Una multitud de parisinos y turistas estupefactos, algunos de ellos llorando y otros rezando, miraban con horror en el centro de París cómo las llamas devoraban la emblemática catedral de Notre Dame.
«París está desfigurada. La ciudad nunca será como era antes», declaró Philippe, un trabajador en comunicación de unos 30 años, que pasó en bicicleta después de que un amigo le avisara del incendio que se declaró en la catedral.
La policía trataba de alejar a los transeúntes de las dos islas del Sena, incluida la Isla de la Ciudad, el barrio parisino donde se ubica la catedral de estilo gótico, el monumento histórico emblemático de la religión cristiana y de la historia de París.
Pero una multitud de espectadores seguía intentando acercarse, dificultando el tráfico mientras se arremolinaban en los puentes de piedra que conducen a la isla. Otra mujer que se acercó estaba demasiado afectada -las lágrimas resbalaban por sus gafas- para hablar con los periodistas.
«Se acabó, no podremos volver a verla», dijo Jerome Fautrey, un hombre de 37 años que se desplazó a mirar el incendio. «Ahora necesitamos saber cómo ha ocurrido. Con todo lo que está pasando en el mundo ¿por qué Notre Dame? Quizás es un mensaje divino», agregó.
Un agente de policía que llegaba por uno de los puentes se dio media vuelta boquiabierto y exclamó: «Dios mío». «Es increíble, nuestra historia se está haciendo humo», dijo Benoit, de 42 años, que llegó al lugar en bicicleta para asistir a la tragedia, resumiendo el sentimiento general de conmoción.
Sam Ogden, de 50 años, llegó de Londres el lunes con su marido, sus dos hijos adolescentes, y su madre. Habían viajado a París específicamente para ver Notre Dame, como parte de una gira alrededor del mundo durante años para visitar lugares históricos.
«Esto es realmente triste […] la cosa más triste que he presenciado y visto en mi vida», contó Ogden. Su madre, Mary Huxtable, de 73 años, dijo: «Esto [Notre Dame] estaba en mi lista de cosas para ver. Ahora nunca entraré». A poca distancia se encontraba otra familia británica, también de Londres. «Es devastador», comentó Nathalie Cadwallader, de 42 años, que había llegado a París dos días antes con su marido y sus dos hijos para una estancia en la capital francesa de una semana. «Es horrible que esto haya pasado, además de todo lo que ha vivido París recientemente», agregó en referencia a los atentados yihadistas de 2015. Su familia había planeado visitar Notre Dame el lunes pero lo cambiaron por la Torre Eiffel. Pensaban ir a la catedral el martes.
En la plaza de Saint-Michel, a pocos metros, vehículos de emergencia, bomberos y coches de policía pasaba con las sirenas resonando. La multitud se aglutinaba a orillas del Sena, donde caían cenizas, tomando fotos con sus teléfonos en las que se veían la nube de humo amarillo, las cenizas, el pánico, la tristeza. «Tiene mil años», explicaba con calma un hombre a su hija de unos diez años.
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