Esas cosas raras que vimos

Por: Gastón Rodríguez

En Donde brilla el tibio sol, la poeta y filósofa Silvina Giaganti se vale de Independiente para contar “ese ruido familiar”. La insolencia de escribir sobre el futbol y el padre, temas que parecían estar permitidos solo a los varones.

Raymond Carver (1938-1988) contó que, durante una Nochebuena, cuando todavía se ganaba la vida con trabajos horrorosos, le dijo a su padre que quería ser escritor. “¿De qué vas a escribir?”, quiso saber el padre, aunque no esperó una respuesta. “Escribe sobre cosas que sepas –aconsejó–. Escribe sobre esas excursiones a pescar que hacíamos”. 

El tiempo pasó y Carver llegó a ser una deidad del relato corto, lo que tal vez llevó a muchos –demasiados– a caer en la trampa. Una biografia no es literatura. O tal vez lo sea si se hace caso al decreto del poeta chileno Raúl Zurita: “Si uno puede llegar hasta el fondo de uno mismo sin autocompasión, es posible que estés tocando el fondo de la humanidad entera».

Silvina Giaganti, también poeta, pero mujer y lesbiana, pone en juego lo suyo ahí donde los varones usufructuaron otro de tantos privilegios: escribir sobre el padre y sobre el fútbol. Una insolencia que resultó hermosa.

Editado por Mansalva en el ya memorable 2022, Donde Brilla el tibio sol es, en palabras de su autora, “un regreso a aquello de lo que estoy hecha, a lo que me avergonzó, a lo que traicioné”. Avellaneda, Los Parchís, Malvinas, el televisor Drean, la campera aviadora, el vino de la costa. Un escenario suburbano, fabril, futbolero; hostil para una piba que no usaba vestidos, no pedía muñecas, que no aceptaba de Papá Noel otra cosa que no fuera “el equipo de Independiente todo rojo con el escudo cosido en la remera”.

Foto: Gentileza Silvina Giaganti

Giaganti se vale de Independiente (“El caballo de Troya donde se esconden los afectos que dinamitan todo”; “El lugar para pegar esos dos o tres gritos que, sentía, me agregaban a algo más grande”) para contar “ese ruido familiar” que tiene como protagonista apuntado al padre.

“Durante una parte de mi infancia, a las cinco y cuarto de la madrugada, mi papá iba a buscarme a la pieza que daba a la esquina de casa. Entraba y susurraba las dos primeras sílabas de mi nombre. Silvi, Silvi.” El pasaje de ternura continua con ese hombre alzando a la hija y acostándola con la madre en el lado de la sábana que él había dejado tibio. El mismo hombre que, años después, prefería cenar apartado y sentarse bien lejos de su hija en el colectivo. “Pero bueno, todos vimos cosas raras en nuestras casas y somos esas cosas raras que vimos”.

Giaganti lo cuenta breve y potente porque, ya se dijo, es poeta (además de filósofa y futbolista amateur), pero también porque ha decidido escribir sobre el origen y se sabe: es muy difícil superar el pudor de contarse a uno mismo, al menos con honestidad. Algo de eso explica que, al salir su primer libro, el comentadísimo Tarda en apagarse, no les contó a sus padres hasta mucho después. Tan distinto de Donde brilla el tibio sol, dedicado a Livia y Víctor, ya enterados del talento de la hija. Deuda saldada. O no: “Porque el tema de la culpa no se arranca tan fácil”.

Después de confesar la traición, la vergüenza, la relación torcida entre el padre de Boca y la hija de Independiente, el refugio en un documental musicalizado con Nino Bravo, llega la tregua. Avellaneda o ese loquero del que había que escapar para salir de pobre también es el recuerdo amable del cine San Martín, los helados en El Piave, la cola para cobrar el salario en el Banco Provincia. ¿Final feliz? Que lo conteste Giaganti: “La incomodidad nunca se va del todo, el trauma es atemporal”.

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