El mundo es de la Argentina

Por: Alejandro Wall

Todo lo que pasó en este lugar fue mágico. Acá se construyó un movimiento, el movimiento Messi. Qatar será el Mundial eterno para los argentinos.

Hola, ¿cómo están?

Lionel Messi levanta la copa y algo se mueve, el mundo se nos acomoda. Era una pieza que nos faltaba, la foto que necesitábamos. Hay alivio, hay alegría, hay también un torbellino que se lleva puestas las angustias pasadas. Lo que no hay en Messi es llanto, todo es pura sonrisa, un hombre dispuesto al goce. Es un hombre pero de pronto es un niño. Está con sus hijos, con su mujer, con sus compañeros y en el medio del campo de juego abraza a su madre. Debe ser esto lo más parecido a un regreso a la infancia. La copa es su Rosebud.

Messi, un jugador que regaló felicidad con su fútbol, desconocía esta forma de felicidad, la de ser campeón del mundo. Una vez fue silbado en una cancha de la Argentina, ahora es venerado sin límites. El mundo a sus pies. Pero la mejor foto no es la que lo tiene levantando la copa, con la túnica que le pusieron, el sello de agua del primer Mundial árabe. La mejor foto la entregó cuando después de llevarse el premio al mejor jugador de Qatar 2022 rompió la regla, pasó por al lado de la copa y le dio un beso. Es amor libre, que es también lo que vivió en este mes con el fútbol. 

Y entonces sí, el hombre liberado levanta los seis kilos y ciento setenta gramos, el oro macizo de 18 kilates, y termina con lo que del pasado lo pudiera atormentar, nos pudiera atormentar. Acaba de terminar una final con Francia que será recordada en libros y documentales, llamada a ser revisada por ganadores y derrotados, una final para Netflix. Una final que fue una exhibición argentina de fútbol, derrumbe con el empate francés, zozobra cada vez que atacaba Mbappé, resurgimiento con el gol de Messi, otra vez frustración con el empate y el golpe por golpe final que quedará para siempre en la tapada de Dibu Martínez. La leyenda de Lusail. 

Después del penal de Montiel veo gente tumbada en las butacas, tomándose el pecho, tan exhaustos como si hubieran sido sometidos a un ritual que absorbió sus energías, son posesos que lloran y que ríen a la vez, que se abrazan y se sacuden. Esto es cierto, esto es nuestro. Lo dicen los carteles, la Argentina es campeona del mundo pero la alegría no es sólo argentina. Cuando todo termina, cuando los jugadores salen en el micro descapotable por las calles de Lusail, salen en masa los hinchas asiáticos, los inmigrantes a los que Messi también tal vez les entregó una felicidad desconocida con el fútbol. Gritan Messi, Messi, Messi, Messi mientras corren hacia la estación del metro. En uno de los vagones, un sudanés que tiene un pañuelo de la bandera francesa en el cuello le muestra a marroquíes lo que había filmado. Messi en el descapotable levantando la copa. Se comentan cosas que no entiendo pero sonríen, amplían la cara de Messi para verlo más de cerca. Se dan cuenta que soy argentino y me hacen parte, me muestran sus videos. Somos dos marroquíes, un sudanés y un argentino viajando en un subte qatarí mientras vemos a Messi celebrar. Le pregunto al sudanés por qué tiene el pañuelo francés. Se lo regaron, le gustó, se lo puso, pero él hincha por Messi. Todo eso que sabíamos, que estaba ahí desde México 86 con Diego Maradona ahora lo podemos por las redes, la globalidad, pero además podemos compartir estos momentos, estar al lado, sentir que somos parte de una misma causa. 

Me llegan videos de Buenos Aires, de Rosario, de Córdoba, testimonios de un país poseído por la fiesta. Pero yo veo pasar por Doha autos de alta gama con qataríes que agitan bufandas argentinas, bocinazos que suenan de cerca y a lo lejos, es una sinfonía en un país donde tocar la bocina está penado con multas altas. En la estación Legtaifiya, mi estación durante este mes en Doha, nadie puede conseguir un Uber, que en general demoran entre dos y cuatro minutos en llegar a cualquier punto. Los micros que ingresan a la isla de La Perla tampoco aparecen. Habrá que caminar veinte minutos para cruzar el puente. Todo es un estado de ebullición. ¿Qué quedará de esto cuando nos vayamos?  

Mientras me alejo del ruido, de madrugada, las 3.40 en Qatar, me dan unas ganas insoportables de estar en la Argentina. El fútbol estuvo acá, pero la fiesta está allá. Mis amigos me mandan audios eufóricos, sacados, de esos que apenas se entienden entre la música de la calle. ¿Qué clase de felicidad es esta? Se nos mezcla todo, se nos mezcla un país sufrido, se nos mezcla diciembre y también los 36 años que pasaron desde México 86, una vida dándonos manija cada cuatro años, depositando nuestra esperanza de volver a vivirlo. De regresar a la infancia para algunos, a la juventud para otros, de experimentar por primera vez esta sensación para una mayoría. A los que vivimos a Maradona en el 86, aunque haya sido de niños, y vivimos a Messi en 2022 el fútbol nos puso en el tiempo exacto, un lugar de privilegio.

La foto es Messi pero con Messi hay un equipo dedicado a conmover. Y en ese equipo, diseñado por Lionel Scaloni, está Ángel Di María. Su grito extraordinario, su llanto en el festejo, fue otra postal de la noche. Su nombre entró a la galería de la eternidad futbolera. Gol en el Maracaná para ganar la Copa América, gol en la final del Mundial. Ver hacia atrás sus frustraciones, las lesiones, lo que significó haberse perdido la final en Brasil 2014, hacen más grande su figura. 

Todo lo que pasó en este lugar fue mágico. Acá se construyó un movimiento, el movimiento Messi. En Medio Oriente, en el Mundial árabe, el Mundial más político, en un territorio que por momentos parecía el escenario de una distopía, con sus vallados, sus barrios segregados, la comunidad de hombres inmigrantes que son la fuerza de trabajo, con los edificios futuristas y una población local que es minoría y es la dueña de la riqueza. En medio del desierto, sobre un mar de petróleo y una reserva que alimenta de gas a Occidente. Los estadios fastuosos, de los que no se sabe cuál será su uso futuro, tuvieron grandes momentos de fútbol. Todo lo que vi, lo que pude ver, quedó en estos correos. No creo que se puedan sacar conclusiones tajantes por estar un mes en un país, mucho menos durante un Mundial, son ideas, trazos de una cultura, de un sistema, de una religión. 

Quedan estas crónicas en forma de cartas. Esta es la última con la Argentina campeón del mundo. Cuando empezamos podíamos desearlo, imaginarlo, pero no podíamos saber nunca cómo sería. Fue perfecto. Hasta la derrota con Arabia Saudita hizo de esto algo más épico. Qatar 2022 será el Mundial eterno para los argentinos y para quienes aman al fútbol en cualquier parte del mundo. Será el Mundial de Messi. La generación que escuchó sobre el Azteca hablará durante años sobre lo que pasó una noche, lejos de casa, en el Lusail. Hablará de Messi y su movimiento.

Gracias por acompañarme durante este mes, espero que lo hayan disfrutado como lo hice yo. 

Gracias Tiempo. 

Salud, campeones del mundo

Hasta pronto,

AW

PD: para cualquier comentario, crítica, observación, lo que gusten, les dejo este contacto: alejandro.wall@tiempoar.com.ar

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