A pesar de descreer del género biográfico, Liliana Villanueva escribió con el formato de una entrevista la vida de la entrevistadora legendaria del Río de la Plata, María Esther Gilio, de la que fue amiga íntima.
“Te lo cuento y siento un nudo en la garganta, aquí.”
“Nunca pude cerrar ese círculo. Nunca me perdoné no haber llegado a tiempo, poder decirle que la comprendía, que la perdonaba. Pasaron setenta… no, setenta y tres años. Tuve esa historia guardada en mi puro inconsciente todo ese tiempo y recién ahora me animo a contarla. Yo tenía quince años cuando murió mi madre. Unos meses más tarde conocí a Onetti.”
Este episodio contado en primera persona con el formato de una entrevista periodística en la que están omitidas las preguntas pertenece a la vida de una de las mayores entrevistadoras del Río de la Plata, María Esther Gilio, quien murió en su ciudad natal, Montevideo, en 2011, pero que se había convertido en una leyenda del periodismo desde mucho tiempo atrás.
Quien trae su voz es Liliana Villanueva, también periodista, a través de Lloverá siempre (Criatura Editora), el libro con el que ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba en 2017 en la categoría Literatura Testimonial.
No es la primera vez que recibe un premio importante. Con Las clases de Hebe Uhart(2015, Blatt &Ríos) se hizo acreedora del Premio del Lector de la Fundación El Libro de Buenos Aires. Si la palabra best seller no estuviera tan asociada a un enorme aparato de propaganda, podría decirse que ese libro lo fue, dado que se convirtió en una referencia insoslayable para todo aquel que se interese por el oficio de la escritura. En 2017 publicó Sombras rusas, un libro de crónicas (ella se autodefine como cronista) y poco después de Lloverá siempre apareció Maestros de la escritura (Godot), un libro referido a los talleres literarios rioplatenses en el que confluyen diversos escritores, desde Abelardo Castillo a Hebe Uhart y también María Esther Gilio.
La gestación de un texto
Villanueva acaba de volver de China y está sentada en un bar de Belgrano. Sin embargo, dice que aún no volvió del todo. Nació en Buenos Aires, pero vivió en Berlín, Moscú y Montevideo. Afirma que no buscó ser nómade, que la fueron llevando a eso las circunstancias. “Siempre tuve un techo sobre la cabeza, pero nunca tuve piso.”
Fue precisamente en un viaje de Colonia a Montevideo donde conoció a Gilio. A pesar de la diferencia de edad, ambas fueron amigas íntimas durante siete años, hasta la muerte de María Esther.
El lector desprevenido puede pensar que las circunstancias de la entrevista que se plantean en el texto se ajustan rigurosamente a la realidad, es decir que en una tarde lluviosa, durante un apagón histórico ocurrido en la ciudad de Montevideo, ambas mujeres conversaron nueve horas amparadas por la penumbra y que, luego, Villanueva transcribió la charla omitiendo sus preguntas para que apareciera sólo la voz de Gilio. Pero esta es una verdad a medias.
Sí es cierto que Villanueva eligió no aparecer de forma explícita, lo que atribuye a una costumbre de vieja lectora de entrevistas. “Jamás leo las preguntas –dice- porque si el entrevistado es bueno la pregunta va a estar implícita en la respuesta.” Pero el libro no es una reproducción textual de una larga entrevista.
En el bar de Belgrano habla de la “cocina” de Lloverá siempre. El título que alude a la tarde lluviosa del extenso diálogo, está tomado de una novela de Onetti, Cuando ya no importe. “No había un proyecto claro de hacer un libro. Era una especie de nebulosa que había entre María Esther y yo. A ella le habían propuesto hacer una biografía o autobiografía. No me lo dijo de manera clara. Finalmente resultó que tenía que escribir ella y había comenzado a hacerlo, pero no con un orden cronológico, sino que comenzó con algo muy traumático que fue su secuestro en Brasil, que es justo el material que faltó del archivo de la Biblioteca Nacional de Montevideo, un material que alguien sacó. Ella era muy metódica para guardar sus cosas y ese era un material que me hizo leerle en voz alta, una narración larga de más de dos horas que no pude volver a encontrar.”
