Columna de opinión.
El Teatro, de la lechería pasó a una sede en la calle Corrientes. Y luego fue yirando de sede en sede, hasta que el Concejo Deliberante porteño de los años ’30, le entregó el solar donde hoy está el teatro San Martín. Allí había otro llamado igual, más pequeño.
Pero en la década del ’40 decidieron construir el actual edificio y le dieron una patada a Barletta… Aunque también le dieron un subsidio lo suficientemente grande como para trasladar el Teatro a otro sitio y lo llevó a Diagonal Norte 943: allí funcionaba un cabaret, y en los pisos superiores se permitía encuentros amorosos… Pero lo convirtió en teatro y ahí funcionó hasta la muerte de Barletta, en 1975.
Aunque resultó que él dejó dos viudas, y no una. Y todo se complicó. Debió cambiar el nombre y llamarse Teatro de la Campana. Hasta que en el ’94, lo compró el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y se pudo recuperar el nombre del Teatro del Pueblo. Por entonces, con Roberto Tito Cossa, Carlos Pais, Marta Degracia, Roberto Perinelli y Eduardo Rovner. y otros, formamos la Fundación Carlos Somigliana como estímulo del autor teatral. Y además tomamos la dirección artística del Teatro.
Claro que en octubre de 2018, el Instituto ocupará el edificio y deberemos irnos de allí. Pero ya elegimos una nueva sede, donde ahora funciona el teatro La puerta Roja, en Lavalle 3636. Tenemos un año para juntar los fondos para comprarlo. En eso estamos metidos y para el jueves 21 se organizó la Noche del Teatro del Pueblo, con la solidaridad de la Asociación de Empresarios Teatrales. Lo que recauden algunas obras de teatros comerciales, como Bossi, Master Show; Casados SIN hijos; Dios no existe, acabo de conocerlo; Doble o nada; I.D.I.O.T.A.; La puerta de al lado; Los Vecinos de Arriba; Que mundo idiota; Sugar; Toc Toc; Todas las canciones de amor; Un rato con él; El Padre / Strindberg y otras, sumarán fondos para nuestro objetivo.
Pero al mismo tiempo estamos tratando de recuperar el Cine Teatro Urquiza, en la Avenida Caseros 2826. De bella arquitectura de época, fue inaugurado el 20 de mayo de 1921. Amplio, confortable, siempre ofreció a los vecinos música, cine y teatro populares. Pronto va a cumplir 100 años de vida y los vecinos de Parque Patricios no quieren que se muera un lugar donde vieron a Mecha Ortiz, a Santiago Gómez Cou, a «Semillita», el actor del barrio, en la blanca pantalla cinematográfica, a Carlos Gardel, a Aníbal Troilo y a la gran Tita Merello en su ancho escenario. Lo que pedimos es que se preserve de acuerdo a las ordenanzas vigentes. Y los ediles de la Ciudad deben convertirlo en monumento histórico. Si no, una nueva vez, una sala teatral se va a transformar en un supermercado o un garage
Y así seguiremos apostando a una actividad que sigue en pie a pesar de todo. Que sufrió un sacudón grande en la crisis del 2001, muy violenta: en estos momentos estamos tratando que no retorne el teatro a transitar por esos sacudones, aunque las condiciones político-sociales para nuestro medio, son muy similares.
Además, porque desde ese momento hubo un crecimiento notable de la teatralidad independiente y de los teatros pequeños, no comerciales, que empezaron a funcionar en la década del ’30 del siglo pasado. Y ese resurgir no fue flor de un día. No dependió de una moda. Fue más intenso y más profundo. Obedeció a la madurez de talleres de dramaturgia y actuación.
Todo eso eclosionó violentamente en un momento en que las defensas de la población estaban caídas, y a partir de ahí, en Buenos Aires existen más de 300 salas independientes, lo que es una enormidad. Las salas se constituyeron como pudieron, en un salón, en un galpón, en un living. Y tuvieron distintas facetas. Esto que parece una acumulación cuantitativa, creó un cambio cualitativo. Mejoraron las selecciones de los repertorios, mejoró la actuación y la dramaturgia.
Y sigue evolucionando a pesar de que las condiciones que nos brinda la sociedad no son las mejores. Hasta hace poco parecía que el autor ya no existía, era una especie de post realismo, donde no aparecía la palabra como hecho fundamental de la obra teatral. Pero eso se fue equilibrando. También pareció en un momento que la actuación absorbía al autor. Hoy se trabaja más en dupla, conjuntamente el autor con el director, y se está dejando el camino de trabajar con los actores en improvisaciones actorales. Se está recomponiendo la función de cada uno de los sujetos teatrales dentro de la obra. Esos cambios fueron producto de una crisis profunda en la que cada uno buscó su rol. Identificarse con uno mismo era una manera de perdurar, en una sociedad tan despiadada. <
*Autor, dramaturgo, ex vicepresidente de Argentares
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