Europa, la OTAN y las profecías de una guerra con Rusia

En varios de los países, mandos militares o civiles azuzan el peligro de un imaginario conflicto bélico en su territorio contra las fuerzas de Putin. Moscú responde: "Es paranoia pura". Rearme en varios ejércitos y versiones sobre el regreso del servicio militar.

Generales cinco estrellas, ministros sin historia, jefes de organizaciones multinacionales y hasta algún cabo primero emborrachado ante la ilusión de una picana propia, todos aquellos a los que el establishment les ha hecho un lugar bajo su generosa manta, repiten alegremente que la posibilidad de una guerra –no se atreven a decir ni cuándo ni si regional o global– ya está golpeando la puerta. De oeste a este, del Atlántico al Báltico, con escalas en Suecia o los Países Bajos, pasando por Gran Bretaña o Alemania, los grandes medios occidentales arrojan sobre la población europea kilotones de mentiras que “avisan” que la guerra de Ucrania se viene hacia el oeste y hay que mentalizarse sobre ello. De los altos mandos a la dirigencia política, la “certeza” se extiende y aterroriza a la gente común.

Es lógico que sobrevenga el miedo cuando el más alto jefe militar de un país que hace cola para entrar a la Otán –el general sueco Micael Byden– aparece de pronto y sin rubores ni titubeos da el primero de los golpes bajos oficiales. Un paso más allá de lo que poco antes había dicho el ministro de Defensa, Carl-Oskar Bohlin, inquiere, autoritario: “Echa un vistazo a las noticias sobre Ucrania y pregúntate si esto fuera aquí ¿estarías preparado, qué harías? Invita a tus amigos a que se hagan las mismas preguntas. Cuanta más gente se lo plantee y se prepare, más fuerte seremos”. La arenga del general llegó acompañada de imágenes fuertes. Casas incendiadas, barrios destruidos y algún cadáver chorreando sangre todavía. “¿Creen que esto podría ser Suecia?”. En su gesto está la respuesta.

En ese in crescendo de enero también tuvo su día de gloria el recién retirado comandante en jefe del ejército de los Países Bajos, Martín Wijnen, que con sus profecías abrió el camino de los grandes de Europa. Wijnen tomó el ejemplo sueco para grabar un spot del mismo tono. “Nuestros gobiernos y nuestra gente –dijo– deben darse cuenta de que toda la sociedad debe estar preparada por si algo va mal. No deberíamos creer que la seguridad está garantizada sólo porque estamos a 1500 kilómetros del frente”. De pronto, bajó un cambio: “Esto no significa que todo el mundo deba ponerse un casco”, pero trascartón aconsejó: “Toda familia responsable debe almacenar víveres”, dijo, y se dirigió a los “líderes civiles” para que “piensen en la conveniencia de reinstaurar el servicio militar obligatorio”.

Foto: Gavriil Grigorov / AFP

Nadie, en ningún estamento de la vieja Europa, salió a pedir un poco de cordura ni dijo esto es irresponsable, es alarmismo puro y alarmar a una sociedad con versiones sin fundamento es meterse en un terreno en el que todo puede volverse inmanejable, terreno fértil para las expresiones de ultraderecha. Por el contrario, cualquiera tiene libertad para sumar al pánico. Por ejemplo, el general Patrick Sanders, jefe del Estado mayor británico, recomendó que “el gobierno movilice a la Nación y entrene a un ejército ciudadano (conscriptos), porque con las fuerzas armadas no bastará para parar a Rusia». Como a Sanders, los gobiernos occidentales les han dado voz y voto a los militares para que –subordinación y valor– digan qué deben hacer unos señores civiles que fueron votados justamente para gobernar.

En Alemania, fue el propio ministro de Defensa, Boris Pistorius, el que recomendó “tener en cuenta que un día Vladimir Putin podría despertarse con el pie cambiado y ordenar un ataque a cualquier país de la OTAN”. En declaraciones hechas ante decenas de periodistas, el hombre tuvo una ráfaga de lucidez, salió del ridículo y aclaró que “por ahora eso no es posible, y según nuestros expertos ese ataque sólo sería probable en un plazo de entre cinco y ocho años”. Incrédulo todavía ante lo que acababa de oír, el embajador de Rusia en Suecia, Alexei Pushkov, apenas atinó a decir que “eso es paranoia pura, algo que nos lleva a pensar que en Occidente hay militares y periodistas que sueñan con una guerra propia”.

Nadie acuerda con el pronóstico de cinco a ocho años de Pistorius. Para la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, Rusia atacará dentro de tres o cinco años. Italia (mientras el gobierno de Georgia Meloni prepara la creación de un cuerpo de 10.000 voluntarios) habla de siete años. Los jefes del Pentágono citados por The New York Times creen que Rusia atacará cinco años después de la rendición de Ucrania. En un tono doctoral, el almirante Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la OTAN, se sumó a la ola de pronósticos para dejar su vaticinio: “La paz no está asegurada, por eso nos preparamos para afrontar una guerra apenas superado este pico de fiebre, porque Rusia puede atacar más pronto que tarde”.

Siempre un pasito más hacia la diestra, la ultraderecha política, el nazi-fascismo, habló por Occidente todo por boca del presidente del Partido Popular Europeo (PPE), el alemán Manfred Weber, para recordar que “Europa debe prepararse con la mayor urgencia para defenderse a sí misma, sin la OTAN y desarrollando su propia defensa nuclear”. Weber aprovechó los micrófonos abiertos para “felicitar a quienes receptaron el mensaje y hacen acopio de alimentos o se contactaron con las autoridades para saber dónde está el refugio más cercano, y muy especialmente saludar a los niños y a los jóvenes que, ante los temores por el ataque ruso y el nivel de ansiedad que se ha generado, acudieron en persona o por teléfono a los centros de atención psicológica, aunque esta no sea la gente más confiable”.

Cuando los 31 de la OTAN, sin excepciones en nombre de la cordura, van limándoles el cerebro a sus pueblos y encaran casi como un juego la sucia tarea de invitarlos a vivir revolcados en el pánico, en Alemania, el gran bastonero, sus ministros y sus generales se frotan las manos. El sueño de la remilitarización es ahora posible, y se puede hacer con el plácet de los 30 restantes. En 1919, el Tratado de Versalles que selló formalmente el fin de la Primera Guerra, puso estrictas restricciones a las fuerzas armadas: no podían tener más de siete divisiones de infantería y 100 mil soldados, la conscripción fue prohibida, así como la producción de elementos bélicos. Eso siguió en “tiempos de paz”. Ahora se habla de rearme y hasta de reimplantar el servicio militar, todo en el contexto de un establishment que juega a las escondidas mientras el nazismo ya no se asoma, sino que está.

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