En el balcón de la Casa Rosada, de espaldas a un inmenso retrato suyo, Perón, con brazalete negro, permanecía inmóvil y circunspecto. Lo rodeaban sus ministros y otros colaboradores. Allí tampoco cabía un alfiler.
Allí, un locutor leía: “Les pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados. A todas las mujeres, a todos los pibes y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón”.
Era el testamento político de Evita.
A un costado, al joven ministro de Comercio Exterior, Antonio Cafiero, le resultó conocida esa frase. Y de pronto recordó de dónde. Evita misma se las había leído, ya con voz muy débil, desde su lecho de convalecencia, durante una de las visitas que él le hiciera, entre fines de mayo y comienzos de junio, en la residencia presidencial de Agüero y Libertador. Esa vez, Cafiero reparó, no sin una pizca de estupor, en la discordancia entre el tono desfalleciente de la primera dama y la virulencia de sus palabras. Las mismas disparaban sin piedad ni delicadeza al poder económico, a la jerarquía eclesiástica y a los militares.
Sobre estos, el visitante escuchó de su boca: “A los pueblos les repugna la prepotencia militar que se atribuye el monopolio de la Patria”.
Ahora, de cara al pueblo, al caer la tarde de ese 17 de Octubre, el locutor declamaba ese mismo párrafo con firmeza.
En aquella ocasión, tal escrito había sido presentado como el testamento político de su autora. Tanto es así que tuvo por título “Mi voluntad suprema”. En rigor, se trataba del último de los 30 capítulos –agrupados en 79 páginas– de su libro Mi mensaje, que durante su enfermedad ella fue dictando a sus colaboradores. La idea de su publicación póstuma supo aligerarle el acecho de la muerte.
El final de su lectura en la Plaza precedió al discurso del General, quien, por arranque, dijo: «¡Compañeros! Esta es la voluntad de Eva Perón. Y yo he de ejecutarla al pie de la letra».
Al menos, en lo que se refiere a Mi mensaje, Perón no lo hizo dado que decidió posponer su publicación para no empeorar así su vidriosa relación con el poder castrense, agravada tras el fallido golpe de 1951.
Ya se sabe que el 16 de septiembre de 1955, estalló la larga noche de la Revolución Libertadora. Y ese manuscrito había quedado en algún cajón de la Casa Rosada. Perón, desde su exilio panameño, se recriminaba una y otra vez no haberlo podido conservar, puesto que en esos días su difusión hubiera sido ideal a los fines de la resistencia contra el régimen militar.
Además, estaba seguro de que sus cabecillas lo habían destruido.
Lo cierto es que –en paralelo al secuestro y ocultamiento del cuerpo de su esposa– Mi mensaje se había convertido en un libro maldito. Por décadas nada se supo de su paradero.
A comienzos de 1994, el periodista Oscar Taffetani iba a bordo de un colectivo de la línea 60 cuando, a la altura de Pacífico, se trepó un vendedor ambulante con una oferta irresistible: tres libritos de saldo por apenas medio peso-dólar. Uno era de autoayuda; el segundo, un cuadernillo de cocina escrito por Blanca Cotta y el restante, una edición muy precaria de… Mi mensaje.
Taffetani no podía dar crédito a sus ojos.
El derrotero del documento original fue notable. En este punto se torna necesario regresar a septiembre de 1955.
Luego del derrocamiento de Perón, al escribano mayor de gobierno de la Nación, Jorge Garrido (desde 1940 a 1975), le fue encomendada la tarea de inventariar sus pertenencias en la Casa Rosada. En esas circunstancias dio con el texto. Y decidió su ocultamiento, a sabiendas de que las nuevas autoridades lo quemarían. Y lo conservó hasta su muerte, en 1985.
¿Por qué entonces no lo dio a conocer una vez concluida la Libertadora? Pues bien, su afinidad con la derecha peronista y los militares (fue ministro de Defensa de Isabel y López Rega, en 1975) es una hipótesis atendible.
Su familia decidió rematar sus pertenencias más valiosas; entre estas se encontraba la obra de Evita. La venta quedó en manos de la firma de subastas Posadas SA, de Bullrich, Gaona y Guerricó.
Dicha compañía entonces contrató al historiador Fermín Chávez como perito. Este aceptó con una condición: obtener una copia del libro original.
Mi mensaje fue rematado el 23 de septiembre de 1987. Y su comprador fue el militante peronista Jorge Benedetti.
En tanto, con sus fotocopias, Chávez hizo una edición limitada del libro para repartirlo –sin fines de lucro– entre sus allegados.
Gran parte de esa edición resultó malograda al inundarse el depósito en el cual estaban guardados los ejemplares. Únicamente se salvaron algunos.
Uno de estos es el que, siete años después, Taffetani adquirió a bordo de ese colectivo. Entonces se puso en contacto con un colega suyo, Juan Salinas, quien a su vez le propuso a su amigo, el editor Alberto Schprejer, devolver Mi mensaje a la vida. Aquella segunda edición fue impresa a fines de 1994.
Pero aquí surgió otro problema, su circulación fue paralizada luego de que las hermanas de Evita denunciaran que ese texto era apócrifo. La causa quedó radicada en el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil 101 de la Capital, a cargo de Alejandro Verdaguer. Mientras tanto, una editorial española suscribía un convenio con Erminda y Amelia Duarte (herederas universales del texto) para así obtener el derecho de publicación, siempre y cuando se probara su autenticidad. Esto recién fue dictaminado por el juez en 2007. Esa sentencia quedó firme en marzo de 2008 por una resolución de la Cámara Nacional en lo Civil de la Capital Federal.
Ahora, ya cumplidos 70 años de su escritura –y habiéndose extinguido por ello todo derecho hereditario sobre la obra– Mi mensaje saldrá a la luz en mayo, esta vez por la editorial Punto de Encuentro. El eslabón perdido del peronismo ha vuelto a su lugar. «
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