuidados en México (el trabajo no pago) y las trabajadoras del hogar en Perú (el trabajo mal pago). El complejo (¿cuándo no?) vínculo entre una madre y una hija colombianas. Las imposiciones estéticas que padecen las mujeres panameñas. Las vicisitudes de una community manager y una cazadora de premios chilenas. También las particularidades del vudú dominicano.
Están, también, las violencias omnipresentes. Las represiones y humillaciones a las y los detenidos en Cuba. El «desangradero» que es El Salvador. Una violación grupal en Bolivia. Las luchas de empleadas domésticas en un rico barrio privado de Buenos Aires.
Y la esperanza: el arte de las tejedoras paraguayas, las convicciones de una líder ambientalista en Guatemala.
Las compiladoras ordenaron un recorte de autoras hispanoamericanas nacidas a partir de 1980. Ángeles Alemandi es la representante argentina, pero en la lista local se pueden sumar la colombiana Margarita García Robayo y la uruguaya Ana Fornaro, radicadas hace años en Buenos Aires.
La migración como elemento distintivo a veces evidente, a veces no tanto, pero siempre transformador.
A ellas y al resto de las autoras, Angulo y Guzmán las ubican como algunas de las nuevas voces narrativas que cuentan, a través de la escucha y la reflexión, un tiempo presente. «Buscamos plantear nuevas constelaciones y nuevas lecturas que transiten por obras centrales y periféricas», dicen.
La sucesión de paisajes, escenas y rostros confirma que han logrado su cometido. Recuerdan, también, la invisibilización de muchas mujeres en la historia de la literatura y reflexionan sobre los riesgos de «los encuadres femeninos», porque esto va de literatura escrita por mujeres, pero de ninguna manera sólo para mujeres.
Resulta un valioso aporte en tiempos en que el tsunami feminista que disfrutamos los últimos años, y en el que Argentina ha sostenido un papel protagónico, se ha apaciguado para dar paso a los renovados -y violentos- ataques a las luchas de las mujeres, al desprecio y amenazas contra los derechos ganados.
Para algunos (y también algunas), ser feminista pasó de moda. No sorprende, tampoco amilana. Bien sabemos que así son los vaivenes históricos. Nunca ha sido fácil, no tendría por qué serlo ahora.
De ello bastante sabe, y milita, y pelea Gabriela Wiener, la talentosa escritora peruana que, como tantas de nosotras, está cansada del cronistaplaining, de los lugares comunes y los mandatos del género impuestos en gran parte, y como casi todo en el mundo, por varones. «El conocimiento más perecedero, el que hasta ahora me acompaña, por lo menos a mí, es el de haber encontrado algo parecido a mí propio animal extraño, que puede ser siete, ocho, diez especies a la vez, excesivo, sin límites, que vuela junto a otras criaturas fenomenales», dice en el prólogo para dar cuenta de la manera en la que se entreteje el trabajo de tantas cronistas que han (hemos) tenido a Elena Poniatowska, Maruja Torres, María Moreno, Alma Guillermoprieto y Hebe Uhart, por mencionar sólo a algunas de las antecesoras, como maestras muchas veces involuntarias.
Gracias, Wiener, por la necesaria y revolucionaria irreverencia, y a las compiladoras y a las autoras por demostrar que nuestra literatura de no ficción está a buen resguardo.
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