El plus de las copas internacionales: ser visitantes, esa tradición perdida para las nuevas generaciones

Por: Andrés Burgo

Un libro publicado en Brasil sobre la experiencia de un hincha de Palmeiras acompañando a su equipo dentro y fuera del país, un hábito prohibido en el torneo local, revela su admiración por los estadios y las hinchadas de Argentina. El autor bautizó a su hijo "Lorenzo" por San Lorenzo, se hizo de Racing y elige a la de Huracán como la cancha más linda de Buenos Aires. Los futboleros argentinos más jóvenes desconocen esa costumbre de seguir a sus clubes.

Con el comienzo de la fase de grupos de las Copa Libertadores y Sudamericana esta noche -Boca visitará al Deportivo Cali e Independiente al Ceará de Brasil, mientras que Colón recibirá a Peñarol y Banfield será local de Santos-, los partidos de los equipos argentinos volverán a tener una escena desacostumbrada: el público rival. La Conmebol obliga a todos los clubes participantes a concederles un espacio a los hinchas visitantes, al menos 2.500 lugares, un hábito que en el fútbol local está prohibido desde 2007 en el ascenso y desde 2013 en Primera. La excepción será en los partidos entre equipos argentinos, como el Estudiantes-Vélez del jueves por la Libertadores, que sólo se jugará con público de La Plata -y de Liniers en la revancha-.

Es curioso: los hinchas argentinos -que tengan el suficiente dinero, claro- podrán viajar por todo el continente para seguir a su equipo. Los de Racing, por ejemplo, están autorizados para peregrinar al Centenario de Montevideo este jueves. Los de Talleres podrán concurrir al Maracaná de Río de Janeiro la semana que viene. Y en reciprocidad, los estadios argentinos volverán a tener público visitante: el próximo martes, cientos de bolivianos alentarán a Always Ready en la Bombonera, así como a finales de mayo miles de peruanos hincharán por Alianza Lima en el Monumental.

Pero ser visitantes ya es una tradición desconocida para miles de futboleros argentinos. Si durante más de 100 años los hinchas de los cinco grandes y del resto de los equipos acudieron en masa a los estadios de Huracán, Ferro y Vélez -sólo por nombrar tres escenarios históricos de Capital Federal-, los más jóvenes no tuvieron esa experiencia. Hay canchas de equipos que ascendieron a Primera después de 2013, o que estrenaron su estadio a partir de ese momento -como Defensa y Justicia y Estudiantes-, que no son conocidas por el público de River, Boca, Independiente, Arsenal, Rosario Central, Talleres, Gimnasia o Godoy Cruz. Es paradójico: un hincha de Olimpia de Paraguay podrá conocer la cancha de Colón, uno de Nacional de Montevideo podrá ir al 1 de La Plata y uno de Liga de Quito podrá conocer el Tito Tomaghello. Los argentinos, no.

La excepción -además de la Copa Argentina- son las competencias internacionales. Así como los hinchas más fieles de nuestros clubes suelen viajar para colgar sus banderas adonde toque el fixture, ya sea en Uruguay, Paraguay o Brasil, los fanáticos de los clubes extranjeros también vienen a la Argentina para alentar a los suyos y, de paso, conocer un país que vive al compás del fútbol. Un libro de reciente aparición en Brasil, “Forasteros, crónicas, vivencias y reflexiones de un hincha visitante”, deja en claro esa fascinación sudamericana por la Bombonera, el Monumental, el Cilindro de Avellaneda y el Nuevo Gasómetro pero, también, por canchas con menos pedigrí internacional, como las de Huracán, Ferro, Nueva Chicago, Arsenal y Lanús. El libro fue escrito por Rodrigo Barneschi, periodista e hincha de Palmeiras, quien suma más de 300 viajes siguiendo a su equipo -el actual bicampeón de América- como visitante, muchos de ellos a la Argentina.

El libro, todavía no traducido al español, es un delicioso ejemplo de un género literario poco explotado: las crónicas de viajes deportivas. “Mi Buenos Aires es menos Recoleta y más Chacarita, menos San Telmo y más Mataderos”, escribe Barneschi, mientras relata un viaje de una hora en colectivo hasta la cancha de Nueva Chicago, donde primero es recibido con recelo -“¿vos sos de la policía?”, le preguntan, “eso nunca, amigo”, responde- y luego festeja recibir el aval para ver el empate 1-1 contra Villa San Carlos, por la B Metropolitana en 2010, en medio de la barra brava local.

“Podría decir que mi pasión comenzó en una visita a Buenos Aires. O que fue en una experiencia con los Borrachos del Tablón en el Morumbí, en 2005 (cuando se sumó a la hinchada de River en un partido contra Sao Paulo). Pero también fue cuando Palmeiras jugó las finales contra Boca en 2000 y 2001. Allí conocí los bombos y las canciones con rima de los argentinos, y Palmeiras adoptó esos gritos de guerra. Ahí nació una devoción por el futbol argentino, por sus hinchas y por su cultura de alentar todo el tiempo”, escribe Barneschi.

Fanático de Palmeiras, “Forasteros” recorre infinidad de estadios de Brasil pero también de Argentina. La foto de tapa, incluso, es el Presidente Perón de Avellaneda, el de Racing, uno de los dos equipos argentinos favoritos de Barneschi por “su hinchada, historia y belleza de estadio”. El otro es San Lorenzo: bautizó Lorenzo a uno de sus hijos. “No podía llamarse River, Racing, Huracán, All Boys, Chacarita, Ferro, etc… pero sí Lorenzo, que además es un nombre que siempre me pareció lindo”, explica el autor, que admite que siente simpatía por casi todos los equipos argentinos, aunque en menor medida por Boca e Independiente.

Tan fanático de Buenos Aires, “en 2010 escribí para la revista Placar un artículo sobre una maratón de cinco partidos, en diferentes estadios, en un intervalo de 48 horas”. Y fue reincidente: “Poco antes de casarme, en 2012, viajé con amigos como despedida de soltero a ver fútbol. De viernes a domingo metimos Ferro-Gimnasia por la B, San Lorenzo-Quilmes, Vélez-Racing y River-Boca”.

Su libro también implica un recorrido por América -“No hay nombre más poético que el Defensores del Chaco, el estadio de Asunción”, asegura- pero en especial es una reivindicación de los clubes de barrio de Argentina, “algo que no existe en Brasil: me gusta más mirar las hinchadas, aunque sean pequeñas, que lo que pasa en el campo de juego”.

Barneschi festejó que la hinchada de Ferro cantara “copamos el Maracaná”, en relación a su participación en la Copa Libertadores de 1985 ante clubes brasileños. Pero periodista además de hincha, el autor comprobó que en aquel Fluminense-Ferro en el mítico estadio de Río de Janeiro sólo se vendieron 1.354 entradas. Y en Buenos Aires tiene un estadio favorito, uno que este año no recibirá torneos internacionales: “Por criterio de belleza arquitectónica, ningun estadio se equipara al Palacio Ducó, la casa de Huracán, uno de los clubes de barrio de Buenos Aires. Es una obra de arte, celosa de sus imperfecciones. Y es un ícono poco visitado de una Buenos Aires que se equilibra entre la decadencia y la vanguardia”, escribió en «Forasteros».

Son las miradas que permite la presencia del público visitante, ese encanto de las Copas Libertadores y Sudamericana, una pequeña forma de mantener viva una tradición que se pierde en el fútbol local: hacer turismo de estadios.

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