Frente a una inesperada derrota electoral, el Frente de Todos tiene el desafío urgente de revertir la situación. Contraponer los dos modelos en pugna y recuperar los ejes de trabajo, producción, cuidado y futuro. Repensar nuevas estrategias para enfrentar el fenómeno de radicalización de las derechas que impacta tanto en los votos como en el sentido común.
Indudablemente las PASO dejaron en claro la existencia de un enorme malestar en la sociedad argentina. Sus causas posibles no resultan difíciles de registrar. Entre ellas se destacan dos: por un lado, los múltiples y prolongados impactos de la pandemia en todos los terrenos de la vida y, por otro lado, la situación económica y social expresada en la pérdida de empleos, la caída del poder adquisitivo de los salarios, el aumento de la pobreza. Sin embargo, la interpretación de esas realidades “objetivas” forma parte de la lucha de ideas y de la disputa por una nueva hegemonía, es decir, por los valores, las formas de ver el mundo y el sentido común que predomina en una sociedad. En ese sentido, el triunfo electoral opositor no es menor porque abre la posibilidad de que se convierta en un “triunfo cultural” significativo, si se imponen sus marcos de interpretación.
Allí es donde cobra un mayor peligro la irrupción en nuestro país del proceso de radicalización de las derechas a nivel global a través de las candidaturas libertarias. Esta suerte de “trumpismo criollo” hace del terraplanismo político una práctica cotidiana que apuesta permanentemente a la construcción de un neoindividualismo autoritario, agresivo y reaccionario, presentado como “outsider” y “antisistema”. No se trata solamente de la posible llegada al Congreso de la Nación de expresiones antipolíticas, cargadas de discursos de odio que convierten al adversario en enemigo, y negacionistas del terrorismo de Estado, sino también de los efectos que este movimiento pueda generar en el resto del sistema político, particularmente en Juntos por el Cambio, que se siente “corrido por derecha”, como ya empezamos a ver. ¿Hasta dónde puede llegar esa presión y qué consecuencias podría tener sobre la democracia argentina? ¿Cómo va a incidir sobre las prácticas sociales autoritarias y violentas?
Frente a esta deriva posible, sostenemos una interpretación cruda y realista, pero alternativa. Indudablemente una mayoría de la sociedad argentina canalizó su malestar contra el gobierno nacional y ese mensaje debe ser escuchado sin enojos y sin subestimaciones. Para un gobierno no hay vara más alta que la del juicio de su propio pueblo. Sin embargo, creemos que no fue un voto exigiendo una derechización de las políticas públicas. No fue un voto contra el proyecto de país que sustenta al Frente de Todos: productivo, con trabajo, con un Estado presente. Tampoco fue un voto contra el contrato electoral de 2019, de reconstrucción nacional empezando por los últimos para llegar a todos. El pueblo argentino no reclama volver hacia atrás. Exige que nuestro gobierno cumpla con el mandato para el que fue elegido, con las herramientas que encuentra más a mano en el cuarto oscuro.
Por ese motivo la salida no es “por derecha”. Una parte significativa de aquellos y aquellas votantes del Frente de Todos en 2019 se encuentra hoy decepcionada o con falta de motivación política. En algunos casos, igualmente mantuvieron su voto. Pero en muchos otros buscaron expresarse mediante el voto a otras opciones, tanto por derecha como por izquierda, lo que explica el crecimiento del Frente de Izquierda. E incluso también, como marca una primera lectura de los resultados, a través del voto en blanco, la anulación del voto o la falta de asistencia a los centros de votación. Si emerge una tarea urgente para el gobierno desde ahora hasta noviembre es trabajar para recuperar su conexión con todos ellos, retomando la iniciativa política, reconociendo los errores o las insuficiencias, convocando a una amplia movilización, recogiendo las principales demandas insatisfechas y siendo más audaz en sus propuestas.
Como sabemos, los impactos de la pandemia en la economía, la política y las subjetividades suponen una crisis inédita aún difícil de conmensurar. Esta situación implica también una disputa por la “pospandemia”. Estamos en una transición: la salida puede ser con más discursos de odio, más derechas y más concentración de las élites o por el contrario con más Estado, más democracia, más derechos y más igualdad. Sin dudas, si queremos que sea lo segundo, desde el pensamiento crítico tenemos el desafío de construir nuevos horizontes, nuevos imaginarios que propongan un futuro alternativo a la distopía y vuelvan a entusiasmar a las grandes mayorías. Por eso no debemos tenerles miedo a debates de fondo, como el del salario universal, el de la regulación de las nuevas formas de trabajo o el del acceso a la tierra y la vivienda.
Se vienen tiempos de mayor adversidad, es inútil disimularlo. Así como traerán mayores dificultades, también abren una oportunidad de reapropiarse de la rebeldía, como sucedió en 2009. No es momento de hacer leña del árbol caído. Quedan dos meses que necesitan de mucha militancia, humildad y unidad en la diversidad.
*Los autores de esta nota integran el colectivo de pensamiento Agenda Argentina.
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