Testimonios y postales de una jornada de amor y resistencia.
Peronista de la primera época, don Horacio está ataviado con una remera que inmortaliza un abrazo de Néstor y CFK. También la frase «Vengo a proponerles un sueño». «Lo de anoche fue una pesadilla. Todavía me acuerdo de la imagen del energúmeno gatillando la pistola y no lo puedo entender -se agarra la cabeza el tachero-. No puede haber gente con tanta mala leche, tienen una piedra en vez de corazón. Si te lo tengo que resumir en una palabra, dolor. Somos decenas sintiendo ese dolor. Organizados, en solitario, en familia. Venimos para defender la democracia y bancar a Cristina».
Son miles de almas populares. Las columnas fluyen como ríos por Diagonal Norte, Diagonal Sur, Avenida de Mayo, Reconquista, el Bajo porteño y mucho más allá. A las cuatro de la tarde, la plaza parece un fresco peronista animado de Daniel Santoro. Pablo llegó tempranito al centro porteño desde La Plata para bancar a la «Jefa». Levanta un cartel que dice «Avanti Morocha». «Lo hicimos con mi señora cuando murió Néstor. Ya tiene mil batallas. Estuvo en Comodoro Py, en las plazas de la resistencia, siempre aguantando», dice el trabajador de la Salud y convida un mate calentito.
Cuando vio anoche el arma apuntando a la cabeza de la democracia, Pablo sintió miedo: «Es difícil ponerlo en palabras, hermano, se siente acá, en el corazón. El pueblo peronista está atravesado por tragedias, muertes, desaparecidos, persecuciones. Por suerte, Cristina tienen un ángel que la protege; se llama Néstor. Ahora, la tenemos que cuidar todos en la calle». Al despedirse, el platense deja una reflexión postrera sobre el futuro: «Creo que esta desgracia nos fortalece. Ellos nos quieren muertos, cancelados, ciudadanos de segunda. Pero fijate cómo salimos para darnos fuerza. No tenemos miedo y ahora a trabajar para ganar el año que viene».
Maradoneana y latinoamericanista. Así, se presenta Juana, una bibliotecaria venida desde Villa Mitre. Esta tarde pone el cuerpo por Cristina, por la democracia, por su historia de militancia: «Viví la dictadura en carne propia. Nunca más a la violencia, al odio, al terror». Hace flamear una multicolor wiphala de los pueblos originarios: «Esta plaza combate el discurso del odio. Le decimos no a las balas. Sí a la vida».
Aldo y Camila militan en el Centro de Estudiantes de la Escuela Técnica N° 3 de Quilmes. Los pibes la tienen clara: «La democracia no se negocia. Eso aprendimos en la escuela, por eso vinimos. Luchamos por los derechos de todos y todas».
Tania Luz Figueroa milita en Ammar, el sindicato de las trabajadoras sexuales. La morocha tucumana de sonrisa blanca como salar del altiplano luce un elegante vestidito rosa Dior. Dice que no vino por un plan, por un paquete de arroz, por mil pesos: «Vengo porque Cristian representa mis derechos. Mi derecho a tener un documento que dice que soy mujer. Ella es de fierro. Nosotras estamos para cuidarla».
De la Patria Grande viene Virginia King. Es venezolana. Vive hace cinco años en la Argentina. Se gana el pan como analista política: «Tenemos un vínculo muy fuerte, somos pueblos hermanos. No quiero que Argentina sea otra Colombia, la de la guerra civil y las tragedias, por eso hay que cuidar a la compañera Cristina. Los pueblos saben cuidar a sus líderes».
«Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar», cantan las gargantas poderosas de los militantes de La Cámpora cerca del Banco Nación. Edgardo Costas saluda a las columnas desde la vereda, cerca de una pintada muy actual que dice «FMI: Fondo de Miseria Internacional». Al despedirse al cierre del ágape popular, el jubilado llegado desde el sur profundo del Conurbano dispara: «Vengo siempre a la plaza a defender las conquistas del pueblo. Estuve en la JP, me comí seis años de cana en la dictadura, sobreviví a Menem. Hay que seguir peleando, no nos queda otra. ¡Aguante Cristina, carajo!».
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