El 26 de julio de 2010, en un homenaje, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner señaló: “Eva fue la verdadera creadora del concepto de justicia social, que reemplazó al de caridad o beneficencia. Fue una gran reparadora social… Nada fue igual porque significó un punto de inflexión”. Compartimos la precisión de estas definiciones.
Conocemos el diálogo con las “damas de beneficencia” que no querían darle la presidencia de la Sociedad, como era costumbre con las primeras damas, por la gran cantidad de ocupaciones que ella tenía, le dijeron como excusa. Ella respondió con la agudeza que la caracterizaba y les propuso que la presidiera su madre. Pero, sobre todo, lo que hizo fue poner fin a la idea de caridad, y consolidó el concepto de derechos. Por eso también es y será repetida hasta el cansancio su frase fundante: «Donde hay una necesidad nace un derecho». Eso es justicia social.
Otra faceta no tan recordada de Evita eran las reuniones que todas la mañanas tenía con dirigentes del movimiento obrero. Ella fue puente entre la CGT y el presidente Perón. Tenía una conciencia de clase precisa, definida. En Mi mensaje, su libro escrito antes de morir, destaca cómo nunca olvidó de dónde venía, su origen humilde, y que conocer de lujos le permitió ver las miserias de la riqueza para revalorizar la grandeza de las personas más humildes. En sus tiempos de actriz creó un sindicato. Siempre mencionaba a quienes reconocía como sujetos de derechos: los descamisados, los cabecitas, los obreros, las mujeres en sus discursos. Nombrar para politizar y reconocer cómo y para quiénes se gobierna.
Es llamativa su profunda intuición feminista. Aunque enfrentada con las referentes del movimiento en esa época, porque la mayoría fueron parte de la Unión Democrática que confrontó al peronismo. También sentían que esta mujer, plebeya, les había quitado una reivindicación histórica como fue el derecho al voto. Ninguna había conseguido transformar en una agenda de mayorías las reivindicaciones del movimiento feminista. Evita lo lograría incluyendo aspectos de enorme avanzada: crear el partido peronista femenino, la cuota de elección en las listas legislativas de todos los niveles, los derechos de madres solas, el divorcio, el planteo del reconocimiento de la tarea doméstica invisible y la necesidad de remuneración. Una propuesta integral que avanzaba en derechos civiles, políticos, económicos y culturales.
Celebramos su cumpleaños porque es eterna y podemos reencontrarla en cada contexto. Incluso en aquella decisión de llevarla a los billetes de cien pesos, dándonos el placer de convivir con ella en nuestra vida cotidiana, en ese bello billete, afrentado luego con el reemplazo por animales, como sabe hacer el neoliberalismo, despreciar a las personas, y más aun a las grandes líderes populares. Por todo esto y mucho más, vale situar a Eva Duarte de Perón, Evita, como la figura fundante, emblema, del feminismo popular que abrazan miles y miles en este siglo XXI. Ese feminismo que se confronta desde la vida cotidiana, que se nutre de la realidad de las mujeres de a pie. Que no tiene contornos delineados académicamente, sino más bien fronteras difusas y que, como todo lo popular, es atravesado por los sentidos comunes que permean nuestras culturas.
Si nos acercamos a este cumpleaños 103, y desde la tarea que llevamos adelante en la construcción del primer Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual en la provincia de Buenos Aires, hay un programa que, podemos afirmar, es hijo dilecto del legado de Evita. Se trata del programa “Mar para Todas”, que consiste en organizar viajes a los complejos de turismo social situados en Chapadmalal y Embalse Río Tercero con contingentes de mujeres y diversidades que se encuentran en el proceso de las salidas de las violencias por razones de género. Permite vacacionar, disfrutar de la playa y las sierras, la recreación, el descanso. Una propuesta que nos invita a intervenir en el proceso de salida de las violencias, desde el lugar del goce. Dando una respuesta material y concreta, pero sobre todo simbólica de reparación y valoración de cada una de las que participan en estas experiencias. Sus relatos son conmovedores. Dejar el dolor atrás, que lo arrastren las olas y vuelva el tiempo de la construcción de proyectos y nueva vida, buena vida. Algo tan simple, pero a la vez tan profundo. Parte de la premisa de la dignidad con la que Evita pensaba los derechos conquistados para el pueblo, sobre todo para las, los, les más postergados. Es posible hacerlo con un Estado que está allí para garantizarlo. Es necesario reconocer su posibilidad desde una identidad: el proyecto nacional, popular, democrático y feminista. «
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