Casi todos los analistas coincidieron que el debate fue un desastre, donde ambos candidatos optaron por agredirse e insultarse mutuamente. Es cierto, fue caótico y no solo no fue civilizado, sino que tampoco se debatió mucho que digamos. Como era de esperarse Trump acusó a Biden de corrupto (con ciertos elementos de razón) y de “socialista” (sic). Biden retrucó diciendo que el presidente había fracasado en la lucha contra la pandemia (con bastante razón), y repitiendo que él estaba con la ley y el orden y no con protestas como Black Lives Matter. Ambos insistieron que iban a aumentar el presupuesto policial a pesar de George Floyd, Breonna Taylor y cientos de otros muertos por policías militarizadas. Terminó, y ambos cantaron victoria.
En realidad, todos tuvieron razón. Cada uno de los candidatos hizo lo que debía: demostrar a sus partidarios que era un perro de pelea y que estaba dispuesto a enfrentar al otro. Esto es importante porque esta no es una elección normal. En las instancias previas entre un 10 y un 20% del electorado no decide su voto hasta uno o dos días previos a emitirlo. No en este caso, donde las cifras son la mitad de eso. En un contexto donde el 58% de los posibles votantes presenciales dicen votar a Trump, y el 62% de los que lo harán por correo dicen preferir a Biden, lo importante es motivar a los propios partidarios a emitir su voto.
En eso, un elemento importante es convencer al posible votante que el otro candidato es un peligro en ciernes. Trump habla de los posibles fraudes que pueda cometer Biden con el voto por correo, y su posible decisión de no aceptar los resultados finales. Los demócratas han hecho lo mismo, diciendo que Trump intenta limitar el voto postal. Y en ambos casos han omitido referirse a que gobernadores de ambos partidos han eliminado de los registros electorales unos 16 millones de votantes en los últimos meses, o sea aproximadamente un 12% de los que emitieron su voto en 2016. De la misma manera, ambos partidos han acusado al otro de potenciar las posibilidades de una “guerra civil”. Esto es poco probable, ya que no hay indicios de fracturas en las Fuerzas Armadas y de seguridad.
¿Modificó la intención de voto el debate? En realidad, no. La diferencia entre ambos candidatos continúa siendo a favor de Biden por unos 6 a 7 puntos. Esto parecería ser una ventaja abrumadora, excepto que la elección se define en el Colegio Electoral y allí lo que cuenta son cinco estados que se consideran “en disputa”. La diferencia entre ambos, en esos estados, oscila entre el 2 y el 3% a favor de Biden, o sea es un empate técnico. Y aquí se entiende más la estrategia de cada candidato: Trump tiene que convencer a sus partidarios de acudir a las urnas a pesar del coronavirus; Biden debe hacer lo mismo con los suyos para que acudan al correo a enviar su voto con tiempo y en horario de atención. El que no movilice a su base puede muy bien perder la elección.
¿Y luego? Lo más probable es una disputa que llegue a la Corte Suprema, como en la elección de George W. Bush en 2000, que definirá básicamente no en términos de preservar la decisión popular sino de mantener “las instituciones republicanas”. Esas instituciones, desde sus orígenes, jamás representaron la voluntad de los ciudadanos por eso de que la elección presidencial se decide en el Colegio Electoral y no en las urnas.
Mientras tanto Trump (y su esposa Melania) han informado que están contagiados con coronavirus. Los demócratas celebran porque como es población de alto riesgo por ahí llegamos a tener un solo candidato presidencial en un mes. Pero al mismo tiempo, los trumpistas ya están haciendo campaña de que Trump está dispuesto a arriesgar su salud para mantener “el contacto” con los votantes, mientras que Biden, como elitista que es, se mantiene encerrado en su casa de multimillonario.
Hasta el virus está siendo utilizado con fines electorales. Lo único que faltaba es que los demócratas acusaran a Trump de contagiarse para enfermar a Biden durante el debate del martes pasado. «
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