El puente de los mensajes enigmáticos

Por: Nicolás Zuberman

El taxista Oscar Brahim, desde hace más de 20 años, pega frases en colectivos y en su auto, para observar la reacción de la gente. Hasta que se le ocurrió pintarlas en el puente de la Juan B. Justo que cruza sobre Córdoba. Hace pocas horas quiso volver a hacerlo, pero la policía lo interrumpió.

Tal vez sea cierto que Buenos Aires no duerme. A las dos de la mañana, en la altura del puente de Juan B. Justo que cruza sobre las vías del San Martín y la Avenida Córdoba, las luces encandilan. Hasta ahí sube Oscar Brahim, taxista de oficio, artista de vocación, para dejar su mensaje: en medio de la marea publicitaria que impacta desde esa vista panorámica pega una frase en el puente. Ropa oscura, pelvis contra el paredón, medio cuerpo balanceándose al vacío, cepillo con engrudo en una mano, paño enrollado con la leyenda en la otra. Y mucha paciencia. “Cuando vienen los autos, no puedo humedecer la pared. Si les cae el engrudo los arruino”, explica la receta para colocar ese cartel que se volvió uno de los tantos mitos urbanos de la ciudad.

El origen de esta historia surgió en un colectivo, hace más de 20 años. El tablero electrónico que pasaba las noticias durante un viaje fue el motor que encendió la imaginación. “Me dio la idea de pensar en lo loco de estos mensajes que te llegan todo el día. Empecé a buscar frases que cambian según el contexto. Si pongo en el taxi ‘colabore con el cambio’ es una cosa. Si lo pongo en la calle, da para muchas lecturas”, cuenta el Turco, 51 años, tres hijos, técnico en prótesis dental,en plena madrugada, mientras la adrenalina hace que el frío de abril no se sienta.

De esa idea inicial pasó a la intervención en publicidades callejeras, que quedaron registradas en el documental Oscar, dirigido por Sergio Morkin en 2004 (se puede ver en YouTube). Una especie de francotirador urbano que deforma los avisos para cambiar su mensaje. Por esas obras, viajó a Chile y Cataluña, invitado a exponer en congresos de arte urbano en diferentes universidades.

Las primeras frases propias fueron en el bondi. “Escribía algo en un boleto y lo pegaba como un cartelito con cinta bifaz en los respaldos. ‘Somos el resultado de lo que pensamos.’ Y me ponía lejos, a observar. Era divertido ver las reacciones. Hasta que un día vengo paseando con el taxi por Córdoba y veo pibes del Partido Obrero pegando afiches en el puente. Algo me llamó.”

Un primer reconocimiento de campo le demostró que no había peligro. La dársena ancha, la pared bajita y la ansiedad enorme: “Fui a lo de un amigo ploteador. Le dí las medidas del puente. Le pedí un abecedario entero de la A a la Z para usar de molde.Me recomendó la helvética gold, la letra la más visible, y un fondo oscuro. Y arranqué”.

El primer mensaje que se leyó en el puente de Juan B Justo fue ‘necesito niños’. Era octubre de 2002, cuando saltó el escándalo del padre Grassi. Fueron pasando los años y las consignas. ‘No hay hachis’, ‘Subsidio a la creación’, ‘Hoy me levanto sin razón’, ‘¿Quéres ser feliz o tener razón?’, ‘Escoja su recompensa’. Y muchos más.

“¿Qué me gusta? El morbo. El tirar la piedrita y armar quilombo. Ver qué despierta, cómo se sorprende y qué piensa la gente”. En eso también entra en juego el taxi, su consultorio sociológico ambulante. Mientras intenta llegar a los 900 pesos que le sale el alquiler diario del auto, Oscar graba charlas con pasajeros a los que les pregunta por las frases del puente sin reconocerse como autor. Se divierte con las reacciones. Dentro del auto, llegó a colgar un cartel: ‘El baño es sólo para clientes’. “¡Y había gente que preguntaba cómo hacía para tener un baño arriba del taxi!”. Se ríe.

Catorce años después de aquella primera frase, Oscar mantiene la adrenalina. Hace la recorrida previa para ver si los patrulleros están donde siempre. Hay uno de la Federal en Jufré. Y hay dos oficiales de la Metropolitana justo debajo del puente. “Siempre me gustó lo de esconderme”, dice mientras camina a paso rápido la larga subida de Juan B. Justo. Sacar los restos del cartel viejo –‘The house is in order’- lleva su tiempo. Después de media hora, arranca la nueva pegatina. “Keep the change” será el mensaje. “Quedate con el cambio”. La operación queda trunca después de pegar el segundo paño. Desde abajo, solo se leen las dos primeras letras blancas sobre un fondo negro: Ke. Un patrullero de la Metropolitana también subió para observar desde la altura cómo iluminan las publicidades a las madrugadas porteñas y para decirle a Oscar que lo que está haciendo es una contravención. Y que si no tiene permiso se debe retirar.

“Esto no es político. Pego un mensaje porque me gusta. Me quedan dos minutos, ya nos vamos”, se ataja Oscar.

“Ya sabemos. The house is in order –contesta el Policía bueno-, pero si no tiene permiso no lo puede hacer. Estamos de guardia en la zona y nos compromete”, define el policía malo.

Pese al fracaso, él no pierde la alegría. Mientras deja en el baúl el balde con engrudo, el cepillo y cinco de los siete paños que había que pegar, confiesa: “Esto no me amarga. Fueron tantos años de jugar y ahora me vienen a decir que no se puede hacer. Es parte del proceso. Ya lo vamos a resolver. No me gusta negociar. Si vienen y me dicen laburá tranquilo pierde esa cosa del misterio, del tipo que se esconde.

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