«El rugby no le pertenece a ningún partido político ni a una clase social»

Por: Roberto Parrottino

Francisco Ferronato, pilar y capitán de Belgrano Athletic, es además médico en el Hospital Pirovano. Defiende la salud pública, legitima el legado de los rugbiers desaparecidos y pelea contra el estereotipo en su deporte.

«A cualquier persona que se opere se le saca algo del cuerpo, desde un apéndice a un tumor. Eso va a anatomía patológica y es analizado. Es como que tenemos la última palabra del diagnóstico –explica Francisco Ferronato–. Recabamos todos los datos, llevamos la historia clínica. Es el que va armando la jugada y mete el gol. O el try». Ferronato, médico especialista en anatomía patológica, trabaja en el Hospital Pirovano, de lunes a viernes de 8 a 17 y, dice, siempre un poco más. Pero a la vez es el capitán de Belgrano Athletic, club con el que fue campeón del torneo de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) en 2016 después de 48 años. Hijo de madre médica y padre ingeniero agrónomo, también egresados de la Universidad de Buenos Aires (UBA), como él, Ferronato es pilar de rugby y fue tryman en el último Top 12 de la URBA. Nacido hace 31 años en Comodoro Rivadavia, defiende la salud pública por convicción y legitima el legado de los rugbiers desaparecidos.

–¿Qué es el rugby y cómo es su ambiente?

–Los valores que pregona el rugby son favorables para la formación integral de una persona, y cubren muchos aspectos que tienen que ver con la entrega desinteresada y el compañerismo. El rugby, como medio, no como fin, ayuda. A veces se los malinterpreta o deja de lado. Hay hechos aislados, que son repudiables, y que escapan al deporte. La violencia de la sociedad va más allá de un deporte en sí, una banda de rock o un grupo de cumbia. A veces veo en las noticias: «Rugbiers violentos». Sí, pero no es la raíz del problema.

–¿Por qué estudiaste en la UBA?

–Elegir la UBA no me parece nada raro ni excepcional. Aunque sea gratis, se elige la UBA por prestigio. Es cierto que en el rugby más tradicional hay muchos pibes que van a universidades privadas, pero hay un prejuicio. La mayoría son laburantes y por ahí prefieren la facilidad horaria que te da una universidad privada para combinar.

–Dijiste que trabajás en la salud pública por convicción.

–Cualquier persona que egresó de la UBA, y más de Medicina, se implica con cierto compromiso social. No es sólo amor a la ciencia o por un tema de ego: uno tiene vocación, y la vocación es la de ayudar a la gente, a los que no tienen ni obra social ni prepaga. Ese punto tiene que estar en un médico. Y si encima lo hacés en una universidad pública, bancada por toda la sociedad, tenés cierto deber u obligación de devolver algo, y el lugar es la salud pública. Quisiera trabajar siempre en lo público.

–¿Por qué?

–Hay mucho de entregar más allá de lo físico y de las posibilidades. Dar de más, y a veces en infraestructuras y reglas de juego desfavorables. Pero el médico de la salud pública siempre da un poco más: de su bolsillo, de su tiempo y de su salud mental.

–¿Qué punto de contacto hay entre el rugby y la medicina?

–La entrega desinteresada. Eso de dar un poco más de lo que corresponde y no esperar nada a cambio. En ese sentido, el rugby y el médico de salud pública se parecen. Y después, en la medicina en sí hay que ser precavido, pero no es para cobardes. No se puede ir con el freno de mano, o jugar a medias. Ni en la medicina ni en el rugby.

–¿A partir de esa dualidad ves otras cosas?

–Del rugby deporte sólo te puedo decir cosas positivas. Cierta sensibilidad social que te da trabajar en un hospital público, no es algo propio de un médico. En general, en el jugador de rugby hay mucho compromiso social. Quizá no el que a mí me gusta. Pero hay muchos pibes que hacen retiros o misiones ligados a la Iglesia. Y es genuino.

–¿Por qué 152 de los deportistas desaparecidos durante la dictadura militar (220) son del rugby, el deporte con mayor víctimas?

–El compromiso social y el perfil de entrega tal vez está más presente. No me extraña. Tal vez pasa un poco por ahí la explicación. El rugby atraviesa estratos sociales e ideas políticas, y también en los años 70. El reclamo a la Unión Argentina de Rugby para que se los reconozca es legítimo.

–El año pasado, CUBA recién aceptó mujeres como socias.

–Son cosas que de afuera uno no entiende, que no puede creer. Los tiempos van cambiando y todo va decantando. No tenía sentido y así lo expresaron los mismos socios. Por ahí se tardó.

–En la última marcha del Orgullo LGBT hubo jugadores de Ciervos Pampas, primer equipo de diversidad sexual en América Latina. Fue el único deporte argentino que participó en equipo.

–El rugby es más heterogéneo de lo que la gente piensa. Los que estamos adentro sabemos que es así. De repente el rugby sirve para reinsertar a gente que está presa, o trabaja en lugares con cierta vulnerabilidad social: hay rugby en las villas miseria, en casi todos los pueblos. El rugby es más popular de lo que a veces piensan. El Che Guevara era rugbier, jugaba en el SIC, y pateó el tablero.

–¿Hay resistencia a que se amplíe la base de personas que juegan al rugby?

–El rugby no le pertenece a ningún partido político ni clase social. Existe el prejuicio con el rugby. Pero está por demás demostrado. Soy de Comodoro, del Interior, y por ahí me doy cuenta: pasa más por los clubes de la Ciudad y el Área Metropolitana, donde va mucha gente de determinada clase social. Pero cada vez tiene más jugadores y la composición social, cultural y económica es bastante más heterogénea.

–¿Qué sentís cuando hacés un try?

–No sé si la descarga emocional de un gol. En el rugby hay más tries que goles en un partido de fútbol. Es la culminación de todo un esfuerzo, de una secuencia o un momento. Tiene que ver más con el trabajo colectivo que con lo individual.

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