“El Sha” de Kapuscinski: cuando la revolución no fue televisada

Por: Nicolás G. Recoaro

El maestro de la crónica intenta –a partir de notas, grabaciones, fotos– comprender las causas de la caída de la monarquía iraní en 1979. Clásico de clásicos de la no ficción, es reeditado por Anagrama.

Ryszard Kapuscinski creía que la guerra era una tragedia. Por eso cubrió -y sobrevivió- a 27 guerras y revoluciones en África, Asia, América y el Tercer Mundo infinito y más allá. Vivió en mil frentes de batalla y se quedó solo con su alma en ciudades fantasma mientras eran abandonadas en masa. Entrevistó a parlanchines líderes populares, dictadores y señores de la guerra, pero también a sus víctimas siempre silenciadas. Narró la vida con mayúscula de los que pasan a la historia, pero también el día a día luminoso y miserable de la anónima gente de a pie.

Como ningún otro periodista -aunque no puedo olvidar a Rodolfo Walsh-, el narrador polaco logró trazar puentes entre la ficción y la crónica, no sin polémicas. Autor de libros fundamentales para entender hechos clave de la segunda mitad del corto siglo XX, fue el primer escritor de no ficción barajado para el Nobel de Literatura. No se lo dieron antes de que la parca lo alcanzó en 2007.

“El Sha” de Kapuscinski: cuando la revolución no fue televisada“El Sha” de Kapuscinski: cuando la revolución no fue televisada

John Le Carré alguna vez dijo que Kapuscinski era el “enviado de Dios”. Gabriel García Márquez -fana incondicional del autor de Cristo con un fusil al hombro– le dedicó piropos más realistas y mágicos. Lo apodaba el “maestro de periodistas”. Si lo dice Gabo… palabra santa.

El Sha, obra cardinal de Kapuscinski, acaba de ser reeditada –¡17° estampación! – por la editorial Anagrama. Es Irán, corre el agitado 1980 y los revolucionarios tomaron el poder luego de la caída y fuga del sanguinario Reza Pahlaví, último monarca persa. También el ascenso del veterano ayatola Jomeini y la república islámica. En un hotel vacío en el centro de Teherán, el cronista ejerce el violento oficio de escribir.

El cuarto está repleto de fotos, diarios, libros, cintas magnetofónicas, cuadernos atestados de apuntes. Un puzzle para narrar la revolución. Crónica ejemplar, ensayo de alto vuelo, luminosa colección de perfiles, volumen de Historia, manual de supervivencia. El Sha es un libro trasngénero, como toda la obra de Kapuscinski.

El cronista pinta un fresco demoledor de las primeras horas de aquella revolución sin vuelta atrás. “¡El sha debe marcharse!”, era el grito encendido de Jomeini que flotaba en las mezquitas, en las marchas y las batallas contra el régimen que masacraba al pueblo y quemaba en pompas los petrodólares. Escribe el polaco: “El poder es quien provoca la revolución. Desde luego no lo hace conscientemente. Y, sin embargo, su estilo de vida y su manera de gobernar acaban convirtiéndose en una provocación. Esto sucede cuando entre la élite se consolida la sensación de impunidad. Todo nos está permitido, lo podemos todo. Esto es ilusorio, pero no carece de un fundamento racional. Porque, efectivamente, durante algún tiempo parece que lo pueda todo. Un escándalo tras otro, una injusticia tras otra quedan impunes. El pueblo permanece en silencio; se muestra paciente y cauteloso. Tiene miedo, todavía no siente su fuerza. Pero, al mismo tiempo, contabiliza minuciosamente los abusos cometidos contra él, y en un momento determinado hace la suma”. El Sha es Kapuscinski en estado puro. Clase magistral del maestro de periodistas.

Un adelanto: «Destruir el mito»

¿De qué manera el sha había traspasado este límite, pronunciando así la sentencia contra sí mismo? Todo se desencadenó a partir de un artículo en un periódico. Una palabra no sopesada puede hacer volar al más grande de los imperios; el poder debería saberlo. Parece que lo sepa, parece que esté alerta, pero en algún momento le falla el instinto de conservación. Confiado y seguro de sí mismo, comete el error de la arrogancia y se derrumba. El 8 de enero de 1978 apareció en el diario gubernamental Etelat un artículo que atacaba a Jomeini. En aquel tiempo Jomeini vivía en el exilio; luchaba desde allí contra el sha. Perseguido por el déspota y expulsado posteriormente del país, era el ídolo y la conciencia del pueblo. Destruir el mito de Jomeini significaba destruir la santidad, arruinar la esperanza de los oprimidos y humillados. Y ésta, precisamente, había sido la intención del artículo.

¿Qué hay que escribir para acabar con el adversario? Lo mejor es demostrar que no se trata de uno de los nuestros, que es un extraño. Con tal fin se crea la categoría de auténtica familia. Nosotros, tú y yo, el poder y el pueblo, formamos una familia. Vivimos unidos, todo nos va bien, estamos en casa. Compartimos techo y mesa, podemos comprendernos, siempre nos echamos una mano. Desgraciadamente no estamos solos. En derredor nuestro se amontonan los extraños que quieren destruir nuestra paz y ocupar nuestra casa. ¿Quién es un extraño? Un extraño es, sobre todo, alguien peor y, a la vez, alguien peligroso. ¡Si sólo fuese peor y se mantuviera al margen! ¡Pero no! Molestará, enturbiará y destruirá. Provocará, aturdirá y devastará. El extraño te acosa y es causa de tus desgracias. Y ¿dónde radica la fuerza del extraño? Radica en que lo respaldan fuerzas extrañas. Se las defina o no, una cosa es segura: son prepotentes. Lo son, claro está, si las minusvaloramos. En cambio, si nos mantenemos alerta y las combatimos, somos más fuertes que ellas. Y ahora mirad a Jomeini. Es un extraño. Su abuelo era de la India, así que puede plantearse la pregunta: ¿qué intereses representa ese nieto de extranjero? Esta fue la primera parte del artículo. La segunda estaba dedicada a la salud. ¡Qué bien que todos estemos sanos! Y lo estamos porque nuestra auténtica familia es también una familia sana. Sana de cuerpo y de alma. ¿Gracias a quién? Gracias a nuestro poder, que nos asegura una vida buena y feliz, y por eso es el mejor poder bajo el sol. Por consiguiente, ¿quién puede oponerse a un poder así? Sólo aquel que no está en su sano juicio. Si éste es el mejor poder, hay que estar loco para combatirlo. Una sociedad sana debe apartar a semejantes orates, debe enviarlos a lugares de aislamiento. Qué bien hizo el sha expulsando del país a Jomeini. De lo contrario se le hubiera tenido que mandar a un manicomio.

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