El antropólogo brasileño Spensy Pimentel, que integró la Comisión de la Verdad durante el gobierno de Dilma Rousseff, explica en esta entrevista exclusiva de qué modo la herencia esclavista influye en la cultura de ese país.
-¿Por qué cree usted, que fue colaborador de la Comisión da Verdad, que durante 13 años de gobierno del PT no llevaron ante la justicia a los genocidas y torturadores de la dictadura? ¿Ese antecedente de impunidad, tiene alguna influencia en el actual escenario político social?
-Seguramente, el hecho de no haber avanzado en la recuperación de la memoria y la punición de los crímenes cometidos contribuye para crear el ambiente actual, donde hay toda una generación que ignora lo que sucedió durante a dictadura y que inclusive minimiza los abusos cometidos. La Comisión de la Verdad llegó al final de los dos gobiernos del PT y tuvo mucho menos relevancia que en lugares como Argentina. Eso tiene que ver con la falta de firmeza para enfrentar ese desafío, por parte de gobiernos que se decían populares, pero también con las características de la sociedad brasileña. En nuestra formación tuvo un peso enorme la esclavitud, sobre la cual pesa también una fuerte política del olvido. Brasil tiene tantas camadas de periodos violentos, de genocidio, que tal vez la dictadura sea visto como uno más, por decirlo así.
Pero eso tiene que ver también con la forma en que la propia izquierda entiende ese periodo. Para dar un ejemplo próximo a mí, en el inicio del proceso hubo cierta resistencia para investigar la represión contra los pueblos indígenas, como si no pudiese ser considerada como represión política. Hubo todo un debate para que se reconociera que las violaciones de derechos humanos contra campesinos, contra indígenas, eran parte del conjunto de los crímenes políticos cometidos por la dictadura. Esa falta de percepción de una parte de la izquierda también contribuyó para que la sociedad permanezca ajena a este proceso, porque se pasó la idea de que la represión de la dictadura sólo afectó una pequeña parte de la clase media.
Por ejemplo, no existe un esfuerzo para conectar lo que sucedió en la dictadura con lo que pasa actualmente en los barrios populares, el genocidio contra los jóvenes negros, por medio de la asociación de esas muertes al tráfico, a la guerra contra las drogas, etc. Se dice que “murió porque estaba en andaba en algo” como en la dictadura se decía “ah, pero eran terroristas”.
Esa cultura de que la autoridad tiene derecho a matar está muy arraigada en la sociedad brasileña. Y hoy vemos una parte significativa de nuestra sociedad sustentando eso, como muchos de los que apoyan a Jair Bolsonaro. Tal vez podamos contabilizar como un avance que conseguimos desmitificar esa imagen falsa de que Brasil era un país cordial, una democracia racial. Hoy está más evidente que somos un país muy violento, con 50 o 60 mil asesinatos por año, la mayoría de jóvenes negros. Al menos Brasil consiguió superar la hipocresía que reinaba por aquí, si es que eso puede servirnos de consuelo.
– ¿Cuál fue la incidencia real de los EE.UU. en el golpe contra Dilma Rousseff?
– En 2013, Edward Snowden apuntaba a la Petrobras como uno de los principales blancos, demostrando que el espionaje de los EE.UU. no se guiaba por la seguridad de sus ciudadanos, sino por motivaciones económicas. Hubo en ese momento falta de firmeza en la reacción brasileña. La historia brasileña sigue siendo escrita por los EE.UU. En 2013, el mismo mes en que se dieron esas grandes manifestaciones, era el momento en que Snowden estaba haciendo esas revelaciones.
En el escenario internacional, Brasil se posiciona actualmente como un país colonizado, un país menor, que tiene una increíble cantidad de riquezas, pero que para la elite conviene presentarlo como un país pobre, por aquello de que antes de dividir la torta hay que hacerla crecer, pero Brasil es una torta que creció hace mucho tiempo.
Sobre esa elite mediocre, violenta, yo haría un paralelo con las palabras del gran antropólogo Darcy Ribeiro, que decía que Brasil se convirtió en un molino de gastar gente. Los indicios apuntan a la participación internacional en el golpe, pero al mismo tiempo el debate se trabó porque sabemos que hubo errores del PT; nadie niega eso, ni el propio PT. Lo que se cuestiona es la diferencia de tratamiento de la justicia brasileña en relación a esos agentes del PT y de otros partidos que hicieron cosas parecidas, donde los procesos son mucho más lentos, con el mayor número posible de recursos; muchos responden por sus crímenes fuera de la prisión, sin hablar de mucho menor cobertura en los medios.
-¿Por qué los gobiernos petistas no intentaron desmonopolizar los medios masivos de comunicación?
-El PT está sufriendo persecución, sí, pero por instituciones brasileñas cuyos problemas no fueron enfrentados por los gobiernos petistas. Durante 15 años participamos en debates sobre los cambios necesarios en la comunicación del país, participé de la comunicación pública federal y se consiguió avanzar muy poco. En países como Venezuela, con todos los pesares, hubo medidas para enfrentar el monopolio de los medios; en la Argentina también, pero en Brasil no. Y las personas actualmente perjudicadas por ese sistema no actuaron cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo.
-Las universidades públicas, cuyo número y calidad creció exponencialmente durante los gobiernos petistas, también son un blanco en esta etapa?
– Hubo un enorme fortalecimiento del sector privado en los últimos años, junto con la expansión de las universidades públicas durante los gobiernos del PT. Podemos esperar un aumento en el ataque a las universidades públicas, que son vistas como productos ideológicos. Hubo acciones espectaculares de la Policía Federal atacando universidades como el caso del rector que se suicidó después de una operación de la PF en la Universidad Federal de Santa Caterina. Es un caso emblemático de una derecha liberal asociada con un fundamentalismo moralista cristiano que involucra también cuestiones de género.
-¿Peligran las elecciones presidenciales de octubre próximo?
-Es una incógnita si tendremos o no elecciones en octubre, pues estamos en un momento de ruptura institucional con apariencia de legalidad, con el hecho destacado de la prisión de Lula. En este momento, las elites buscan candidatos que puedan adoptar un programa de reformas ultraliberales y aunque Bolsonaro no cuenta con el apoyo de esas elites, estas pueden finamente aceptar negociar con él caso no tengan otra alternativa.
Es evidente la maniobra para excluir Lula de las elecciones, cuando está liderando las pesquisas, pues independientemente de lo que haya hecho, el pensamiento de mucha gente es que si siempre alguien va a robar, por lo menos voy a votar por alguien que haya hecho algo por mí.
Seguramente la izquierda va a adoptar una política de reducción de daños, eligiendo al candidato menos peor. Tenemos un sistema político del que somos rehenes, y no es posible vislumbrar cambios efectivos, porque un presidente, por mejor que fuere, también será rehén de un Congreso Nacional dominado por los ruralistas y evangélicos muy radicales.
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