El presidente que no es

Por: Ricardo Ragendorfer

Macri y Milei tienen algo en común. En ellos parece palpitar el modelo hispánico de gestión del siglo XVII.

Envalentonado por algún pico virtuoso de su ciclotimia, el presidente Javier Milei posteó en X (antes Twitter) una frase de difícil comprensión: “Nota de color… ¿Saben cómo se dice Faraón en hebreo? Les cuento… PARO. A buen entendedor,  pocas palabras bastan…»

La escribió durante la mañana del 9 de mayo en su despacho de la Casa Rosada, sin despegar la mirada de un enorme televisor, que exhibía, con la pantalla partida en cuatro, una terminal ferroviaria desierta, las persianas bajas de los comercios de la calle Florida, el paisaje insólitamente abúlico de la City porteña y la lenta aproximación de un colectivo casi vacío a una parada.

Fue justamente en ese vehículo donde la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se exhibía como una pasajera más para denostar la medida de fuerza decretada por las centrales obreras, con una tarjeta SUBE que resultó no tener saldo. Una metáfora de la situación del país.

Porque, en aquel mismo instante, el pobre Milei recibía una noticia que cayó sobre su cabeza con el mismo peso que una gigantesca roca en el océano: nada menos que el pataleo de las empresas norteamericanas de energía, muy contrariadas por la deuda del gobierno (que el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, decidió unilateralmente honrar con bonos a 14 años). Un tema que preocupa sobremanera al FMI, a la Casa Blanca y al Departamento de Estado, dado que lo consideran como una “ruptura de contrato”. Y máxime cuando dos de sus accionistas locales son Marcelo Mindlin –titular de Pampa Energía SA– y Paolo Rocca –del grupo Techint– quienes, hasta ahora, fueron los más poderosos sostenes del régimen libertario.

Se trata de una situación que, sin lugar a dudas, tendrá consecuencias a corto plazo en lo que hace a la gobernabilidad.

A eso se le suma otro hecho indeseado: las posibles modificaciones que agrietará a la “Ley Ómnibus” en el Senado, y su consiguiente regreso, una vez más, a la Cámara Baja para su aún incierta aprobación final.

En paralelo, Milei sufría un duro golpe en su autoestima intelectual: en España, el Grupo Editorial Planeta retiraba de circulación su libro El camino del libertario, por falsear su biografía con datos académicos inexistentes.

Todas estas circunstancias ocurrieron ese mismo viernes. Ya a la tarde, su buen ánimo se había ido a pique.    

Desde una perspectiva totalizadora, a cinco meses de haber asumido, la gestión de Milei se deshilacha como un poncho de mala calidad. Y no es para menos, dada la calaña del personaje, sobre cuyas extravagancias y papelones ya corrieron ríos de tinta. Pero, ahora, además, aflora un interrogante: ¿Acaso es realmente Milei quien gobierna el país?

Lo cierto es que su carácter  maleable fue tempranamente advertido por Mauricio Macri. Al respecto, en necesario retroceder a la noche del ya remoto 24 de octubre pasado, cuando, luego de su revés en la primera vuelta electoral, Milei acudió presurosamente a la quinta del líder de PRO en Acassuso, para pedir consuelo y auxilio. 

Allí también se dejó caer Bullrich –la otra gran derrotada de la jornada–, además de otros ilustres personajes: Cristian Ritondo, Diego Santilli, Néstor Grindetti y Luis Petri.

El pacto con el diablo quedó esa noche sellado. Entre otros acuerdos, el ex presidente logró seis ministerios para sí –en caso, claro, de vencer Milei en el balotaje– y los siguientes nombramientos: Javier Iguacel en YPF, Ritondo en la jefatura de la bancada de La Libertad Avanza (LLA), Guillermo Francos en el Ministerio de Interior, Guillermo Dietrich en el Ministerio de Transporte y Guido Sandleris al frente del Banco Central.

Ya se sabe que, de dicho paquete, únicamente Francos obtuvo el cargo estipulado, y que el nombramiento de Bullrich en Seguridad causó su ruptura con Macri, además de incidir en la llegada de Petri a Defensa. Es decir, Milei había traicionado a quien se autopercibía como el titiritero del momento. Un auténtico logro, desde luego.   

Pero ambos personajes tienen algo en común, puesto que en ellos parece palpitar el modelo hispánico de gestión del siglo XVII.

No está de más abordar esta cuestión.

La endogamia o, directamente, el incesto dejaron su huella en los reyes que gobernaron España entre 1598 y 1700 –Felipe III, Felipe IV y Carlos II–,  quienes pasaron a la historia como los “Austrias Menores”.

Sus características más notorias fueron la fragilidad psicológica y una inteligencia rayana a la subnormalidad. Ello, junto con la haraganería y la falta de formación intelectual, hizo que, para cumplir con sus responsabilidades de Estado, tuvieran que apelar a consejeros con atribuciones de monarca –como el Conde-Duque de Olivares y el cardenal Luis de Portocarrero–, los cuales, en rigor, demostraron ser tan ineptos como sus representados.

En consecuencia, aquella centuria significó para el país ibérico la vuelta al feudalismo y una crisis económica empeorada por las hambrunas.

El momento más estrambótico de esa etapa aconteció durante el reinado de Carlos II, al que sus súbditos llamaban “El Hechizado”, ya que sus variadas disfunciones cognitivas causaban esa impresión.

El tipo se entregó al sueño eterno a los 38 años. 

Hay quienes creen que entre fines de 2015 y 2019, su fantasma anduvo rondando en el despacho principal de la Casa Rosada, para regresar el 10 de diciembre del año pasado.

Porque Macri, quien había sido amaestrado por Jaime Durán Barba para brillar desde el poder absoluto, persistía en cometer errores ortográficos hasta cuando hablaba. También, por lapsos cada vez mayores, se exhibía errático, pese los esfuerzos de Marcos Peña Braun, su propio cardenal Portocarrero, por enderezarle la conducta.

En Milei la cuestión es aún más complicada, puesto que con él un solo regente no basta, por lo cual cuenta con un cuerpo colegiado. Lo preside su hermana Karina (una tarotista que, hasta ahora, se ganaba la vida con la venta de tortas a domicilio), secundada por Toto Caputo (un ludópata con el dinero ajeno que ahora maneja la billetera del régimen), su sobrino, Santiago Caputo (un medio pesado en el ring de las redes sociales que ahora selecciona los enemigos del presidente, incluso entre sus propios funcionarios) y Sandra Pettovello (quien se presenta como “especialista en ciencias emocionales” y cuya misión es contener al mandatarios en sus desbordes psíquicos).

¿Acaso no son estos aventureros de la mediocridad quienes detentan en estos días la suma del poder público?

Pues entonces, ¿qué podría salir bien?  «

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