Es posible suponer que no sean el sabor del Malbec, la calidad del bife de chorizo o los compases del tango los que traen a estas pampas a representantes de los tres asuntos que le interesan a Estados… bueno, ya lo repetí demasiado, ustedes saben. Richardson es la cuestión militar, no vaya a ser que reequipemos nuestras Fuerzas Armadas con material chino, en especial los cazas J-17, aunque respondan a las necesidades de la defensa nacional y que China sea un proveedor confiable. Nada debe suceder que inquiete al país de la OTAN que ocupa las Malvinas, ni debe existir ninguna industria de defensa argentina. ¿Alguien dijo ARA San Juan?
Para Sherman, es la cuestión política, no vaya a ser que Argentina ceda ante las perspectivas que proponen los BRICS: relaciones entre iguales, comercio en monedas nacionales sin pasar por el dólar, participación en el banco de desarrollo que preside Dilma Rousseff. O aceptar el imperio de la Carta de las Naciones Unidas como base para un mundo multipolar, en vez del “mundo basado en reglas” que nadie conoce ni aprobó. Sherman propone el sufrimiento popular para alcanzar la redención.
Digamos que Hanson, el regulador nuclear, ejerce las funciones de espía de lujo al ver todas y cada una de nuestras instalaciones en materia atómica, en especial el reactor CAREM. Es que la industria nuclear argentina, comenzada por Perón, jamás convenció a los Estados Unidos, que siempre combatió cualquier intento nacional de avanzar en ese campo, bajo cualquier gobierno. Recordemos la entrega de materiales atómicos que realizara un presidente local en los años noventa.
Defensa, política, átomo constituyen el triángulo de seguridad que Estados Unidos se autoimpone, como si tener una política de defensa autónoma, una política soberana o un desarrollo nuclear de avanzada significara, per se, que estuviésemos en el campo opuesto de los Estados Unidos. A veces parece un gigante con cabeza de barro, o como decía José Martí, un gigante miope. Así lo demuestra la reacción generada por las declaraciones de Lula acerca de la necesidad de la paz, que recibieron como respuesta eslóganes de la guerra fría por parte de las autoridades. De Estados Unidos.
Los malentendidos entre Estados Unidos y la Argentina son estructurales, desde el principio. Somos demasiado parecidos, salvo que en la guerra de secesión ganó el norte industrial y asalariado por sobre el sur rural y esclavista en un país mientras que en el otro ganó la oligarquía terrateniente. Así no hay democracia que aguante. Por eso siempre preferirán cualquier candidato que no sea peronista, aún ni de lejos.
¿Será que buscan remplazar al díscolo Brasil con la dócil Argentina? Uruguay es obediente aunque chico, Paraguay consiente y Chile es aliado del Reino Unido. Pero están a los tiros en Perú, Petro gobierna Colombia, Maduro en Venezuela, Arce está en Bolivia. En Ecuador, Lasso está cerca del juicio. Encima gobierna un tal López Obrador, que recupera la formación de la conciencia nacional mexicana. Como Lula la brasileña. Así que buena será Argentina, a falta de otra cosa, con la enorme deuda externa que condiciona gestos y actos del actual gobierno local, en una esperanza de que el seguidismo garantice alguna estabilidad hasta las elecciones.
No parece demasiado astuto conceder lo inconcebible (litio, agua, energía, tierra, soberanía) que son cuestiones de largo plazo, a cambio de posibles ventajas a corto plazo. No hay que confundir pragmatismo con yerros, ni reverencias con sumisión. ¿Ese es el precio por llegar a las elecciones? Puede ser. Ojalá que valga, pues bien parece que la Argentina está servida. Deberíamos recordar que la disyuntiva es “Liberación o Dependencia”. Si elegimos el camino de la Liberación habrá riesgos pero también habrá esperanzas; si elegimos el camino de la dependencia pregonada por Richardson, Sherman y Hanson no habrá riesgos, ni tampoco esperanzas.
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