Para el coautor de Brasil autofágico, el presidente amenaza con un golpe para negociar impunidad ante una segura derrota electoral. Aceleración y contención de la crisis y el rol de Lula.
-Jair Bolsonaro aparece como el exponente de la derecha más recalcitrante y como una amenaza de guerra civil en Brasil.
-Hay que separar la dimensión coyuntural y la de largo plazo o estructural. No creo que vaya a haber una guerra civil en Brasil, las manifestaciones de este 7 de septiembre han sido masivas por segundo año consecutivo, pero no hay posibilidad de un golpe de Estado, creo que básicamente porque no le interesa a EE UU, que se posicionó de manera clara en favor de que se respete el resultado de las elecciones. Y no tengo conocimiento de un golpe de Estado en América latina que sea exitoso en contra de EEUU. Cuando eso sucede, lo llamamos revolución (ríe). A mi manera de ver el involucramiento de Bolsonaro con esta agitación tiene mas que ver con la posibilidad de negociar su impunidad personal y la de sus hijos después de las elecciones.
-¿Eso implica que teme una derrota?
-Lo más probable es la derrota, y creo que debe saberlo. Él no va a jugar una carta golpista, un golpe no tiene posibilidad concreta de éxito, sin embargo sí puede movilizar una retórica, una energía en esta dirección, como para decir “mira, yo tengo esa gente atrás”. Un poco para evitar lo que sucedió en Honduras a Juan Orlando Hernández, que deja el gobierno y va a la cárcel en EE UU.
-Pero el martes circulaba información de que grandes sectores dentro de las fuerzas armadas estarían dispuestos a dar un golpe.
-Esa sería una segunda dimensión, más allá de las elecciones. Hay sectores importantes de la sociedad que podríamos denominar el “partido armado”, que incluye al ejército, las policías y también la seguridad privada, que es bastante grande. La policía se está conformando como un actor político importante, y se perciben a si mismos con la misión de salvar al país. Como el último bastión de salvaguarda del desorden, del caos o del comunismo.
-Un cierto mesianismo.
-Podríamos ponerlo así. Y en otra vereda está el cristianismo conservador: los pentecostales, los evangélicos, la Iglesia Universal, el catolicismo conservador, que también movilizan multitudes y se miran a sí mismos como salvadores. Estos dos actores no enfocan la política como un asunto institucional sino más bien como una guerra. Para ellos la elección de Lula puede ser una batalla que se pierde, pero no es la guerra.
-A largo plazo entonces sí vislumbrás un escenario semejante en el único país de América latina que no tuvo una guerra por la independencia ni guerra civil.
-El bolsonarismo es una forma política que corresponde a una dinámica social violenta, de ricos contra pobres, o violencia policial en un Estado que mata a los pobres y a los negros. Pero también es una «sociabilidad concurrencial», de competencia, de unos contra otros. Los que están trabajando contra los que no están trabajando. Históricamente para el capitalismo ha sido necesario tener mediaciones. Lo que hace el neoliberalismo es vaciar estas mediaciones. Entre la dinámica violenta del capital, la reproducción del capital y la reproducción de la vida, hay cada vez menos cosas en el medio. La misma dinámica de la sociedad es una dinámica violenta, conflictiva. En este contexto, Bolsonaro mira esta dinámica y la naturaliza. «Así es la vida, así son las cosas”. En esa dinámica de lucha y competencia uno tiene que estar al lado de los más fuertes, tiene que armarse para sobrevivir. ¿Qué hace Lula? Mira esa misma dinámica y dice “vamos a suavizar, a hacer unas políticas para que eso no se ponga tan bruto”. Es lo que llamamos contención, mientras que el eje de Bolsonaro es la aceleración de este proceso.
-Es habitual caratular al bolsonarismo como neofascismo. Pero el “que se mueran los que se tengan que morir” suena individualista.
-Como historiador tengo prurito de trasladar conceptos de otra época para entender la nuestra. Bolsonaro moviliza, sin embargo no hay intentos de organizar. El suyo ha sido el “partido armado”: ejército y policías y los evangélicos, pero no han sido organizados por Bolsonaro y para Bolsonaro. Esa es una debilidad de él, pero una fortaleza de esas fuerzas sociales, que estarán con o sin Bolsonaro. Otro punto es el del trabajo: el fascismo tenía una propuesta de una sociedad orgánica que se articulaba en torno al trabajo. Eso no está en el horizonte y Bolsonaro no lo promete, más bien al revés. Es una politización del emprendedorismo de sí mismo.
