La obra de teatro Seré pertenece al género unipersonal. Pero cuando uno la ve, intervienen los milagros y artilugios del mejor teatro.
Seré no es solo una forma futura del verbo ser (en su primera persona, Yo seré). Así se llamaba el impresionante palacio rural que, con materiales todos traídos de Europa, la hija del vasco francés Jean Seré y su marido, mandaron construir a principios del siglo XX. en parte de las 60 hectáreas con las que su padre hizo fortuna con la ganadería y la crianza de caballos de polo. El terreno y su ubicación eran privilegiados, no sólo por la extensión sino por su cercanía con el tren del oeste. Pasaron los años, el espacio tuvo relumbrones y caídas, cuidados y abandonos hasta que en 1967 se convirtió en dependencia aeronáutica. Al llegar la dictadura vieron la oportunidad de convertir la mansión -ubicada en Morón, lindante con Castelar e Ituzaingó– en una de las tantas casas del horror en las que, a lo largo del país, se violentó, torturó y mató a militantes o a sospechados de tales.
La lujosa casona, cada vez más venida a menos, era, nada casualmente, conocida (con esa clase de ironía que no hace reir a nadie) con el nombre de Atila, denominación que aludía a aquel rey bárbaro conocido como El azote de Dios y al que en los mentideros históricos se le atribuyen a él y a su caballo condición de depredadores. Del rey de los hunos y de Othar se aseguraba que allí por donde pasaban el pasto jamás volvía a crecer. La fuga y sus efectos llevaron a los militares a desactivar la prisión. La quisieron borrar del mapa con incendios y explosiones. Sin tener en cuenta que no había dinamita que pudiera tapar ese pasado tenebroso.
A la salida de la dictadura, el terreno de la familia Seré, ahora en manos del Estado y declarado Lugar Histórico Nacional, se transformó, cuál si fuera una lección práctica de derechos humanos en Casa de la Memoria y de la Vida y en un centro de deportes y de recreación de once hectáreas, abierto a todo el mundo y en especial a la multitudinaria comunidad del oeste del conurbano. El polo deportivo, levantado durante la intendencia de Martín Sabatella recuerda desde su nombre a una figura de Morón, el atleta, rugbier, waterpolista y boxeador Gorki Grana, figura de la zona, fallecido en 1985.En marzo del 2010 otro intendente, el licenciado Lucas Ghi dijo, con énfasis de pronunciamiento: «Nunca más este ámbito será sede del horror ni banquete de los impunes».
La obra de teatro Seré pertenece al género unipersonal. Pero cuando uno la ve, intervienen los milagros y artilugios del mejor teatro, y cada uno de sus 70′ el escenario está lleno. Allí puede verse a los integrantes del Tribunal que interrogan al declarante Fernández, a los abogados defensores de los represores, están las risas del público en la sala por las preguntas que hacen los letrados y, en especial, uno percibe la presencia de los miles de detenidos desaparecidos que nunca pudieron escapar.
La línea argumental es pura realidad: nada más y nada menos que la declaración que Fernández hizo en sede judicial. Con recursos de ventriloquia y magia sumado a su alta calidad de actor, Delgado Tymruk con la puesta en escena de Sofía Brito convocan a una ceremonia gloriosa que contiene un mensaje de indudable actualidad principalmente dedicado a nostálgicos de la dictadura y reivindicadores de genocidas. Hace poco, como espectador en el Teatro del Pueblo (*) (se estrenó primero en la Casa de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora) escuché a una mujer: «Así como convirtieron en obligatorio pasar por la Ley Micaela, esta obra tendría que pasarse en todos lados. Se ve que, a pesar de su repercusión, con todo lo que mostró e informó, la película 1985 no fue suficiente».
Cuando, como a cualquier obra, a Seré le llega el final (a la salida entregan como recuerdo-símbolo un clavo) Delgado Tymruk retrocede unos pasos, y dice: «Iré creando conforme hable. No nos han vencido. No nos han vencido. No nos han vencido. Abracadabra. Nunca más. Nunca más. Nunca más. Hay que actuar”. Seguramente, no hay mejor final que ese.
E el propio Guillermo Fernández, desde Francia, dice: «Quisiera agradecer tanto a Lautaro como a Sofía por el coraje, el talento y compromiso necesarios para convertir un relato duro e improvisado sobre las peores bajezas del ser humano, en un momento de poesía y esperanza. Fue una apuesta difícil. El panfletismo o la morbosidad de los tormentos eran trampas que han sabido evitar con inteligencia. Es conmovedor leer la unanimidad de las críticas y los comentarios del público y no pierdo la ilusión del poder ver el espectáculo en vivo. En nombre de todos nuestros desaparecidos, en particular de Alejandro Astiz y Jorge Infantino, compañeros de cautiverio, gracias por recordarnos que ayer es hoy, que esto no ha terminado y que hay que seguir soñando y luchando». «
(*) Seré puede verse en Teatro del Pueblo (Lavalle 3636, CABA): domingos/agosto a las 20 y sábados/septiembre a las 17.
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