Mientras la mayoría de la gente espera con ansias esta época del año, la población de las prisiones afronta la monotonía de un encierro sin actividades recreativas, talleres ni deportes, y con menos visitas.
Las internas e internos pasan las altas temperaturas con más encierro, menos visitas y sin una rutina diaria de actividades recreativas y de reinserción social. Incluso, en algunas unidades no pueden salir al patio o a la biblioteca. Así lo denuncia la Red Creer, integrada por 160 organizaciones sociales especializadas en contexto de encierro.
“Si bien durante el año se pueden garantizar algunas actividades de inclusión socio económica como la educación formal y profesional, hay espacios de trabajo que no se garantizan en verano”, cuenta a Tiempo Florencia Sequeira, coordinadora de Creer.
Para la directiva, no es novedoso que muchos servicios penitenciarios tengan como regla la disminución de las actividades por falta de personal que pueda garantizar la seguridad de los eventos. Sin embargo, la profundización del encierro que esa pausa genera, conlleva otras consecuencias negativas para quienes cumplen la pena: “nosotros manifestamos la necesidad de que se garanticen estas actividades en los meses de verano sino se vuelven muy duros para esas personas que no tienen otros espacios formativos que, a la vez, son de contención, acompañamiento y cuidado”.
El panorama no es uniforme en todo el país, pero la tendencia es que las unidades no tengan actividades en el verano. El Servicio Penitenciario de cada unidad provincial o federal establece sus reglas en la que inciden diferentes factores: la cercanía (o no) de lugares urbanizados, la disponibilidad de un espacio diferenciado para talleres así como la cantidad de agentes que puedan conducir esa rutina y garantizar la seguridad: “hay provincias con más recursos que otras. En Buenos Aires, por ejemplo, hay más internos pero se cuenta con más actividades y recursos mientras que en las cárceles mas alejadas se discontinúan los talleres”.
“Estamos aislados de todo. En Tierra del Fuego oscurece recién a las 11 de la noche en época de verano. Los días son más largos y entonces también las horas de encierro en los pabellones, sin poder interactuar o sin hacer actividades creativas”, relata Soledad Carnebale, integrante del Comité Nacional contra la Tortura (CNPT) y parte de la Asociación de Mujeres e Hijxs y Familiares de Detenidos de Tierra del Fuego. La comisionada expresa que durante el año hay formación de escuela primaria y secundaria, también actividades recreativas como las huertas pero que todo se suspende en verano. “En vacaciones es cuando mayor denuncias recibimos en el CNPT, hay llamados por varios problemas incluso entre los internos porque se termina todo y la gente desespera. Sin rutinas diarias se hace eterno el encierro”, asegura.
Considera que el Servicio Penitenciario de cada jurisdicción debería prever un calendario de actividades para esta época como el que existe durante el año lectivo, quizás con otras actividades pero que impliquen un espacio de diálogo: “ahora una parte del Servicio Penitenciario hizo una gestión para que se haga un torneo de fútbol intramuros. Ellos también se dan cuenta de que estas actividades generan menos tensión entre los internos que estar encerrados las 24 horas del día sin salir a tomar aire”.
Las condiciones climáticas de la provincia más austral tienen consecuencias directas en la salud mental de los internos: “la falta de sol genera un estado de depresión y una tasa de suicidios alta. Esta es la época de mayor sol, en la que podrían disfrutar más afuera pero se la pasan engomados y pierden la noción del tiempo. Hay que tener en cuenta que en época de frío se acortan los días, solo hay cinco horas de sol, llegan los fuertes vientos y ya no se puede disfrutar de los espacios externos. Son cuestiones que agravan el encierro”.
La Fundación Tercer Tiempo trabaja con población carcelaria del centro y norte de Santa Fe desde hace 15 años. En una provincia atravesada por el narcotráfico y que promueve los modelos de cárceles de Bukele, Fernando Benítez cuenta que fue un proceso difícil lograr un calendario de verano dentro de las unidades: “en ese período (de vacaciones) se retiraban la política social y las organizaciones, pero las personas seguían estando ahí. A nosotros nos pasaba que se rompía el vínculo logrado con ellos y su entorno familiar y después era volver a empezar, de cero. Además quedaban en aislamiento”. Tras largas negociaciones, unidad por unidad, la Fundación acordó que el receso para las actividades fuera solo de dos semanas, a fin de año.
