Entre las estupideces de la guerra y la gravedad del silencio químico

Por: Andrés Gaudín

No se salvó ni el gato. Así dicen, y es cierto. En esta guerra de último momento provocada ante la ya desesperante necesidad de conseguirse un enemigo en serio, poderoso y bien dotado, las mamushkas, el vodka y el caviar (que ahora llega de Irán) vienen salvándose, pero los morrongos no. Si nacieron en Rusia, fueron criados en Rusia o su señor es ruso o con ancestros rusos, jorobarse, no hay lugar para ellos ni en los concursos de belleza ni en los registros occidentales de genealogía gatuna de la Fédération Internationale Féline y la Cat Fanciers’ Association. Por ahora, y quizás por su prestigio global, Pete Pata de Palo viene salvándose, aunque la corporación Disney está entre los abanderados  de la paz.

 En el concurso de estupideces –“boludómetro” lo llaman en un foro de cinéfilos– abierto con la crisis ruso–ucraniana, y en medio de situaciones especialmente graves –la de los refugiados o la desinformación planificada–, EE UU y sus seguidores de la UE promueven una patética competencia de sobreactuaciones para ver quién registra la mejor estupidez del día. Y lo de los gatos no es una excepción, como tampoco lo es lo del restaurante de Zaragoza que sacó la ensalada rusa de su carta y, negocios son negocios, la mantuvo pero se llama “Ensaladilla Kiev”.

 Lo de los gatos y el dueño del comedero español vaya y pase, podrían ser competidores con escasas luces. De todas maneras, nadie arremetió todavía contra los arenques, el borsh, el lomo strogonoff, los vareniques ni tantas otras delikatessen de la cocina judía, platos rusos mimetizados bajo deformaciones idish. Lo dramático tampoco es que las sociedades deportivas, históricas amigas del nazismo y las dictaduras sudamericanas –la FIFA (fútbol), la FIA (automovilismo) o el Comité Olímpico Internacional– se hayan sumado a la patriada y hasta impidieron que los discapacitados rusos compitieran en los juegos de China.

De Montevideo a Milán

Todo queda opacado cuando en el muy democrático Uruguay un funcionario de cuarta se adelanta al mundo y decide per se retirar a Rusia Today y Sputnik de la grilla de la empresa estatal de telecomunicaciones ANTEL, y el presidente Luis Lacalle Pou dice que a él no le corresponde opinar. E insiste con un sonoro “Yo no tengo nada que ver en una decisión que toma ANTEL como empresa”. Eso dijo después de que el embajador de Rusia, Andrei Budaev,  planteara una tímida queja. “Respetamos las leyes uruguayas y las decisiones de sus autoridades –había dicho–, pero permítanme una pregunta: al castigar a nuestras agencias, ¿cuál es el mensaje que se da con miras a la Conferencia de la UNESCO sobre la Libertad de Prensa que se hará en mayo en Punta del Este?”.

 Nada sorprende, después, cuando un porteño fabricante de churros dice que van a escasear porque aumentó o aumentará la harina. O un panadero uruguayo prevé dos aumentos en un mes, también por culpa de los molineros. Y menos aún cuando aparece un heladero cordobés que retira de su oferta los gustosos helados de crema rusa. “¿Qué pasaría si algún colega dejara de elaborar sus bombones de crema americana, se reiniciaría la Guerra Fría?”, se preguntó con toda razón una participante del boludómetro de los cinéfilos.

 Vaya a saberse cuáles serán las represalias allá en el este. Pero por aquí hay reacciones cada vez más grotescas. Dos de los más distinguidos directores de orquesta de la actualidad, Valeri Gergiev y Tugan Sokhiev, volaron de la conducción de las filarmónicas de Milán, Munich, Rotterdam y Toulouse. La cantante lírica Anna Netrebko fue sacada de la programación del Metropolitan de Nueva York y la Ópera de Zurich. En esta formidable arremetida de los mediocres, fue el célebre Bolshoi uno de los primeros en caer. El repertorio previsto para su actuación en el español Teatro Real y otras salas europeas era clásico. El Bolshoi es el primero de Rusia por antigüedad y prestigio. Creado en 1776, hace dos siglos y medio, fue el hijo mimado de los zares y es hoy el cuerpo insignia de la cultura rusa.

 Lo que se desató es una verdadera guerra contra la cultura, comandada por una tropilla de burócratas que conducen las más respetadas instituciones académicas de Occidente. “Creo que los imbéciles están en todas partes. En Italia no sólo está mal ser un ruso vivo sino, también, un ruso muerto”, dijo el profesor Paolo Nori cuando le avisaron que la Universidad de Milán-Biccoca había levantado su ciclo de charlas sobre la obra de Fiodr Dostoyevski, que nació en Moscú en 1821 y murió en San Petersburgo en 1881, sin saber que un siglo y medio después sería prohibido en Milán. Y que en la muy culta Florencia el alcalde Darío Nardella evalúa destruir un busto del autor de Crimen y Castigo y también de El Idiota, escrito seguramente sin alusiones perversas a sus futuros censores.

Oídos sordos

El mundo debió conocer la noticia el domingo 6, cuando Rusia aseguró que EE UU y Ucrania desarrollan armas biológicas en 26 laboratorios del país europeo. Rusia es víctima de un boicot informativo diseñado en Washington y extendido a los socios de las occidentales, cristianas y obedientes democracias aliadas. En consecuencia, no se supo ni se sabe nada, y eso que amparados en una denuncia similar (y nunca probada), originada en la casa matriz del mundo libre, los “combatientes de la libertad” abrieron la temporada de guerras del milenio invadiendo y destruyendo Irak. Pasaron el lunes y el martes, y nada. China dio por cierta la denuncia y a última hora del 8 pidió precisiones a Estados Unidos.

 Silencio, hasta que consultada en el Senado, Victoria Nuland, segunda de la diplomacia norteamericana, admitió que “Ucrania tiene institutos de investigación biológica que Rusia trata de controlar”. Punto, y todos conformes, la audiencia legislativa y la cancillería china, que a través de su vocero Zhao Lijian había dado por cierta la denuncia rusa y agregado que el Pentágono debía hacer públicos los tipos de virus generados en los 26 laboratorios.

 Como una semana después el bloqueo informativo sigue perfecto y con democrática efectividad, y nadie volvió a exigir una respuesta a los puntos que interesaron a chinos y senadores, el mundo sigue sin saber si el 14 de febrero fueron destruidos todos o sólo algunos de esos laboratorios, qué partes vitales de armas biológicas fabricó o aún fabrica allí el Pentágono, y si en algún lado quedaron almacenados y preservados bajo siete llaves patógenos especialmente peligrosos. El vocero ruso Ígor Konashénkov habló, y no fue desmentido, de peste, ántrax, tularemia (infección bacteriana originada en las ratas), cólera. «

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