La consolidación de la grieta de la mano de la ultraderecha. Vox y sus aliados despidieron 2023 despedazando un muñeco gigante de Pedro Sánchez. La otra descomposición, la de la monarquía
Este último viernes el PSOE entabló una demanda judicial y señaló que el “ahorcamiento de un muñeco de tamaño humano” que identificaba a Sánchez es un gesto de odio que se inscribe en la serie de actos vandálicos contra numerosas sedes partidarias en toda España, durante las últimas semanas. El partido gobernante relacionó los hechos con declaraciones de Santiago Abascal, el líder del partido nazi Vox, cuando días atrás dijo que “llegará un día en el que el pueblo quiera colgar a Sánchez por los pies”. No están activos sólo Vox y Revuelta, una de sus colaterales. El mismo viernes, el director nacional de la Guardia Civil intimó al alcalde PP de Ataquines (Valladolid), que en un saludo institucional incluyó un montaje en el que aparece Sánchez, esposado y detenido por dos guardias.
La ultraderecha española, producto de una mezcla del falangismo franquista, el nazismo y el fascismo, y alineada con las expresiones ultras que se desarrollan en toda Europa, está repitiendo en su propia tierra los pasos dados por sus pares de Argentina, Uruguay y Brasil para consolidar lo que se conoce como la grieta. “Hay partidos políticos y organizaciones de todo tipo que están instalando el odio en la sociedad española”, dice el PSOE en clara alusión a Vox, el PP, Revuelta y las fundaciones Disenso, ASOMA y FAES (ésta, una “alcancía” creada por José María Aznar). Los socialistas no lo dicen, pero esa imagen del Sánchez/colgado y pateado recuerda demasiado la figura de la horca de Revolución Federal en la Plaza de Mayo. Después vino el intento de magnicidio de CFK, el 1/9/2022.
La convocatoria de Revuelta para celebrar la Nochevieja se hizo bajo el lema “Las uvas de Ferraz”. Hacía alusión a la calle madrileña en la que se encuentra la sede nacional del PSOE y a una arraigada tradición española. La de comer 12 uvas al ritmo de las primeras 12 campanadas de la medianoche. En España siempre hay una iglesia católica cercana. Los que logran comer a tiempo las 12 uvas tendrán un año próspero. Cuando el acto en Ferraz se les fue de las manos, porque la dirigencia de Revuelta es más nazi que ellos, Abascal y la dirigencia de Vox quisieron desligarse de la expresión de odio de los suyos. Finalmente, el jueves, debieron admitir que tuvieron mucho que ver con la convocatoria, tanto que dejaron saber que habían financiado los gastos de la reunión callejera.
La patética farsa
En estos días en los que los partidos y las organizaciones democráticas están en estado de alerta, el Diario de Navarra apeló a la historia para trazar un paralelo de la noche de Ferraz con episodios de hace más de cinco siglos ya. “En el año 1465 –escribió bajo el título ‘La patética farsa de Ferraz’– una chusma alentada por cierta parte de la nobleza y el clero de Castilla se tomó con un pelele de madera que representaba al rey Enrique IV. Después de arrancarle la corona entre todo tipo de insultos, derribaron el muñeco en lo que pretendía ser una destitución simbólica. Puesto que los hechos ocurrieron junto a las fortificaciones abulenses (alude a las murallas medievales de la capital de la comunidad autónoma de León y Castilla), la Historia recoge el episodio como ‘La farsa de Ávila’”.
Basado en el mismo episodio histórico, el líder del Partido Socialista del País Vasco, Ximo Puig, encaró a Vox y al PP y señaló que “la frivolización tiene consecuencias, porque no se puede tomar a broma, no estamos ante una cuestión de cuatro desquiciados, es algo más. Al final, cuando se dice que es el presidente o el PSOE el que se está victimizando, de alguna manera se está poniendo la carga de la culpabilidad en la víctima, y eso en ningún caso se puede permitir, no se puede banalizar el mal”. Puig, como tantos, insistió en la necesidad de permanecer alertas ante la impunidad con la que se mueven las colaterales de Vox y el PP, que “recibieron el encargo de ir abriendo una grieta y lo que están haciendo es diseñar un abismo que enfrente a la sociedad española”.
Nada ocurre aisladamente. Acompañando este proceso de aguda descomposición política, la monarquía, un símbolo todavía valorado por los españoles, aporta lo suyo, siguiendo un sendero de decadencia moral que los Borbón se encargan de enriquecer día tras día. Al menos públicamente, el primer episodio de descrédito lo protagonizó la infanta Cristina, cuando encubrió al hombre del cual se está divorciando. Se trata del basquetbolista Iñaki Urdangarín, que hoy cumple una condena de seis años de cárcel por el saqueo de decenas de millones de dólares de arcas públicas de Baleares, Valencia y Madrid, una fortuna a la que habría que agregar otros 2,5 millones para callar supuestas infidelidades de la infanta.
La letra para el chusmerío real la dieron, sin embargo, Juan Carlos I, rey emérito, y la reina Letizia, esposa de Felipe VI. A cambio de no se sabe qué, el ex monarca es un costoso mimado de los amos del petróleo, que siguen haciéndose cargo de sus gastos. Entre otros, del príncipe emiratí Mohamed Bin Zayed al Nahyan, que le donó un palacio de 13 millones de dólares en Abu Dabi y el sultán de Omán, Qaabos Bin Said, que le regaló una propiedad de 63 millones de dólares en un exclusivo barrio de Londres. También Hussein de Jordania y el rey Fahd de Arabia Saudita están en la lista de donantes. Lo de Letizia es otra cosa. Para romper con la aburrida rutina monárquica, la reina se tomó la costumbre de sacar a pasear su delgada figura, haciendo escala en muchas alcobas y otros tantos lechos.
Pasaron algo más de dos siglos desde que los pueblos americanos empezaran a recoger la siembra independentista que les permitió deshacerse, al menos formalmente, de los genocidas llegados en las carabelas, blandiendo una espada, una cruz y una Biblia escrita en un idioma desconocido. Lo de formal no está de más, porque desde entonces la presencia española ha sido una constante en todos los planos. Desde que con sus 5 vocales y sus 22 consonantes se arman las palabras con las que, hasta hoy, y más vendrá todavía, los americanos cuentan –en el idioma dominante– esta historia de dominio que se profundizó con las políticas privatistas retomadas en el último cuarto del siglo pasado.
En el siglo XX, sobre todo en los años de dictadura, y tras la última ola migratoria desatada por la hambruna de la postguerra, llegaban a este Sur los dirigentes de los partidos de la ultraderecha española –falangistas, fascistas, nazis–, los únicos protegidos del franquismo. Venían a buscar los votos de lo que era el distrito electoral exterior más numeroso y traían las promesas de un retorno glorioso, pero apenas dejaban los pasodobles de Pedrito Rico y las huellas digitales de Manuel Fraga Iribarne, el político gallego, mezcla de todo aquello, que ya había plantado la semilla del actual Partido Popular (PP) y paseaba por el mundo su devoción de funcionario servil al dictador Francisco Franco.
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