Hay una paradoja recurrente en la mente de muchos intelectuales, periodistas y dirigentes al momento de pensar al conurbano bonaerense: prepotencia demográfica + espacio vacío. En un juego retórico que asimila clientelismo a caudillismo (o a alguna de sus variantes) Carlos Pagni en El nudo. Por qué el conurbano bonaerense modela la política argentina (Planeta, 2023) cita al Facundode Sarmiento para mencionar la propensión del desierto a generar jefaturas autoritarias. Ese lugar común al momento de imaginar al conurbano toca, aunque pervirtiéndola, una frase de gran potencia descriptiva en la vida cotidiana que resuena cada vez que se quiere indicar que en una zona X (desde una plaza hasta una parada de bondi hasta esas cuadras cercanas al descampado…) no hay fuerzas de seguridad o fuerzas de una sociabilidad más o menos conocida que te resguarde: “Es tierra de nadie”. Pero si el enunciado de nadie demanda, de manera implícita, alguna forma de intervención gubernamental para no quedar regalado a los riesgos del ambiente, cuando se lo utiliza desde el diagrama de Poder tiene efectos muy concretos en el imaginario político. Estar frente a una tierra de nadie (o a una “tierra arrasada”) implica, en un mismo movimiento, desertificar lo que se enuncia vacío. Pero el desierto, lo sabe la historia de nuestro país y sobre todo ese siglo XIX al que le gusta regresar al autor, es más una percepción que una geografía. Un desierto más para la nación (esta vez para su conurbano bonaerense).
Los desiertos perceptivos nunca están vacíos. Se llenan de lo que proyecta la febril imaginación del visionario. Sobre lo que se desertifica, se fantasea y se paranoiquea. Hablamos, después de todo, de una razón de Estado y de la percepción de territorios desconocidos e inéditos en los que siempre pueden habitar monstruos inconmensurables, aun cuando ingresan en datos demográficos. Lejos de una tierra arrasada, el conurbano bonaerense -como muestran las vidrieras de las librerías- es un terreno sumamente fértil para arrojar cualquier dato que suspenda el principio de incredulidad y haga que prenda un delirio cualquiera. Convengamos que son zonas muy prolíficas para la hipérbole. Ese delirio seguro va a crecer medio torcido y obtener alguna representación con efecto de verdad en el debate público. El cinturón industrial conurbano de clichés, estereotipos, imágenes exóticas, fantasmas y fantasías está más pujante que nunca. Sería interesante que también se pueda regular esa industria y cobrar impuestos para financiar el desarrollo de polos culturales de producción local. Por este movimiento de desertificación es que, cada tanto, pero sobre todo en años impares, regresa la frase: “el problema del conurbano”.
Aprovechemos la fábrica de clichés para armar un guion rápido de una serie de ciencia ficción. Resulta que una editorial quiere publicar un ensayo muy extenso sobre el conurbano bonaerense y decide encargárselo a algún ChatGPT. Antes tienen que entrenarlo: con información, con un corpus de textos, con palabras claves. Somos testigos privilegiados en ese procedimiento de carga de data y vemos lo que le van ingresando durante un período no tan extenso de tiempo. Varios archivos con bibliografía sobre “clientelismo” de los últimos veinte años, citas del Facundo de Sarmiento y discusiones sobre el siglo XIX. Se le repite varias veces las palabras: caudillo, masas, temor, amenaza. Se introduce la infaltable bibliografía sobre peronismo. Se desgraban cientos de horas de charlas de café con intendentes, asesores, ex funcionarios (algunos intendentes de Juntos, cuadros también del Vidalismo nostálgico, y de otras fuerzas políticas, etc.). Se agregan partes etnográficos superficiales de visitas a villas del conurbano bonaerense. Es importante que las recorridas por los barrios seleccionados se hagan con actores reconocidos de la comunidad, pero, sobre todo, que se completen con esa charla de efecto tira-posta en la que se alterna el tono del Momento-whisky con la conversación de café rosquera. Puede ser con un funcionario o “militante” (generalmente) amarillo de turno que refuerce el realismo que todo el mundo conoce: el problema es “la pobreza”, “la droga”, “la inseguridad”, “la