Originalmente editado en los años noventa como parte de una colección dedicada a minorías que dirigía María Moreno, el libro vuelve al ruedo actualizado. Obra cardinal del autor de Correrías de un infiel y Sobre Sánchez.
Originalmente editado en los años noventa como parte de una colección dedicada a minorías que dirigía María Moreno, el libro vuelve al ruedo actualizado y engordado por el sello Blatt & Ríos. “En Pampa y la vía es producto de indagar en la historia del croto y del linyera, pero esa investigación fue posible porque recuperé un pasado de mi viejo, que había sido linyera y croto durante su adolescencia, y eso de alguna manera también explica mi trashumancia”, dice Baigorria en diálogo con Tiempo Argentino.
En sus libros Postales de la contracultura (2018), Sobre Sánchez (2012) y la novela Correrías de un infiel (2004), Baigorria ensayó fascinantes ejercicios de memoria. Crónicas de viaje, reflexiones, ficción histórica, manifiestos, manuales de supervivencia… Toda la obra de Baigorria –más de diez libros- es difícil de encasillar. En ella hay espacio para todes: los beatniks, los linyeras, los pueblos originarios, los exiliados del Delta, los escritores errantes, los libertarios, las Panteras Negras, los yippies del Youth International Party (YIP), los ecologistas, las orgías, las feministas, los freaks, la prensa alternativa, los nudistas, los desertores del hogar, de la escuela y del servicio militar… Nosotros versus ellos. Si querés leer algo que te parta la cabeza, comprate un libro de Baigorria. O seguí el consejo del anarco Abbie Hoffman: andá a una gran cadena de librerías, fijate si el vigilante está distraído y cometé un acto de justicia contracultural. Robá estos libros.
– ¿Cómo fue el proceso de investigación para En Pampa y la vía?
-Te puedo contar cuál fue el origen de la idea del libro. Todo empezó cuando en el ´95, desde la editorial La Marca, me proponen producir una antología con diversos argumentos sobre la “sociedad del ocio”, que luego titularía “Con el sudor de tu frente”. Allí reuní textos de dos series de tradiciones críticas respecto al trabajo. Por un lado, una crítica al trabajo más bien clásica que defendía la libertad de espíritu en la vida cotidiana para cultivar el ocio. Por otro lado, una crítica anarquista que venía de los comienzos de la revolución industrial y que cuestionaba al trabajo que hacía girar la rueda del capitalismo. En la historia de las ideas, ambas críticas coincidieron en denunciar la deshumanización y enajenación del trabajo. De modo que compilé textos que ponían en diálogo a esas dos tradiciones críticas, una elitista y otra anarquista, escribí un prólogo y presentamos la antología. Paralelamente, junto a Christian Ferrer, Guido Indij y Carlos Gioiosa (“Cutral”) pusimos en escena algo así como un gesto de agitación mediática que llamamos la “Fundación de Alergia al Trabajo”. Fuimos a los medios, repartimos comunicados y realizamos una marcha a desgano de cien metros un 2 de mayo, en un autoproclamado Día Internacional del Ocio. Al poco tiempo, desde Mar del Plata me escribió un grupo de gente que quería adherirse a la fundación. Era un grupo, encabezado por Pedro Ribeiro y Ana María Ordoñez, que reivindicaba la figura del croto histórico. Ahí empecé a asociar: crotos, trashumancia, crítica al trabajo. Más tarde apareció la posibilidad de publicar un libro para Editorial Perfil en una colección sobre minorías que dirigía María Moreno. Me propuse escribir sobre el croto y el linyera de los primeros tiempos, no sobre el carenciado producido por el modelo neoliberal. Y un día, hablando con mi viejo, él me cuenta que había estado tres años viviendo, viajando con los crotos y que él mismo fue un croto, durmiendo a la intemperie, en la vía. Fue durante las décadas del ’30 y del ‘40, cuando parece que ser croto era lo más, según me contaron algunos de los mismos protagonistas. Sobre todo el legendario Bepo, José Américo Ghezzi, al que fui a entrevistar a Tandil, y también otros linyeras históricos, Martín Finamori y Germinal Cerella, además de testimonios que reuní gracias a la película de Ana Poliak Que vivan los crotos, junto al aporte clave de la investigadora Alicia Maguid y al conocimiento de la realidad psico-cultural del croto según la mirada del psicólogo social Alfredo Moffatt. El proceso de investigación en sí implicó concertar entrevistas en una época en la que no contaba con internet ni con teléfonos celulares de las fuentes directas, además de visitas a archivos de diarios, bibliotecas y hemerotecas. Y las conversaciones domingueras con mi padre, en las que podía cotejar lo que yo iba descubriendo con sus propias experiencias de vida.
