El terremoto; por Carlos Ulanovsky

Por: Carlos Ulanovsky

Columna de opinión.

Seguramente harta de las afrentas a las que la sometemos, con cada vez más alarmante frecuencia, la naturaleza nos suelta la mano. La tierra habla, se dice. Y si así fuera se expresa en insultos telúricos como huracanes e inundación, en temblores y tsunamis, o en terremotos como el que acaba de sacudir a México.

Viví durante siete años en el Distrito Federal de ese amado país, tan diferente en tantas cosas, como en características climatológicas y meteorológicas. Tienen el drama nacional, tan difícil de resolver, como es el smog, que cuando trepa a niveles excesivos afecta seriamente la salud y ni siquiera con barbijos se combate. Hay una medida (el índice Imeca) que los medios publican como si fuera la sensación térmica nuestra. Existe una diferencia notable de temperatura entre el mediodía y la noche: cuando oscurece el frescor de las montañas cercanas genera una amplitud térmica que exige dormir con frazada. Entre abril y noviembre se despliega la llamada época de lluvias, que cada día, para disolver un calor importante genera chubascos importantes. Frente al extranjero, los locales apelan a un albur de índole sexual: «Que no te coja el chaparrón» (Chaparro, el petiso argentino). Con el tiempo, húmedos y mal acostumbrados nosotros podemos tranquilizar apelando al «Siempre que llovió, paró». Pero en esa geografía de reacciones irascibles no hay nada peor para el que llegó de pampas planas y felizmente estáticas que un leve sismo, un temblor o un terremoto. Mientras viví allá me tocaron algunos casi imperceptibles, brevísimos, pero dos muy bravos, uno en 1979 y el otro en 1981. Va contra las leyes de la lógica ver bambolearse a un edificio de varios pisos o bailar a postes de luz o de teléfono. Eso que los mexicanos llaman “cultura sísmica” integra un protocolo (recomendaciones como cobijarse debajo de los marcos, evitar escaleras o ascensores, no generar aglomeraciones o huidas de pánico) que de poco y nada sirven en el momento en que a uno, literalmente, se le mueve el piso.

Víctima ella y su familia del terremoto de 1985, y de otro, más reciente, que la sorprendió hace dos semanas durmiendo y de vacaciones en Oaxaca, (en el del 19 de septiembre ya estaba aquí) la periodista mexicana Cecilia González describió esas experiencias en una crónica notable que publicó esta semana la revista digital Anfibia. Con 14 años de residencia en Buenos Aires recordó: «Los temblores ocupan el primer lugar en mi lista de razones para no vivir en México.»

Las edificaciones modernas están cimentadas con una especie de rodillos hidráulicos que durante los terremotos oscilatorios si bien no impiden el malestar, por lo menos le confieren el carácter de un barco sobresaltado en alta mar. El denominado trepidatorio es más brusco. A mí me agarró uno en el último sueño de la mañana y por un instante imaginé que mi cama era una vieja y ruidosa motocicleta. El trágico terremoto del año ’85 echó abajo a edificios antiguos y también nuevos, como si fueran artesanías de papel maché. Por ejemplo, el hotel De Carlo, en donde pasamos la primera noche mexicana. El momento del sacudón es terrible, pero los siguientes son malsanos y duraderos. A ellos contribuyen las réplicas, los sucesivos reacomodamientos, los remezones, sean reales o imaginarios, el miedo. Durante días nos acompaña un aura desagradable, mezcla de abatimiento y náuseas, la sensación de que se nos aflojó un tornillo en la cabeza. Vuelven a mi memoria imágenes de personas que tuve cerca cada vez que la tierra tembló. Veo a la señora que ayudaba en casa o compañeras y compañeros en el trabajo, arrodillados, orando, dejando todos en manos de la fe. Personalmente desconocía a ese Dios al que ellos le imploraban, pero confiaba en que se acordaría de mi familia y de mí. Verlos en ese momento me sirvió más que colocarme debajo de una ventana.