informalidad”. Se trascriben entrevistas a curas, a punteros (punteros tradicionales, “punteros profanos”, “narco-punteros”. Se ven punteros por todos lados en el conurbano, eso tiene que saberlo la IA). No pueden faltar las categorías-cuco, esas que más que explicar o comprender con un punto de vista sociológico dinámicas sociales y económicas complejas se dedican a hacer: ¡buuu! al lector. Se tienen que mencionar (pero evitar entrevistar) “transas”, “soldaditos”, pibes tomados por consumos problemáticos, etc. Se tiene que agarrar al azar, para darle una imagen de amplitud a la muestra y reforzar el efecto de verdad, a una vecina laburante y estudiante, por ejemplo: “Una chica de 20 años que trabaja como peluquera y al mismo tiempo cursa la Licenciatura de Trabajo Social en la Universidad Arturo Jauretche”. Se tiene que lograr que el chat quede entrenado en reconocer que realismo barrial es igual a sacerdotes hablando de la droga; policías o “funcionarios con calle” hablando de la violencia y el delito; dirigentes y funcionarios hablando de la vida cotidiana, etc. Se pueden agregar datos que se presenten como descubrimientos sociológicos de último momento: “discriminación entre discriminados” y “enfrentamientos de pobres contra pobres”. Grandes innovaciones sociológicas como que hay “pobres aspiracionales”, “empredendedores”, etc. Se debe remarcar, una y otra vez, palabras como “informalidad”, “pobreza”, “inseguridad”, “narcotráfico”, “delito”, “demagogia”, “distribucionismo”, “subsidios”, “economía intervenida, estadocéntrica”), “mafia”, “barrabravas”, etc. No pueden faltar frases como “las masas del conurbano”, “clientela privilegiada”, etc. Se incorporan recuerdos personales, muy entretenidos, sobre el detrás de escena de la Política en los años noventa (la instrucción: lograr ese tono de best seller político de los noventa que siempre resulta atrapante). Es importante que se escriba recurriendo siempre al lenguaje dominante al momento de representar el conurbano. Que se muestre esa pérdida misteriosa de la sustancia. Que estén presentes esos momentos en los que el conurbano se hace verbo. La palabra “conurbanizar” entonces no puede faltar. Igual que conurbanizado usado como adjetivo que remite a una ciudad, pueblo, localidad: “abandonada”, “inhabitable”, “insegura”, “violenta”. Si una versión ficticia de El nudo podría haberlo escrito (con la consigna, el corpus de datos, los algoritmos, etc. y el entrenamiento adecuado) una Inteligencia Artificial, lo cierto es que el libro real está escrito, en cambio, por una inteligencia de Estado y desde una razón de Estado. Eso se percibe, sobre todo, en los momentos en que el Pagni liberal se topa con alguno de los rostros del monstruo que pretende investigar (del “laberinto”, “del misterio”, de “lo infinito”) y trata de esquivar la invitación a adentrarse en sus entrañas a través del salto a los enunciados pegajosos y de sentido común.
Pasan los meses y El nudo sigue imbatible reinando en la góndola Política de las cadenas de librerías que, a pesar del año electoral y a acorde con el cansancio general, están casi vaciadas de coyuntura política. Un boom editorial garantizado porque el mercado del conurbano siempre es redituable (otro libro reciente, también de periodistas de La Nación, se titula: Conurbano Salvaje. Relatos extraordinarios sobre un territorio en el que se juega el destino de la Argentina) y porque lo escribe el periodista que miramos y escuchamos todos. Envueltos por su voz, absortos por la revelación de secretos del Poder y expectantes por sus análisis políticos. Si al libro se lo lee con el modo en que se escucha al autor es también porque Pagni trata de escribir como habla. Escribir una extensísima editorial y que ese mismo efecto de verdad se meta en cada capítulo. Un libro de casi ochocientas páginas (y casi la misma cantidad de horas de entrevistas y charlas) sobre el que se escucharon o leyeron pocas críticas profundas o rechazos a sus hipótesis. El nudo parece avanzar y colonizar sobre un vacío de investigación real: una ausencia dramática de mapas, diagnósticos, enunciados que puedan neutralizar o al menos bajarle un umbral a ese ruidoso y aplastante efecto de verdad.
