El partido despedida de Riquelme, una demostración de fuerza en La Bombonera

Por: Roberto Parrottino

El ídolo y vicepresidente de Boca anunció su homenaje con el corazón de futbolista en la mano. Pero a la vez, todo Román es político y sólo faltan seis meses para las elecciones en las que buscará ser reelecto.

Juan Román Riquelme se pone la camiseta de Boca en el vestuario local. Entra a La Bombonera y trota hasta la mitad de cancha. Saluda a los cuatro costados. Se junta con el equipo para la foto. Y, de a poco, mientras se ajusta los cordones de los botines, comienza a escuchar el «Riqueeelme, Riqueeelme». Cuando arranca el partido, las tribunas se le ponen blancas en la noche, sólo hay once contra once. Es el domingo 11 de mayo de 2014, Boca-Lanús por el Torneo Final. Juega el último partido en La Bombonera. Mete un caño sin tocar la pelota, pegándole al aire y dejándola pasar entre las piernas de Carlos Izquierdoz. Llueve. Camina hacia el túnel revoleando la camiseta. El presidente Daniel Angelici demora en ofrecerle la renovación del contrato. Duda en la continuidad del ídolo más grande de la historia bostera. Riquelme dirá, antes de retirarse en Argentinos Juniors, que le faltaron el respeto.

Nueve años más tarde, Riquelme volverá a vestir la camiseta de Boca para entrar a jugar a La Bombonera, el domingo que viene, en su partido despedida de los hinchas. Y en una demostración de fuerza, porque es el vicepresidente de Boca.

El jueves, en la conferencia de anuncio de la despedida, Riquelme obvió con su habitual dialéctica –y hasta por respeto– cualquier respuesta de carácter política en el marco de las elecciones de diciembre en las que buscará su reelección. Pero todo Román es político. En 2019, con su apoyo a Jorge Amor Ameal, acabó con los 24 años de macrismo en Boca. Había que levantar la mirada para ver el logotipo de la despedida, un Riquelme de espalda, manos en la cintura, cinta de capitán, presto a patear un tiro libre, apenas diferente al de su agrupación, «Soy Bostero», en el que besa a la pelota. Cuando lanzó «Soy Bostero», en diciembre pasado, en el playón de La Bombonera –avalada con la firma de 10.715 socios, más del 10% del padrón–, había dicho: «Ojalá podamos estar muchos años más y nos ayuden». En abril fue aprobada «Soy Bostero» y rehabilitada «Por un Boca Mejor», agrupación de Enrique «Coti» Nosiglia, operador radical que bancó a Mauricio Macri y Angelici, hoy aliado del oficialismo. En la conferencia, Román evitó pisar el barro de la política al que saltó desde la calma de Don Torcuato.

«Hay muy buen ambiente, de los mejores que viví en el fútbol, una buena camaradería. Y una de las mejores infraestructuras de Latinoamérica. El que él y otros hayan sido futbolistas implica que saben lo que se siente; son de mi misma raza y quiero que les vaya bien como dirigentes», dice un entrenador de las inferiores, desde el Boca Predio de Ezeiza, presente el jueves en la conferencia de Riquelme. Desde diciembre de 2019, inicio de la actual gestión, ningún club argentino ganó más títulos que Boca –seis, igual cantidad que en los ocho años de Angelici– y debutaron 33 juveniles (el último, el central Aaron Anselmino). Clasificado a los octavos de final de la de 2023, es la Copa Libertadores la que obsesiona a los hinchas de Boca. También es cierto que, desde 2019, ningún equipo argentino no sólo no la ganó: ni siquiera llegó a una final de la Copa.

Que la pelota entre o no entre suele pesar más que cualquier variable en la política del fútbol. Macri acompañará a Andrés Ibarra como candidato opositor. Fue ministro de Modernización en su presidencia. Pero faltan seis meses y, antes, las elecciones nacionales. «Leo que el partido despedida es un lanzamiento de campaña, una reafirmación interna de 50 mil personas, más si hay prioridad para los socios en la venta de entradas», dice un dirigente oficialista que, sin embargo, se bajará en las próximas elecciones: «No estoy conforme con que las decisiones las tome puramente una persona. Román a veces sobrevalora su capital personal. Él va a decidir la conformación de la lista. No estoy tan seguro de que quiera encabezarla por el quilombo administrativo del día a día. Desde el momento que Román armó su agrupación es que quiere tener autonomía y no estar atado a nadie, lo que implica negociaciones». Riquelme camina codo a codo con Ricardo Rosica, secretario general, viejo hombre de confianza de Ameal, ahora distanciado. Rosica aspira a ser el candidato a presidente de Riquelme. En Boca, mientras tanto, no hay novedades con la promesa de ampliación de La Bombonera, un asunto cada vez más urgente para hinchas y socios, más presente en las conversaciones con el efecto rebote que provoca el Monumental ampliado a 86 mil espectadores.

De momento, Riquelme presentó su partido con el corazón de futbolista en la mano. De a ratos con la voz quebrada. «Aprendí que tengo el derecho a disfrutar un poco», dijo. Y recordó, sin que le preguntaran, a Diego Maradona, a su despedida en La Bombonera, en 2001, cuando jugó con una camiseta roja ante la selección (y Maradona, con la camiseta bostera de Román debajo de la de Argentina). En la suya va a estar Lionel Messi. Riquelme estuvo al borde de las lágrimas, como el día que, impulsada por un grupo de hinchas, se descubrió su estatua. Fue el 2 de julio de 2011. Y dijo, con los ojos vidriosos: «Estoy muy agradecido a mi papá que me hizo hincha de Boca. Estoy muy agradecido a mi viejo que me enseñó a jugar a la pelota. De chico soñaba con ponerme esta camiseta, entrar a este estadio y salir campeón. Jamás me imaginé que iba a vivir esto. Esta es la emoción más grande que he vivido como futbolista. Ustedes son los verdaderos hinchas de este club, y yo soy hincha como ustedes. He nacido bostero gracias a mi papá y me voy a morir bostero como todos ustedes». En siete días, Román acaso viva la emoción grande, pero no sólo como un (ex)futbolista.

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