Gustavo Petro, el candidato del progresismo y la izquierda, logró un amplio triunfo pero menor del esperado. Ahora deberá disputar el balotaje con Rodolfo Hernández, el “Trump criollo” que ya recibió el apoyo del uribismo que quedó tercero.
La animadora hacía malabares para inventar un fervor inexistente. En el bunker del Pacto Histórico, las indisimulables caras largas dominaban el ambiente por sobre el esfuerzo entusiasta de un grupo militante que agitaba a cada rato el “sí se puede”. En las afueras del lujoso Hotel Tequendama, un par de centenares de simpatizantes seguía por pantalla el discurso de Gustavo Petro sin el calor y el color que se preveía unas horas antes. No hubo festejos ni bocinazos en las calles de Bogotá a pesar del resultado inédito: por primera vez en la historia colombiana una coalición del progresismo y la izquierda lograba un abultado triunfo y se convertía en primera fuerza política.
Dos factores dejaron en primer plano el medio vaso vacío opacando al medio lleno. El 40,3% logrado fue sustantivamente menor al que se esperaba (incluso había mucha gente ilusionada con llegar a más del 50% y ganar en primera vuelta). Pero, sobre todo, la expectativa era disputar el balotaje con el candidato uribista Federico Gutiérrez, quien finalmente quedó tercero, y no con el sorpresivo fenómeno de Rodolfo Hernández.
Los cálculos que dejan los resultados finales colocan a la fórmula Petro-Francia Márquez ante un escenario cuesta arriba. Sumando el 28,1% de Hernández y el 23,9% de Gutiérrez, son 11 millones de votos, 2,5 millones más que los que sacó el Pacto Histórico.
En la composición de la concentración callejera predominaban los rostros de jóvenes y mujeres. Algunos testimonios recogidos aportaban los primeros análisis en caliente y, en general, evitaban el triunfalismo. “Sabíamos que cambiar este país no es tarea fácil, aquí la izquierda siempre fue satanizada y hubo una campaña muy ruda de los medios instalando el miedo y diciendo mentiras sobre nuestros candidatos”, argumenta Jazmín, trabajadora social y militante barrial. Oscar, profesor universitario, admite: “No hay que engañarse, la vaina quedó jodida, ahora será todos contra Petro. Toca trabajar duro estas tres semanas y convencer a quienes no fueron a votar”.
Es en el alto abstencionismo donde Petro podría remontar esta, a priori, desventaja numérica. La participación fue del 54%, más o menos la habitual en Colombia (el voto no es obligatorio), y frente al balotaje crecen las posibilidades de interpelar a parte de este electorado históricamente desencantado.
El otro factor que podría reformular el escenario es si el uribismo se le pega mucho a Hernández y le genera un efecto piantavotos, teniendo en cuenta el descrédito que arrastra esta fuerza asociada a los actores narco-paramilitares pero también a la crisis económica que se profundizó en la gestión de Iván Duque, una ficha del expresidente Álvaro Uribe. “No vamos a poner en riesgo a Colombia ni a nuestras familias ni a nuestros hijos, y por eso votaremos por Rodolfo el próximo 19 de junio”, anunció anoche mismo el candidato uribista; tendrá que ser astuto el empresario veterano para eludir ese abrazo de oso.
El otro dato central de los comicios fue justamente el declive del uribismo, principal vector de las élites colombianas de los últimos 20 años, locomotora de esa maquinaria de guerra responsable de tantas masacres, “falsos positivos” y asesinatos de líderes y lideresas sociales. “Uribe paraco, el pueblo está berraco”, sonaba con fuerza durante el estallido social del año pasado, un hito que marcó el pulso del colapso del régimen uribista y el impulso de una candidatura progresista.
Así lo celebraba Petro en su discurso de anoche: “El proyecto político del presidente Duque y sus aliados ha sido derrotado. La votación total de Colombia lanza ese mensaje al mundo: se acaba un periodo, se acaba una era. Ganó el país que no quiere seguir con los mismos y las mismas que nos han llevado a la situación dolorosa en la que estamos”.
La mala noticia es que las clases dominantes volvieron a mostrar su poder de reciclaje y fabricaron en muy poco tiempo una figura de reemplazo acorde a estos tiempos de hartazgo antiuribista.
“Viejito pero sabroso”
Así se presenta en sus redes sociales Rodolfo Hernández Suárez, empresario de la construcción de 77 años y exalcalde de Bucaramanga, noreste colombiano. Su gran logro fue conectar con esa población desencantada de los partidos tradicionales, presentándose como un outsider con consignas genéricas y un discurso anti-corrupción.
Tuvo un crecimiento vertiginoso en las últimas semanas a partir de su sagaz despliegue en TikTok, el gran espacio que le dieron los medios y su supuesto perfil “ni de derecha ni de izquierda”. Casi sin presentar propuestas de gobierno, sin realizar actos públicos ni asistir a los debates presidenciales, el “Trump criollo” se metió en el balotaje e incluso aparece como favorito. “Hoy perdió el país de la politiquería y la corrupción”, anotó anoche en sus redes.
Hernández fue construyendo el personaje con un estilo coloquial y agresivo, protagonizando polémicas como cuando, siendo alcalde, le dio un cachetazo frente a las cámaras a un concejal. O cuando se confesó admirador de Hitler. Tampoco esconde su retórica machista y misógina. “La mujer metida en el gobierno a la gente no le gusta. Es bueno que ella haga los comentarios y apoye desde la casa”, dijo por estos días en una entrevista.
También fue protagonista de un inédito traspié, al desconocer la existencia de una provincia del occidente colombiano cuando un simpatizante se le acercó y le pidió un saludo para el departamento del Vichada. “¿Para el Vichada? ¿Eso qué es?”, lo sorprendió el candidato. Lo tragicómico del asunto es que Hernández fue el más votado este domingo en Vichada…
Final abierto
La izquierda colombiana hizo una elección histórica. Petro sumó casi 3 millones de votos más que en la primera vuelta de 2018 (además, por primera vez, será primera minoría en el Congreso). Sin embargo, las altas expectativas previas dejaron un sabor amargo y un desafío inmenso de cara al balotaje del 19 de junio.
Pero la política no se lleva bien con las matemáticas y tal vez haya que volver a esa célebre máxima atribuida a Antonio Gramsci de afrontar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad.
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