El Terremito

Con el propósito de sostener la atención del público en una transmisión en vivo muy extensa y en la que las novedades eran tan escasas como previsibles el principal monopolio mediático privado de México, Televisa, instaló durante casi un día completo el relato de que las patrullas habían localizado a una sobreviviente. Frente al destruido colegio Enrique Rebsamen, ubicado en el sur de la capital, las únicas cámaras cercanas a los rescatistas eran las del privilegiado canal de las estrellas. El resto de los medios, aguardaba, detrás de cordones. La historia empezó a crecer: que era una niña; que tenía 12 años; que era alumna del establecimiento; que se le veía una mano; que se le había podido dar agua a través de una complicada acción de los expertos. De pronto, la chiquita tuvo nombre propio: Frida Sofía. La noticia de su búsqueda pasó de Televisa a casi todos los medios mexicanos y parte del mundo rogó para que en algún momento pudiera liberarse de esas lozas que la tenían prisionera .

En el caso de México fue más dramático. Una sociedad vulnerada y vulnerable vio en ese operativo un escape amigable, un destellito de vida, una vela encendida en medio de tamaña oscuridad. De pronto, luego de dedicar horas enteras a mostrar las tareas de rescate de todo el país en general y a este en particular Televisa avisó:” Se complica el rescate de Frida Sofía y otros niños en el colegio”. Así como en las guerras una de las primeras víctimas es la verdad, en los fallidos mediáticos el mártir estratégico es la pos verdad. Resulta que a alguien se le ocurrió consultar la nómina de inscriptos y descubrió que no había ninguna alumna llamada Frida Sofía. Ahí comenzó a desarticularse el singular bolazo.

¿Error informativo de la reportera (Danielle Ithurbide) a la búsqueda de sus quince minutos de fama? ¿Inducción oficial a los medios con propósitos distractivos? ¿Doloroso saldo de una interna entre sectores políticos o de las fuerzas armadas? ¿Consecuencia de la desmesura de los buscadores de rating que en todo el mundo son iguales? ¿Un caso de psicosis colectiva? Lo real es que este engaño funcionó a la manera de un escombro más, que golpeó duro en la frente de la ciudadanía y volvió a lastimarla. Y, de algún modo, opacó el significado de la acción vigorosa, solidaria e inmediata( en especial de los jóvenes) de los que salieron a ponerle el pecho a la desgracia.

Algunos recordaron que durante el terremoto de 1985 (dato increíble y que ni en una película catástrofe de Hollywood se hubiera admitido como real es que el sismo haya ocurrido el mismo día pero de 32 años después) sucedió algo parecido. En una vecindad (conventillo) ubicada en el cuadro antiguo de la ciudad y destruida por el movimiento, se buscó durante días a un niño. El tal Monchito nunca apareció, pero eso mantuvo ilusionada y entretenida a miles de personas en medio de tanta pérdida y desolación. La gran diferencia es que en ese momento no existían las redes sociales. Pese a los inevitables colapsos y desmayos tecnológicos la gente se buscó y se conectó a través de los celulares y apenas pudo castigó fuerte desde las redes: «Fraude telenovelero»; » Manipulación emocional»; «Reality perverso»; » Basuras aprovechadores de la tragedia»; «Televisa, este es el último clavo en tu ataúd», fueron algunas de las expresiones, completadas con una convocatoria de gente furiosa expresada en el hashtag «Apaga Televisa». Importantes medios del mundo mencionaron el hecho de que en varias cadenas nacionales el presidente Peña Nieto mentó el caso de la niña a punto de ser salvada. «Una vergüenza para el gobierno», calificó el Washington Post.

Con el absurdo concepto mediático de que los líderes no se equivocan y jamás miran para atrás, Televisa no se hizo cargo de la falsedad. Al contrario: algunos importantes conductores de informativos de Televisa retaron en cámara al subsecretario de Marina, la fuerza que más presencia tuvo en los operativos de rescate. Como era de esperar los marinos recularon en bote frente al poder del multimedio. «Ahora tenemos la seguridad de que todos los niños, o desgraciadamente fallecieron, o están en los hospitales o están a salvo en sus casas», dijo un almirante de apellido Sarmiento. O sea que se disculparon los marinos, pero no los reporteros. Y a otra cosa, mariposa. Hoy (sábado), quien sintonice Televisa comprobará que ya no está en la calle y que se refugió en los estudios. En los zócalos informa que está organizando un Teletón (convocatoria telefónica a beneficio), que volvieron las telenovelas (La rosa de Guadalupe, S.O.S, En tierras salvajes, El pantera, Mi adorable maldición, entre muchas otras) y que, como dijo una conductora, ‘la ilusión por encontrar a un ser vivo valía todo’. El caso Frida Sofía volverá a su condición de anécdota y como tantas veces antes Televisa volverá a ser excomulgada. «

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