Su abordaje es desde el deporte profesional del rugby. “Son poblaciones que vienen del fútbol, y el rugby se consideraba cheto, para un nivel de clase media. Pero lo real es que es un deporte que tiene una veta de agotamiento físico y permite transmitir formas de respeto a las reglas del juego. El Servicio Penitenciario ve que baja el nivel de conflictividad. Eso los seduce y nos permite que vayamos a joderlos en enero”.
Al tratarse de actividades físicas que se hacen al aire libre, hay días que no es posible realizarlas ya sea por el calor intenso o por alguna lluvia intensa de verano. “En esos casos vamos con yoga o junto al equipo de habilidades socioemocionales. Hay algo que no interrumpimos en todo el año que es el dispositivo de consumos problemáticos”, cuenta. La Fundación no solo trabaja en las cárceles de adultos, también en centros cerrados de menores en los que acompañan a los niños y jóvenes con talleres y juego en equipos como excusa para un abordaje más amigable, que tiende a su posible reinserción social.
Hay un problema que atraviesa todas las cárceles del país: la superpoblación. Y el panorama próximo parece que no mejorará la situación. Desde el Comité Nacional para la Prevención de la Tortura y el Consejo Federal de Mecanismos Locales advirtieron que el proyecto del Ejecutivo que avanza en el Congreso sobre la Reforma del Código Penal y Procesal Penal en materia de reincidencia, reiterancia, concurso de delitos y unificación de condenas agravarán la sobrepoblación en los lugares de detención. Mientras, la ministra de Seguridad Patricia Bullrich volvió a hablar de construir más cárceles, pero que sean realizadas por privados.
Soledad Carnebale de la Comisión Nacional contra la Tortura de Tierra del Fuego, cuenta que los presupuestos de los servicios penitenciarios son cada vez menores: “se manejan raciones de comida que antes eran más abundantes y de mejor calidad y ahora son más acotadas. Es muy limitante el protocolo de ingreso de alimentos, la familia no puede entregar nada preparado o elaborado. Hoy si quieren ingresar fiambre, que de por sí es carísimo, tiene que estar envasado al vacío y eso es un mayor costo”. Ante la gravedad de la situación económica, muchas familias optan por no visitar a los internos o solo lo hace una parte de su familia: “en vez de viajar hasta la unidad que está lejos, al costado de la ruta, y que implica mucho gasto, prefieren enviarles algunas pertenencias a sus familiares detenidos. No solo la ración de comida es acotada, también se van acotando las relaciones familiares por lo económico”. El factor económico, de esta manera, rompe el vínculo familiar y el contacto, sobre todo con niños y niñas. “Nosotros trabajamos con las familias de los internos y vemos que está complicado sostener hasta las visitas, sobre todo para las mujeres. No llevan a los hijos porque ese día tendrían que llevar más cosas (alimentos) para compartir con su familiar interno y también con sus hijos, es mucho más el gasto”, asevera.
“Cuando no hay dinero se reduce la cantidad de insumos, visitas, alimentos, incluso los pañales, aceite, talco para los hijos de las internas. Hasta el ánimo se ve afectado porque están todos peleando por lograr la cena de la noche”, dice Marcelo Koyra de Fundación Crear, quien trabaja en la cárcel de mujeres en Los Hornos (Buenos Aires) con el proyecto “Hagan ruido, niños jugando”.
Durante el verano, en el Penal de Los Hornos se suspenden las actividades para las adultas y solo continúan para las embarazadas e infancias de 0 a 4 años que viven con sus madres. Cuando las niñeces alcanzan la edad de 4, deben dejar el penal, lo cual es un proceso difícil, doloroso. “Las familias en el exterior cuidan a los hijos de las detenidas, se hacen cargo de esa crianza con todo lo que implica: escolaridad, alimentación, vestimenta. Y son familias, en su mayoría, de barrios populares”, expresa.
Respecto a la situación del penal, manifiesta: “compartimos la preocupación de la Red Creer por las condiciones edilicias y ambientales de la población carcelaria, tanto las mamás como las niñeces están en pabellones sin climatización alguna, con las altísimas temperaturas donde a pesar de que hay pabellones más amigables, lo securativo es prioridad. Se crían en espacios físicos que están pensados para el encierro y no para la niñez”.
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