“No fue sólo una larga entrevista de nueve horas. Fueron muchos años de amistad. Durante el año que viví en Montevideo la veía todos los días. Nunca le pregunté nada personal. Nunca le pregunté lo que todo el mundo quiere saber y todo el mundo le preguntaba: si tuvo o no algo con Onetti. No me importa la vida privada de la gente pública. A mí me interesaba el detrás de escena de sus entrevistas. Luego ese propósito inicial se amplió porque comenzó a hablar de su infancia y fue algo muy lindo. Surgieron cosas inesperadas como lo del asesinato de su madre, que se había separado de su padre y que mantenía una relación con dos hombres. Era algo que ni a sus hijas le había contado con tanto detalle. Después apareció Onetti y comenzó a ocupar más espacio del que yo había previsto porque le interesaba más a ella que a mí. Es más, yo pensaba dejarlo para el final. Cuando tuve el primer capítulo con la infancia de María Esther se los mandé a las dos hijas. Al día siguiente me llamó una de ellas, Carmiña, y me dijo que le había gustado mucho, ‘están todas las cosas que me hubiera gustado preguntado a mamá y no lo hice’, me dijo. Eso me produjo mucho alivio y me dije ‘ahora sigo’.”
Género mestizo
Bajo la forma de la entrevista periodística, Villanueva escribió una biografía sui generis que tiene el suspenso de una novela. “Nunca grabé las entrevistas que tuve con ella, pero llené muchos cuadernos con anotaciones sobre lo que me decía. Todo lo periodístico tiene que ver con las cosas que ella me contó y lo biográfico es producto de la investigación que hice en la Biblioteca Nacional de Montevideo. Estuve tres meses en Uruguay trabajando a full. Cuando tenía casi armado el libro completé muchos datos con audios que me mandaron de Canal 5 de Montevideo en los que ella habla de su vida. Hay algo básico en periodismo y es que hay que tener una confianza aunque sea mínima en el entrevistado. Yo no sé si todo lo que me contó María Esther es cierto porque no me interesaba que fuera cierto o no, me interesaba el relato que ella hacía de su vida, por eso es una biografía en sentido estricto. Es más, yo no creo en la biografía, porque el biógrafo se pone en una situación de dios que va a investigar todo lo que pasó y ni siquiera se mete dentro de la persona sobre la que escribe. En su familia hay quienes dicen que el asesinato de la madre no fue en la casa, sino en un hotel, pero yo no me puse a investigar eso porque no es la función de este libro, la función fue que ella hablara. Leo muchas biografía porque me interesa, pero siempre lo hago con una distancia parecida al pacto que uno hace con la ficción.”
Por todas estas razones, puede decirse que Lloverá siempre es un libro difícil de encasillar, en el que se cruzan diversos géneros y que a modo de sutil homenaje narra la vida de Gilio con la forma periodística en la que ella fue una gran maestra. No por casualidad Villanueva tiene un doctorado en arquitectura -terminó la carrera a los 21 años- y desarrolló la profesión de arquitecta durante mucho tiempo y con gran éxito. Su libro es una sólida construcción arquitectónica. Ella misma lo confirma cuando dice: “Sé que es difícil de explicar, pero veo mis libros espacialmente, no puedo escribir historias de manera lineal”.
Señas particulares
En Lloverá siempre, Villanueva describe a Gilio como la vio el día que la conoció en el viaje a Montevideo: “una Jeanne Moreau alta, delgada y elegantemente vestida en tonos pastel como su pelo rubio pastel”, que “avanzaba exagerando gestos como si un equipo entero de filmación la estuviera siguiendo”.
“María Esther –cuenta Villanueva- era una mujer muy coqueta. Siempre repitió la historia de que primero leyó El pozo y luego conoció a su autor, Onetti, cuando ella tenía 16 años. Yo conocía esa historia de memoria y también me la creí hasta que comencé a hacer cuentas y comprobé que cuando lo conoció a Onetti él aún no había escrito El pozo. Lo que pasa es que por coquetería nunca decía su fecha de nacimiento y en su DNI argentino logró que le sacaran seis años. En su cédula uruguaya, en cambio, tenía seis años más, pero nunca la mostraba. Esos seis años eran fundamentales. Por su coquetería creó todo un equívoco. Su edad verdadera era un secreto de Estado. Por eso, mis cuadernos de apuntes están llenos de cuentas.”
“Tenía una personalidad desbordante –agrega- pero, al mismo tiempo, se vaciaba de sí misma en su trabajo para poder recibir lo que el entrevistado le decía. No hablaba tanto de ella. Lo hacía cuando se concentraba. Me comentó muchas veces, por ejemplo, la pelea con Onetti porque había usado las entrevistas para escribir la biografía que originalmente había firmado con Carlos María Domínguez y él sólo había autorizado las entrevistas. Ella decía que al final Onetti la había perdonado.”
A los 89 años, la leyenda del periodismo rioplatense, la mujer que se había recibido de abogada y defendido a presos tupamaros, que había sobrevivido a sus exilios, que había sufrido la explosión de una bomba en su casa, seguía celebrando la vida y planeaba con Villanueva hacer un viaje a África. Ejerció su oficio del mismo modo con que encaró su vida: con pasión y curiosidad. Si supo preguntar como ninguna es porque, perpleja y curiosa ante el mundo, ella misma vivió en permanente estado de interrogación. «
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