El economista y diputado nacional, hijo del presidente Nicolás Maduro, analizó el gobierno y la figura del mandatario argentino en un extenso diálogo con Tiempo, C5N, y Brasil de Fato. La geopolítica económica, el vínculo de Venezuela con China y EEUU, la dolarización y las elecciones del 28 de julio.
«Milei es una vergüenza para América Latina (…) Ahí se ven los siete meses de Argentina con él: no levanta cabeza. La deuda cada vez más grande, la pobreza extendiéndose cada vez más, el decrecimiento económico se agiganta», dice pocos minutos después de haber bajado de la autopista que atraviesa túneles para eludir los cerros costeros. La pregunta sobre cómo se ve Argentina desde Venezuela es inevitable. «Va a pasar como en Brasil: Bolsonaro dejó un desastre y al final llegaron las fuerzas progresistas», arriesga.
Maduro hijo es economista. Se puede entrever una voluntad de discusión en ese terreno Milei. Considera que el presidente argentino «no entiende muchas cosas a pesar del puesto que ocupa».
«Estoy intrigado por saber qué va a hacer él con la economía. Yo no comparto sus postulados de la escuela austríaca, para nada. Es absurdo pensar así. Keynes pensaba en el papel del Estado y fíjate cuál es la filosofía económica de EEUU: no puedes decir que es un país socialista. Milei quiere ser más anarcocapitalista que EEUU y Argentina no está para eso», comenta ante la consulta por la discursividad libertaria.
– ¿Qué futuro le ves a Argentina con Milei?
– No veo que a la Argentina le vaya bien. Ojalá el país sepa discernirlo, pero no veo que salga a flote. Milei está por cumplir un año y lo que ha pasado ha sido terrible. Los que más sufren son las clases trabajadoras, los más humildes. Milei quiere hacer un sacrificio, ¿pero a costa de quién? ¿De los más ricos? No. De las grandes empresas tampoco.
Hablar de Milei implica inevitablemente hacerlo también sobre su plan económico, y es en esa línea que existe una conexión directa con Venezuela. Al caminar las calles de Caracas, puede sorprender que el dólar es una moneda de flujo común. Está en las cajas registradoras de los kioscos o los bolsillos de los vendedores ambulantes. Ese proceso de dolarización fue, en palabras de Maduro, «una válvula de escape».
«Nos atacaron muy duro la moneda. Fue un guión preparado, como han hecho en países como Chile en los setenta, luego en Malasia e Indonesia cuando ahí ganó la izquierda en algún momento, en África lo han hecho mucho. Somos un país rentista del petróleo, y cuando sancionaron la venta del mismo, bueno, nuestro bolívar sufrió y se devaluó muchísimo. Entonces la gente empezó usar el dólar y el Estado lo permitió», cuenta.
Sin embargo, Maduro hijo traza una cierta delimitación que existe en el presente bimonetario de su país. «Hemos mantenido impuestos, tasas y el sistema bancario en bolívares. Poco a poco la moneda va ganando fuerza porque ya hemos conseguido el guión también nosotros para contrarrestar esa guerra económica. Hemos mantenido la tasa de inflación en un dígito mensual en 2024, es bastante cuando hubo meses que tuvimos 1000%. Todavía hay inflación alta, sí, pero la estamos bajando. También sostenemos 36 meses de paridad cambiaria, eso es un milagro en un país bloqueado, sancionado», resalta.
En paralelo, hay relevamientos circulando en los últimos días que señalan que entre abril y mayo ya más del 50% de las transacciones están en bolívares.
– ¿Cómo se da tu vínculo con China? Te especializaste en esa relación bilateral.
– Comenzó de niño, porque mi papá siempre hablaba de China y él fue mi gran formador. Viajé con él a China en el 2006 cuando era presidente de la Asamblea. Luego estudié en China en el 2015. Yo hablo un chino mandarín de calle. Me defiendo. Estudiando y viviendo en Beijing vi el modelo, cómo ellos levantan las banderas del socialismo con particularidades chinas. Acogen el mercado y explican que este no es una invención del capitalismo, sino que existe desde que la humanidad se asentó. Entonces qué hacemos con el mercado, bueno, lo socializamos.