-¿Qué sumaste en esta reedición?
-Por un lado, los testimonios de Germinal, que habían sido suprimidos de la primera edición por expreso pedido de la misma fuente, que temía que los hechos delictivos que él había relatado podían traerle problemas en vida. Ya fallecido, tuve libertad de hacerlos públicos. Por otro lado, la comparación entre aquellos crotos rurales que deambulaban entre cosechas en el campo, viajando en los techos de los trenes, y los actuales cirujas y linyeras urbanos. Pude hablar con muchos de estos cuando en el 2021 me integré a grupos de voluntarios que recorrían distintos barrios para llevar una sopa, un té o café y galletitas a gente llamada “en situación de calle”, esa gente que duerme en las esquinas, bajo los aleros de edificios o bajo los árboles de una plaza.
-Hablaste del carenciado del modelo neoliberal, qué lo diferencia del croto.
-Hay diferencias aunque en el ciruja actual también aparece de pronto el discurso de la libertad, como esos linyeras de campo del siglo XX, pero la distinción central es que aquellos tenían en el horizonte la esperanza en una revolución que suprimiese el Estado y las clases sociales, es decir, que cambiase la vida en su totalidad. Por otra parte, como andaban por zonas rurales, no estaban obligados a vivir en medio de la basura que genera la ciudad, como ocurre con los cirujas de hoy. Hay que aguantarse ese dormir y comer en público, sin pared mediante, expuesto todo el tiempo a la mirada de los otros. Esa mirada puede ser violenta, intolerable e intolerante. Ahora, lo notable es que mucha de esa gente que está en la calle en forma estructural, permanente, quiere estar en la calle. Vivir ahí es más barato que bajo techo, dicen algunos, sobre todo aquellos más solitarios. Diferente es la condición de las parejas que están con sus hijos y que quisieran ir a pernoctar a algún hotel pero el dinero no les alcanza o no los aceptan. Otra alternativa para estas familias indigentes sería alquilar una pieza en la villa, pero dicen que ahí hay más inseguridad, que les roban. Hay muchas historias rasgadas, desgarradas, fisuradas por la vida urbana contemporánea. Hay crotos punk, descendientes de aquellos llamados “obelos” que en otros tiempos deambulaban alrededor del Obelisco, o casos como el de “Pechito”, Adrián Alejandro Ferreyra, que vivió doce años en Scalabrini Ortiz y Santa Fe sobre un colchón, a la salida de un banco, con sus dos perros y un televisor con cable que tenía enchufado al edificio de al lado. El discurso piadoso que emerge ante la visión de ese paisaje de indigencia hoy falla en reconocer la demencia que produce la propia vida urbana en el capitalismo, atribuyendo la situación de calle a temas puntuales como serían la falta de trabajo o el no poder pagar un alquiler, cuando el problema es mucho mayor. Hay alcoholismo, adicciones y delirios inducidos por la vida misma en un sistema atroz, un sistema que produce gente que no puede soportar más y se desplaza hacia los márgenes. Quedan ahí a la vista como muestras de un tipo de exclusión extrema, absoluta, forzada por la demencia de una sociedad tan insensible en la que parece natural que en las veredas haya gente tirada como basura, y que pasemos a su lado sin que nos importe saber si duerme, si está enferma o está muerta.
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