-Una uberización de la sociedad.
-Exacto. Una forma altamente individualista del mundo del trabajo. Comprender el discurso de Bolsonaro en la pandemia es clave. Estaba dirigido a la gente que no puede quedarse sin trabajar, que si se queda en casa no tiene qué comer. Siempre hay una racionalidad detrás de la locura bolsonarista. Otras personas en Brasil discuten el fascismo desde la perspectiva de psicología social, lo que sería una personalidad autoritaria. Pero el Estado bolsonarista no ha sido particularmente represivo. No más que otros gobiernos que tuvimos. Una parte importante de su retórica violenta se queda en la retórica. Sin embargo eso no es indiferente, porque banaliza una violencia que cometen otros, no en nombre del Estado. Como ese hombre en Foz de Iguazú o ese otro en Matto Grosso que asesinaron a simpatizantes del PT. O el ataque a la vicepresidenta argentina. Hay personas que se sienten autorizadas a actuar por su cuenta de manera violenta. El bolsonarismo dilata los límites de lo que es aceptable en política y el espectro se va desplazando más a la derecha.
-El PT condujo al país por 15 años. ¿Se replantean como errores a lo que llegó Brasil?
-El PT ha cumplido con lo que se propuso hacer como partido y como política. Se propone lo mismo otra vez. Y está apoyado por las elites económicas.
-¿Cómo es eso?
-Los mismos jueces que arrestaron a Lula son los que lo sacaron de la cárcel. Y no hubo novedades en el plano jurídico ni presión popular. La pregunta sería por qué cambiaron de actitud. Lo más probable es que responden a una demanda de las elites para colocar en el tablero electoral la alternativa de la contención política. La Rede O Globo, el monopolio de las comunicaciones de Brasil que fue el aparato de comunicación de la dictadura, después de las manifestaciones del martes invitó a Lula para una larga entrevista en el noticiero más importante. Para entender esto uno tiene que pensar que el capital financiero y sectores fundamentales de las clases dominantes brasileñas demandan contención en este contexto. Apoyaron la aceleración bolsonarista, porque abrió fronteras para el agronegocio, cambió la legislación del trabajo, pero también tiene una dinámica propia que se salió de control. El drama es que hacer una contención en 2023 es muy distinto que en 2003, por las condiciones internacionales, porque la crisis social se agravó en todas las dimensiones. Un ejemplo es el rol de la policía y su relación con el crimen organizado, «las milicias», grupos armados con una relación promiscua con el poder público. En 2003 la palabra «milicia» no existía en el vocabulario brasileño. Ahora se describe al de Bolsonaro como un gobierno miliciano. Ese es un síntoma de una corrosión del tejido social. ¿La medicina lulista del 2003 va a funcionar en el 2023? «
-Bolsonaro se jacta de su amistad con Vladimir Putin, no rechaza la pertenencia de Brasil a los Brics. ¿Cómo se explica, teniendo en cuenta la sumisión de Bolsonaro a EE UU?
-Con Putin en particular hay una afinidad ideológica mas profunda. Un componente importante del bolsonarismo ha sido difundido por un filósofo que murió hace poco que se llamó Olavo de Carvalho, muy cercano a Steve Bannon y también al ruso Alexandr Duguin (NdR: cuya hija acaba de ser asesinada en un atentado) que comparten el mismo trasfondo filosófico que se conoce como “tradicionalismo”. El trumpismo, el putinismo y el bolsonarismo, en la profundidad de sus raíces ideológicas tienen mucho en común. Otro punto es que en los Brics está el indio Narendra Modi, igual de violento que Bolsonaro. Mi hipótesis es que es una manera de mostrarse como autónomo, como soberano, a la manera en que (Nayib) Bukele puede hacerlo en El Salvador o (Alejandro) Giammatei en Guatemala. Son tipos que no tienen nada que ver con la izquierda pero actúan así para la interna. Donde se ve bien es en la defensa de la Amazonía: ahí Bolsonaro acusa a las ONGs y los intereses extranjeros, a (Emmanuel) Macron. Pero en ningún momento eso ha comprometido la postura muy sumisa que el gobierno brasileño tiene con EE UU.
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