Escuchar al corazón; por Pedro Saborido

Por: Pedro Saborido

Columna de opinión.

Perdutti era una persona racional y distante. Quizá por el hecho de no tener nombre. Sus padres, fríos y hoscos, decidieron no ponerle nombre y lo anotaron sólo con el apellido para poder tener con su hijo una relación en la que se asegurasen el equilibrio y una confianza medida; el cariño apenas necesario con un hijo al que sólo tenían que nombrarlo por el apellido. «Sufro mucho siendo así. No me puedo relacionar con nada ni nadie», le dijo a una persona que apenas conocía. «Tenés que escuchar a tu corazón», le dijo esa persona. Perdutti decidió escuchar a su corazón.

No eran mucho más que unos latidos regulares, hasta que un día pudo escuchar su voz. «Vamos a fumar faso y tomar birra», fue lo que le dijo. Perdutti lo escuchó y lo hizo. «Vamos al sauna», le dijo el corazón más tarde. Perdutti siguió el consejo. Y así fue como de su tranquila vida pasó a otra donde el reviente y el extremo lo dejaron al borde de la muerte. Ahí Perdutti paró y le dijo al corazón que no pensaba seguir viviendo así. «Okey», le dijo el corazón, que a la noche, mientras Perdutti dormía, se salió del cuerpo y se fue hasta el Incucai en busca de alguien dispuesto a vivir al mango. Perdutti siguió como antes, y jamás notó su ausencia.

Auriculares

Un hombre viaja en el subte B de Buenos Aires. Lleva puestos auriculares conectados a un Iphone. Pero no escucha música. Lo que escucha es una grabación del sonido de un subte. Pero no el subte donde viaja. Otro subte. Un subte de Alemania, que funciona mejor. Luego sale a la calle y pone el sonido de una avenida de Amsterdam, más tranquila y agradable que Corrientes. Luego, ya sentado en su escritorio, larga el track con el sonido ambiente de un oficina de Xerox en Londres (él, en realidad, trabaja en la administración de un desarmadero de loros, y se aburre bastante, aunque le pagan bien) y así hasta las cinco. Al mediodía se va a comer una pizza a Ugi’s mientras escucha el audio de un restaurant en Ottawa. Luego vuelve al trabajo y pone de fondo el sonido de la misma oficina de Xerox de Londres, pero por la tarde. Tiene todas las variables de sus fondos sonoros. Con día de sol, con lluvia, durante un Mundial y un montón de etcéteras. 

Después se toma el subte, pone el sonido del otro subte, el alemán, y luego se encuentra con su esposa y sus hijos que, por supuesto, también tienen auriculares puestos y escuchan el sonido de otro padre.

Un Pomo

Un señor perdió a su perro, entonces fue y puso un cartel en un palo de luz que decía «Gratificaré. Se llama Pomo y se perdió en la zona de los bancos». Al pasar, al otro día, vio que el cartel no estaba. Entonces hizo otro cartel que mostraba la foto del cartel que se perdió y decía «Gratificaré. Es un cartel para localizar a un perro perdido que se llama Pomo». Al otro día, el cartel desapareció nuevamente, entonces hizo otro cartel para poder encontrar el cartel dónde buscaba el primer cartel de búsqueda de su perro Pomo. Volvió a ocurrir lo mismo durante varios días, y entonces se fueron acumulando los carteles, en donde se veían carteles, y adentro más carteles, en una secuencia que parecía empezar a repetirse al infinito. Finalmente un vecino apareció un día con Pomo y 42 carteles. Le tuvo que poner como ocho lucas.

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