Venezuela vivirá este domingo lo que el gobierno llama Consulta Nacional de las Comunas.
Es un evento electoral segmentario, de trabajadores bajos y medios porque las clases dominantes se autoexcluyeron desde 2002 de esta organización social. Les huele a «pobres» y a «junta de comunistas».
Son en total 3641 Comunas registradas dónde se organizan casi 40 mil consejos comunales que juntan, probablemente y en forma irregular, a un aproximado de ocho millones de pobres. Se mapean como 53 comunas indígenas, 971 de campesinos y campesinas pobres, 1724 suburbanas y 893 en los barrios pobres de las ciudades. Según el Ministro de Comunas, Ángel Prado, se realizaron «más de 3000 asambleas territoriales de comuneros».
La Comuna es uno de los recuerdos más preciados del chavismo original que, en 2012, Hugo Chávez quiso convertir en la base de un Estado no capitalista de tipo comunal .
El gobierno ha dispuesto para este año de buena facturación petrolera, unos 450 millones de dólares a repartir entre la suma de proyectos elegidos, que podrían ser más de 2.800. A países neoliberalizados como Argentina o Chile, esa suma de dólares y la existencia misma de las Comunas podría sonar a «socialismo» o algo muy radical. Sin embargo, para muchos militantes bolivarianos, es irrisorio ante los U$S 4500 millones que recibió este año la nueva burguesía asociada a Miraflores, para sus insumos, importaciones y compra de dólares.
A esa queja se suma la condena a muchos alcaldes y alcaldesas (intendentes) «que nunca vienen al barrio», comenta Pepe, un trabajador chavista de Maracay.
Para el vapuleado y sobreviviente gobierno de Nicolás Maduro, en cambio, estás elecciones comuneras tienen otro valor. El gobierno quiere cumplir con el viejo apotegma según el cual una victoria debe ser continuada por otras victorias para no convertirse en derrota.
En palabras del presidente Maduro, significa: «Ya hemos derrotado al fascismo y ahora vamos por una nueva victoria el próximo 25 de agosto». Lo declaró hace este miércoles en Caracas al lado del ministro Prado.
Aunque la «derrota del fascismo» antichavista no ha concluido, es cierto que el madurismo se anotó un gol desde ese mismo día cuando la Sala Electoral del Tribunal Supremo lo confirmó como presidente hasta 2031 tras terminar la revisión de las Actas de votación.
Con más de 2000 opositores detenidos y la violencia callejera contenida, sólo le queda un frente externo: Lula y Petro. Pero este frente es débil. Washington prefiere negociar con su «maldito bolivariano» del Caribe, que sostener el estigma de Lula y Petro, quienes califican al gobierno de Maduro de padecer un «sesgo autoritario».
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