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Ninguna definición es ingenua e inofensiva. Qué conurbano ensambla Pagni y para qué propósito va quedando claro mientras lo leemos. Pagni descubre que el concepto de conurbano como algo homogéneo y unívoco es engañoso (“Hay muchos conurbanos. Esa diversidad no está capturada por la imagen de la región”). También anuncia que en la simplificación que se hace del conurbano se excluye a una amplia clase media y también al conurbano opulento. Entiende que la característica principal del conurbano bonaerense es el contraste de la desigualdad, pero decide no profundizar en esos “hallazgos conceptuales”. Más bien se va a encargar de recurrir de manera reiterativa a una historia divulgada en la que hace tocar sus hipótesis casi con esencias inmutables. Se coquetea con la necesidad de investigar “el paisaje mutante”, pero se termina optando por invariantes colocadas en los virajes justos. Por momentos, el conurbano parece una amenaza desde que estaba en la cuna (sí, hay un conurbano no nato que ya era un quilombo para el resto del país). Si te distraes y doblas a las apuradas por algunas páginas o capítulos (nada infrecuente en un libro tan extenso y repetitivo) te perdes en pasadizos desconocidos y olvidados que te mandan un siglo y medio para atrás. Quedas atrapado escuchando en loop la profecía de Alem sobre el descabezamiento de la provincia de Buenos Aires y la falta perpetua de agenda propia. O quedas atrapado en ese juego de muñecas rusas que arman una genealogía del mal conurbana en la que es casi lo mismo Barceló, Fresco, Duhalde o Kirchner.
Hay una gran definición sobre el conurbano que Pagni le asigna a un puntero peronista: “El conurbano se hizo solo”. Ese conurbano silvestre, una historia del conurbano silvestre, es lo que no se investiga. Ese hacerse solo implica pensar en la persistencia vital, en los posibles sin explorar dentro de las mayorías populares y no en reproducir lugares comunes sobre el déficit y la falta. Ese conurbano que se hizo -y se rehace continuamente- solo es el que se devora las postas: tiene mesetas, recovecos, pliegues que no soportan demasiado enunciados fijos ni verdades históricas inamovibles. Investigar de verdad el conurbano es meterse dentro de la fractura social y ver cómo (mal)conviven diferentes mundos. Hace falta esa investigación del territorio que es “un lugar donde se vive de otro modo” y que enloquece, marea y pierde al gobierno de los algoritmos. Hay que investigar las variaciones anímicas de las mayorías populares. Ese conurbano que no es, sino que siempre está haciéndose. Para Pagni, y de ahí que sea más rápido y fácil hacer el diagnóstico, el conurbano es lo estancado (o lo decadente, lo que está pendiente abajo), no un territorio que, a pesar de las recurrentes crisis económicas, se mueve y sigue inaugurando cordones: movimiento constante de las vidas populares, de migraciones de todo tipo (incluso las recientes de ex habitantes de la ciudad de Buenos Aires que pasan a residir al otro lado del Puente Pueyrredón o de la General Paz expulsados por la crisis inmobiliaria). Si se mira lo que se mueve desde una posición de quietud es para hacer diagnósticos que ya vienen con manual de instrucciones. Incluso si se hace “etnografía”, si se recurre a los encuentros cercanos de primer tipo son para reforzar esa lejanía perceptiva y sensible. Un estar allí para remarcar las certezas que ya se tenían antes de estar “en el territorio”. En El nudo hay “actores” reconocibles a kilómetros de distancia, pero faltan fuerzas vitales. No están, sobre todo, quienes no llegan a ser sujetos autorizados para hablar de sus formas de vida y de su barrio. No está el conurbano vivo y en movimiento, luchando para no caer bajo la línea de flotación. No están los diferentes umbrales en que se van moviendo los y las laburantes empobrecidas o en acelerado proceso de empobrecimiento en medio de una inflación creciente. Un millón de munditos a investigar que no se registran. Un libro sintomático entonces para mostrar de manera obscena lo que no se va a mirar: el conurbano real, común y silvestre. Más acá de sus representaciones espectaculares y de “los problemas de gobernabilidad”.
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Más que datos estadísticos faltan datos sensibles sobre las formas de vida concretas de esas mayorías populares que se condensan en el territorio del conurbano bonaerense. Pero Pagni parece requerir la información para otros propósitos. Quiere un orden conceptual fuerte, al modo en que lo solicita un punto de vista de control, sobre un territorio siempre representado como “caótico”, “misterioso”, “inabarcable”. Más allá de rodeos y concesiones, no oculta que el conurbano-amenaza es una preocupación de círculo rojo:
“Recuerdo la noche en que le comenté a Paolo Rocca que había comenzado a garabatear este libro. Él, que mira la Argentina desde dentro y desde afuera, comentó: “Si yo tuviera que hacer una pregunta a la dirigencia argentina sobre el destino del país, le preguntaría qué va a hacer en los próximos quince años con el conurbano bonaerense”. Ya pasaron cinco años de esa conversación”.
