El bloque conformado por Rusia y China está cambiando todo el tablero geopolítico. El peso del BRICS y las crisis recurrentes.
Se parecen los balbuceos del presidente Biden a los recientes del mandatario ecuatoriano, Guillermo Lasso, que decía “Izza, Izza, Izza” (el líder de organización indígena Conaie) o el presidente Pedro Castillo, en Perú, que dice “Keiko, Congreso, Keiko Congreso, Keiko, Congreso…”
En el fondo hay una incapacidad para reconocer la ineptitud para diseñar y ejercer una gobernanza aceptable para un sistema que es parte de un orden internacional moribundo. Y tampoco la posibilidad de columbrar los perfiles del nuevo orden que se consolida día tras día
De allí que en distintas latitudes los jefes de estado fracasados inventen un “falso culpable” sin tener la maestría que tuvo Alfred Hichock para elaborar el film que hizo época en 1956.
El orden multipolar se afianza con organizaciones nuevas como los BRICS, que pronto serán los BRICSAI, con la inclusión de Argentina e Irán.
Los BRICSAI representarán casi el 44% de la población mundial y el 28% de la economía planetaria. En síntesis, siete países de Asia, Europa, Medio Oriente, África y Latinoamérica, constituirán un bloque transcontinental, civilizatoriamente más variado y competitivo con la Unión Europea y el T-Mec.
Y esa es solo una de las varias iniciativas post guerra fría que impulsa el polo chino-ruso en el mundo del siglo XXI. En el continente americano, Estados Unidos parece enrumbarse a una derrota parlamentaria del Partido Demócrata bajo el liderazgo de Biden, en las elecciones de Noviembre.
Las tendencias inflacionarias originadas por la crisis Covid del 2020 , la fase depresiva del ciclo regular de la economía capitalista, el efecto boomerang de las sanciones contra Rusia en 2022 , la no solución de la crisis migratoria, la judicialización, por un Tribunal Supremo conservador, de la agenda, en temas tan sensibles, como la libertad para la venta de armas en una sociedad violenta. Se suma la prohibición del aborto, que retrasa al país en décadas. Son temas que, al parecer, superan las capacidades de conducción de un octogenario funcionario del establecimiento.
Al sur, en Brasil, todas las encuestas pronostican la victoria del centro-izquierdista Lula da Silva y la derrota del ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre.
En Argentina el Fondo Monetario Internacional y sus vetustas recetas están en el centro de las discusiones del gobernante Frente de Todos, con la caída del gabinete económico del gobierno de Alberto Fernández en transparente polémica con su Vicepresidenta la ex presidenta Cristina Kirchner.
En la región andina, el presidente Castillo mediáticamente calificado de izquierdista sufre una nueva embestida parlamentaria que amenaza con su vacancia. No es precisamente por medidas de izquierda contra el status quo sino por acusaciones de corrupción. Previamente Castillo había sufrido la vacancia en el partido que lo vistió de izquierdista y que lo llevó al poder.
En Ecuador, la movilización y paralización de 18 días es la jornada de protestas más larga que el país recuerde. El gobierno cedió y aprobó un Acuerdo de Paz con las organizaciones populares y pluriétnicas que motorizaron las históricas protestas. Sin embargo, ya hay tenebrosos indicios de que el gobierno no querrá o no podrá cumplir sus compromisos firmados, como incumplió sus promesas de campaña electoral.
Por profundas convicciones del presidente, adversario de cualquier cambio contra su conservadurismo-neoliberal, o por conveniencias de los grupos de poder nacionales e internacionales que respaldan su plutocrático gobierno. O quizás sea por el racismo que el propio gobierno sembró y que tiene fácil cosecha en un país aún mal invertebrado, social, regional y étnicamente.
El maestro de primaria Pedro Castillo y el banquero Guillermo Lasso parecen destinados a seguir inventando un “falso culpable”, cuando su incapacidad para gestionar la cuestión pública se hace evidente y provoca otra oleada de ingobernabilidad.
En Colombia la situación tiene buenos augurios. El mayor aliado estratégico de EE UU en Latinoamérica arrastra una violencia política y delincuencial de décadas. En ese hermoso país se han ensayado todas las famosas y fracasadas operaciones estatales que el líder de la OTAN ha concebido contra el crimen organizado, contra el régimen bolivariano de Venezuela, contra la integración latinoamericana sin tutela de Estados Unidos, en apoyo a la causa argentina por el asunto de las Malvinas y un largo etcétera…
Gustavo Petro y Francia Márquez saben el difícil camino que tendrán que caminar para cambiar un estado que es parte actoral de la histórica violencia colombiana.
Por ello suena a pragmatismo sabio poner el acento en la búsqueda y logro de la paz como el objetivo principal de un gobierno de cambio responsable. Y lo confirman sus primeros pasos practicando el diálogo con sus principales adversarios, como el expresidente Álvaro Uribe y el derrotado candidato Rodolfo Hernández. Los acuerdos provechosos son los que se hacen con el adversario, enseña la historia.
Hacer realidad tangible los Acuerdos de Paz que firmó el ex presidente Juan Manuel Santos y las FARC será el techo que cobije la transformación de la sociedad colombiana, conducida por un estado sabio y no delincuencial.
Vienen a la memoria varias expresiones del gran Gabriel García Márquez: “Tengo una gran terquedad por la paz”. “La felicidad es como la paz, no se tiene sino por momentos y no se sabe que se tuvo hasta que se pierde”.
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