Aquí en Venezuela hemos llegado a la conclusión de que el mundo se debate en un choque de modelos. Por una parte está el de los Estados Unidos y Occidente, que pone en el centro al dinero, el capital, el tener más, el consumismo. Eso hace que ese modelo sea inviable para la humanidad, porque al final vamos a agotar todo.
En cambio China, por lo que yo he podido estudiar y ver, pone en el centro de su modelo al ser humano, a la persona, a la humanidad, a la familia, a la sociedad colectiva, no solo al desarrollo individual. Ellos tienen en claro que una empresa debe generar ganancias pero nosotros nos preguntamos, ¿para qué genera capital la empresa, para hacer ricos a los más ricos o para desarrollar la sociedad en sí? El Estado chino ha entendido que su papel es ser órgano rector de la economía y ha dejado a empresas privadas desarrollarse, generar ganancia, pero a hacerlo en un contexto.
– ¿Cómo es la cuestión con las zonas económicas especiales, que se inspiran en la experiencia china en Shenzhen?
– Tenemos en claro que tenemos que desarrollar nuestro propio modelo en Venezuela, porque para empezar estamos en Occidente y debemos insertarnos ahí, pero con su propio modo. Nosotros tomamos lo mejor de China. Por ejemplo, China salió en los años setenta de una hambruna muy grande. Gracias a las zonas económicas especiales sacaron a 800 millones de personas de la pobreza. EEUU con sus 200 años de historia, con un modelo de desarrollo industrial y científico poderosísimo no han podido sacar a sus 80 millones de pobres.
La zona económica especial del modelo chino nos parece un experimento posible para el puerto de La Guaira, pero lo más difícil ahora es desarrollarla y sacarla adelante. Estamos en eso. Somos un país petrolero, pero tenemos que cambiar eso aunque el petróleo esté ahí por los próximos 50 años. Hay que pensar de otra forma y lo estamos haciendo.
«Sin querer victimizarnos porque no somos víctimas sino victoriosos, estamos yendo a la elección con las manos amarradas», define Nicolás Maduro Guerra al proceso que se abrirá oficialmente el 5 de julio pero que ya lleva meses en plena actividad.
Se trata del comicio para el que el oficialismo que encabeza su padre ya se prepara, del mismo modo que lo hacen los candidatos de la oposición. Allí la presencia articuladora de María Corina Machado, ya impedida por la justicia electoral venezolana de postularse por su participación en el intento de golpe de estado a Hugo Chávez en 2002, que designó a Edmundo González Urrutia. Sin números claros en las encuestas, la gran expectativa es cómo logrará el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) reimponerse en una elección que llega en medio de una recuperación económica que se adivina en las calles pero que atravesó años de gran conflicto, sobre todo hasta 2019. Y luego vino la pandemia.
Según loas cifras sobre las que insiste el gobierno bolivariano, el bloqueo internacional deja a Venezuela con recursos bloqueados por más de 300 mil millones de dólares. «Aún así llegamos a un 2024 que nadie creía que podíamos llegar» -comenta el hijo presidencial- «En el 2018-2019, con el autogobierno de Guaidó proclamado, nadie en el mundo apostaba que Maduro iba a llegar y aquí estamos, levantados, haciendo obras, alzando un país, la gente trabajando. Yo veo las elecciones bien, estamos trabajando para consolidar el triunfo. Creemos, sabemos y estamos seguros de que vamos a ganar», define.
– ¿Cómo leés la lógica al interior de la oposición, que no es un bloque uniforme?
– Hay gente en la oposición que cree en el país pero difiere de los criterios que manejamos. Esa oposición se ha ido saneando porque han entendido que el camino es votar. Saben que el sistema electoral es infalible. Esa parte de la oposición no se quiere retratar con la oposición extremista y violenta que siempre prepara escenarios alternos y no se casó nunca con la democracia. Y sobre todo no son dueños de ellos mismos: he estado en las mesas de diálogo de México y Barbados y he sido testigo de que debían consultar a EEUU cualquier decisión que tomaran. Se reúnen con los embajadores y asesores estadounidenses en sus equipos. Cuando tú no eres dueño de tu destino no puedes tomar tus propias decisiones. Ellos están amarrados a lo que diga el Departamento de Estado, el Pentágono o la Casa Blanca, no lo sé. De ellos no esperamos nada.