El conurbano-amenaza, el conurbano-problema es en verdad el conurbano anómico (ese concepto explica-todo que siempre brilla como un cartel de neón) y no el conurbano anímico. No el conurbano como territorio geográfico, pero, sobre todo, sensible, vital en el que se expresan las oscilaciones anímicas de las mayorías populares (y no las emociones que se pretende sondear rápidamente para dar cuenta de climas electorales o de peligros sociales). Ese conurbano-amenaza que está en transformación, eso el autor lo detecta con lucidez, y por eso hay que diagnosticarlo.
Pagni hace una crítica que se puede extender a la mayoría de la elite dirigente. Van a ciegas a La Plata. Reconstruye la llegada de cada gobernador o gobernadora a la capital de la provincia de Buenos Aires. Encerrándose a leer bibliografía sobre la historia de la provincia, mirando encuestas y escuchando lo que dicen los focus group o ni siquiera eso. Entonces investigar el conurbano bonaerense con anterioridad es también ahorrarse tiempo valioso para la urgencia de la gestión. Conocer para transformar. Y hacerlo con más gradualismo que shock porque “el conurbano constituye el límite de cualquier receta que se abrace sin flexibilidad a reformas ortodoxas”. Si El Nudo parece más bien un libro de campaña, no es solo porque piensa en las turbulencias electorales. También se lo puede inscribir en una guerra más amplia; en una campaña como las del citado siglo XIX. Aunque se oculte bien y parezca inofensivo, todo liberal quiere dar la guerra. Lo que no entra con el consenso, o lo que entra con el consenso forzado, siempre requiere de diferentes grados de violencia. Suave o fuerte (o extremo, como en la versión violeta de La Libertad Avanza), pero siempre guerra contra las vidas populares. Carlos Pagni fantasea, quizás, con el Sarmiento del diario de la campaña en el Ejército Grande. Ponerle punto final a su libro (o dado que ya se publicó, al menos autografiarlo con dedicatoria) en los despachos de un futuro gobierno ocupado al fin por dirigentes con valentía y sabiduría para afrontar: “El desafío estratégico que representa el conurbano para la Argentina”. En todo el libro se puede sustituir conurbano bonaerense por país popular y sus tesis funcionan igual.
Aceptamos que el conurbano es un problema, pero antes que de gobernabilidad (como piensa la razón de Estado) es un problema perceptivo. Si el conurbano-amenaza es un ensamblaje político más que conceptual, es porque se busca con esa hipótesis clasificar, categorizar, diagnosticar para controlar. Si la investigación de Pagni circuló tan cómoda es quizás porque se comparten sus supuestos. Más que un campo de investigación (un territorio al que uno se adentra suspendiendo certezas, y dispuesto a escuchar sonidos desconocidos) el conurbano bonaerense es representado como un campo minado. Más que posibles a explorar hay peligros que pueden explotar. Se habla de manera constante de conurbano amenaza, pero no para ponerlo como sujeto político activo y darle una genealogía histórica. Se lo levanta (y desborda) como sujeto (las menciones a 45 y a 2001), pero para transformarlo y reducirlo mejor como objeto de intervención estatal. El conurbano en el punto de mira y no como punto de vista. Siempre colocado como enunciado (estetizable o criminalizable) y nunca como lugar de enunciación. Una investigación real de sus mutaciones tiene que empezar por la crítica a esta posición jerárquica. Escuchar las lenguas menores en los cuales se siente, se vive y se reproduce la vida cotidiana en el conurbano bonaerense. El Nudo muestra un conurbano más rumoreadoy tira-posteado que investigado. Sobran rumores, pero faltan investigaciones sobre los susurros y los silencios que siempre son más difícil de registrar. Son menos audibles desde cierta lejanía perceptiva.
Si Pagni viene pensando el conurbano amenaza desde el lado de afuera de la cordillera, cuando se acerca a la actualidad pos-pandémica empuja hacia adentro ese montaje amenazante: “El conurbano es una amenaza para quienes viven en él”. La operación concluye perfecta. Mete para adentro esa misma presión y lo hace para conectar su diagnóstico con un realismo agobiante que queda así reforzado en su necesario arraigo interior (el de los habitantes de la “catástrofe detenida”). Un gesto que cierra cualquier tipo de investigación de las profundas disputas de realismos que proliferan a nivel cotidiano en medio del ajuste intenso de ese conurbano popular y precarizado.
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