“El último vagón” o una docente como partera del derecho a la educación y la literatura

Por: Gabriel Brener

La película de Netflix ofrece la oportunidad de asomarse a una historia sensible, que –aunque no se lo proponga– habla del derecho de los más humildes y el privilegio de los poderosos. Un final edulcorado no invalida la invitación a la reflexión que facilita el film mexicano.

Aquí van algunas impresiones en torno a El último vagón, una película mexicana que se estrenó en estos días basada en la obra del libro homónimo de Ángeles Doñate, que no leí pero conocí porque  Netflix la convirtió en film. Quiero avisar al lector/a que este que sigue contiene spoiler, razón por la cual sugiero ver la peli y luego continuar.

Se trata de una historia en dos tiempos. En un tiempo, un niño, que vive con su padre y madre en el vagón de un tren, logra asentarse como excepción en un lugar, a contramano de su vida atravesada por el desarraigo como regla. Ya que lo común parece marcado por el trabajo de su padre como laburante golondrina, en condiciones hostiles, que va construyendo las vías del ferrocarril con destino  nómade e incierto. En otro tiempo, un inspector de escuelas que va con su moto recorriendo escuelas rurales con un certificado de defunción para cada una. Parece resignado, aunque algo resistente a dar como explicación un supuesto futuro mejor o razones de cantidad e insuficiencia que motivan cada cierre, que él debe transmitir como discurso oficial, aunque le duela o le pese.

Dos tiempos que no son simétricos ni en duración ni en despliegue fílmico. Lo del niño, ocupa casi toda la historia del film y el inspector son solo chispazos, que contrastan, incluso inquietan porque insinúa una espera de un final tristemente anunciado. La de Ikal, así el nombre del pequeño nos lleva a recorrer momentos de felicidad que pueden construirse en la infancia cuando a pesar de las hostilidades de la pobreza y la amenaza de tener que marcharse se despierta ese voraz y hermoso deseo por el juego compartido y entonces hacer amigos y sentirse enamorado de una niña, o concretar ese amor inquebrantable con un perro son aventuras que nos despiertan ternura y nos hacen creer aquello que la patria es la infancia. Pero lo que nos conmueve de Ikal es su ingreso a la escuela, que también funciona en un vagón, y que pilotea una hermosa y veterana maestra, que desde el primer instante nos conquista y se muestra convencida por alfabetizar a Ikal. A pesar del rechazo inicial del pequeño, ella insiste, convidándole, con amor, con pausa y pulso firme las letras mezcladas con juegos, desafíos y contraturnos de segunda oportunidad, que van conquistando y transformando la resistencia de Ikal en un viaje inesperado del que nunca querrá bajarse…

Hugo Valenzuela es el inspector que recibe la orden de sus superiores para cerrar las escuelas. Pero la “Malinalli  Tenepatl” situada en la Estación de las Delicias, es la escuela pública a bordo de un vagón, donde Ikal encendió su mecha por los libros y la cultura, ademas de amistades y amores, circo de pueblo y aventuras. Esa escuela pertenece a las que se conocieron como “escuelas Artículo 123” creadas en los años veinte y treinta para dar asistencia educativa a los empleados de empresas agrícolas e industriales y las familias que viajaban con ellos por todo México. Explorando en torno a este tipo de escuelas, irrumpe no solo la historia de la educación y revolución mexicana, sino de la escuela como territorio de disputas entre convertirse en derecho de los más humildes o privilegio de los poderosos. Aunque Netflix no ofrece ni media pista para comprender este asunto, es interesante reponer aquí  en tiempos de reformas escolares de mercado, exámenes PISA como única religión en cada condado, y gobiernos que cierran escuelas y  vacantes, como la historia nos ofrece diversos episodios, en este caso en México con las escuelas rurales , reponiendo la encrucijada entre el derecho de los nadies a convertirse en alguien cuando se asocian la escuela, el Estado y el pueblo; o la imposición del esclavismo con la prepotencia de los hacendados para preservar solo el interés por su capital y acumulación de ganancias, controlando al Estado como en estos días lo hace el imperativo del mercado.

Lo que nos quiebra de emoción se produce en los últimos minutos, porque el guion fílmico no solo empalma ambas historias, sino que las conjuga con la repentina muerte del padre de Ikal por las condiciones en que lo explotan, asi como la partida del niño con su madre y la dolorosa despedida de su maestra y amigos/as. El empalme de ambas historias nos revela que este niño es el inspector y viceversa. Y aquí van dos parentescos fílmicos: En la figura de Ikal, de apellido Machuca,  vaya la similitud con el protagonista de la hermosa peli chilena y el papel de aquel niño, en una escuela y sociedad atravesada por la disputa de clase y el golpe de estado. Por otro lado, me remonta y conmueve como aquella escena final de La Lengua de las mariposas, donde nos incomoda y desconcierta la mirada y acción de Moncho hacia Don Gregorio, su maestro, cuando lo apedrea gritándole rojo, haciéndonos sentir el dolor de las contradicciones cuando son difíciles de digerir, más aun de explicar. Pero pensé en estas intertextualidades porque aquí ese inspector estaría traicionando a su maestra que fue la partera de su lectura del mundo (o del mundo de la lectura), y una puerta a las amistades y el amor.

Reitero, no he leído el libro, solo conozco el relato de Netflix, y resulta de enorme ingenuidad ese gesto final donde ese hombre se despoja del rol de inspector y asume el del maestro como asunto mágico y sin costo. Como si la maquinaria disciplinante que persiste en cualquier sistema educativo y la SEP no es excepción, pudiese quedar disuelta por la intención de ponerle épica y suavizar la relación entre televidente y contradicción. Reivindicando a su maestra, sus amigos con la nostalgia y la vocación, aunque lo que allí opera es el efecto Netflix para concluir con final feliz.

Para cerrar, la película me atrapó y me emocionó buena parte de la historia, siempre me conmueve cuando hay maestra, tal como sostiene la filósofa María Zambrano “tener maestro/a es tener no solo a quien preguntar sino especialmente ante quien preguntarse…”. Ikal Machuca tuvo maestra, pero hay algo tan de México como nuestro para pensar: en Argentina recordamos los ‘90 con “ramal que para, ramal que cierra” y eso fue decapitando pueblos, historias y esperanzas. Aquello que fue el esqueleto de ese Estado Nación que a través de sus rieles construyó un modelo de país, trabajo y educación fue derrotado por un modelo donde el Estado fue condenado por el mercado. En esta historia también está presente este fenómeno en México, cuando la privatización y el poder de hacendados se conjuntaban para lograr que un inspector cerrara la escuela Malinalli Tenepatl.

Ayer, aunque especialmente hoy, viene muy bien estar atentos/as a esa metáfora tan temible de cuando el mercado y sus mercaderes se apropian de manera imperiosa del Estado, en este caso para los designios de la escuela pública…


-Gabriel Brener es especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO).

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  • Muchas y muchos compañeros y compañeras de escuela que por razones de trabajo debían cambiar de escuela, el solo pensar que había una escuela a donde se iría quien nos dejaba, era un sentimiento encontrado, por su ausencia y a la vez saber que no estaba solo en este camino de aprendizaje.

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