– ¿Cómo están viendo el proceso electoral en EEUU? Sobre todo las diferencias entre Biden y Trump respecto a Venezuela, teniendo en cuenta que ambas gestiones mantuvieron e intensificaron las sanciones.
– Creo que nosotros no esperamos nada de EEUU. Quisiéramos una relación de respeto. Somos dos países que están a tres horas de vuelo de distancia, a tres días en barco para el comercio. Yo respeto como país y como pueblo a EEUU, aún cuando decida cosas extrañas. Es un país bonito, con cultura e historia, con un pasado sangriento de asesinato de los pueblos originarios. Es una potencia y debería ser una potencia ejemplar. Eso lo diferencia de China -vuelvo a irme hacia allá, me disculpan- con su visión de grandeza, de comunidad. ¿Que si China tiene intereses? Claro que los tiene, quién no. Pero ven a la humanidad como un todo, como una comunidad de destino compartido.
– Hace un rato señalabas que Venezuela debe encontrar cómo pertenecer a Occidente. ¿Qué piensa de los nacionalismos antiglobalización que cierran puertas?
– Me voy a poner filosófico. La humanidad avanza en una interconexión muy grande. Hace 100 años no había aviones, tu horizonte eran las ciudades más cercanas a ti. Tu relación máxima era con tu país. Ahora el mundo es más pequeño. Si hubiera vuelos directos, en 6 o 7 horas estoy en San Pablo o Buenos Aires. En 13 horas estoy en Moscú, en 27 en Beijing.
Tenemos que ubicar dónde estamos pero también qué queremos ser. Y creo que a los nacionalismos la propia humanidad los va a ir desechando. Voy a parecer fanático, pero en China encontraron un modelo que pone en el centro a la familia y la comunidad. Compartimos un planeta, un ambiente. Eso lo va entendiendo las generaciones más jóvenes y siento que seremos una comunidad más unida.
– Cuánto optimismo.
– Cuesta, cuesta ilusionarse. Me imagino, ustedes con Milei…
– Sobre el tema religioso, ¿cuál es la situación entre la izquierda y los evangélicos?
– Soy vicepresidente de Asuntos Religiosos del PSUV. Venezuela es un país 50% católico y 38/40% evangélico. La iglesia evangélica le ha arrebatado feligreses a la católica, y es más disciplinada, va más a la iglesia. Hemos visto esto en nuestros barrios y sectores populares, más humilde. En las estructuras de base, tenemos a referentas que también son pastoras evangélicas.
Al ver esa vinculación, decidimos que teníamos que atender la fe desde el partido, dándole un sentido político. Del mismo modo vamos a las festividades por las vírgenes como las del Valle, de la Chinita. Pero lo importante son los valores reales de las religiones: solidaridad, amar al prójimo y a tu familia, levantar tu casa. Creo que podemos rescatar muchas cosas de ahí.
– Pertenecés a la generación milennial. ¿Qué tan difíciles son las discusiones al interior del PSUV entre las generaciones de dirigentes?
– Fíjate que yo me incorporé a la dirección nacional del partido en el 2021, y conmigo lo hicieron muchos otros como Rander Peña, vicepresidente de Asuntos Internacionales del PSUV. No solo el presidente nos ha dado ingreso a la juventud, también muchos de los dirigentes políticos como Diosdado Cabello y Delcy Rodríguez. Quieren que propongamos, que transformemos.
Siempre hay debate: nos vemos todos los lunes en la dirección nacional del partido. Diosdado nos da derecho de palabra porque él dirige el debate. Nos pide opinión sobre todo. Nosotros tenemos conciencia de unidad, y creo que es lo que nos diferencia de la oposición. Siempre hay mucho debate, pero cuando la jefatura nos dice «hay que hacer esto», lo hacemos de manera muy militante.
– ¿Creés que el chavismo ya tiene sus bases consolidadas en tanto ideología?
– Sí, es el pensamiento bolivariano chavista. Es una mezcla de la idiosincrasia venezolana y de la lucha desde la guerra federal que a nosotros nos marcó, del mismo modo que lo hizo la gran brecha de desigualdad que heredamos. Chávez hereda 100 años de desigualdad y tuvo 12 años para revertirlos. No es una excusa, pero falta camino aún.
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Esta entrevista fue realizada en conjunto con Marcos Príncipi (C5N) y Lorenzo Santiago (Brasil de Fato)
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