El Mercosur, atravesado por crisis económicas y cambios estratégicos

Por: Randy Stagnaro

Jair Bolsonaro asumió la presidencia pro témpore con una agenda clara: flexibilizar el Mercosur. El mandatario aseguró que apuntará a superar la "anacronía" que representa, en su mirada, la actual situación del bloque comercial. Para Bolsonaro, hay que "modernizar" el acuerdo y generar nuevos espacios.

El Mercosur se encuentra en crisis y paralizado y la pandemia agravó ese cuadro. En lugar de impulsar una respuesta común del bloque, tanto en términos sociales como políticos, los gobiernos adoptaron una política de encerrar a sus respectivas naciones en sí mismas. El cierre de fronteras fue la consecuencia de esa política sanitaria en la que cada país del Mercosur dejó de ser un socio y se convirtió en un potencial vector de contagios o en competidor en la obtención de vacunas o licencias para producirlas.

La falta de una investigación común para desarrollar una «vacuna del Mercosur» es una prueba de esta situación. Esto a pesar de que los laboratorios de Brasil y Argentina, públicos y privados, demostraron que están en condiciones de fabricar la vacuna contra el Covid-19, tanto en un rol de integradores de componentes importados como desarrollando toda la cadena, desde la investigación de base hasta el final.

Sobre esta base se montó el último escenario de conflicto, durante el pase de mando pro témpore desde Alberto Fernández a Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, el jueves pasado. El eje de la disputa es el ritmo y la profundidad que deberá aplicarse para la flexibilización del Mercosur, es decir, la posibilidad de que cada país firme acuerdos comerciales por separado, lo que implicaría una reducción del Arancel Externo Común (AEC) por la vía de los hechos consumados.

Uruguay planteó el día previo al traspaso de la presidencia pro témpore que comenzará a buscar acuerdos de libre comercio por la propia, sin esperar el consentimiento del resto de los socios del bloque. Ello se sumó a los planteos constantes de Uruguay Brasil de rebajar el AEC en un 20% en forma inmediata. En la actualidad está en un promedio del 12% y quedaría, si esta propuesta prospera, en un 9,5 por ciento.

Metamorfosis

Uruguay busca incrementar su presencia en los mercados chinos de carne y de soja. Ese es el motor de su pelea por liberarse del «lastre» del consenso que impone el Mercosur para avanzar en negociaciones comerciales con terceros.

La preocupación uruguaya tiene detrás el cambio en la composición de sus fuerzas en escena. El sector primario, especialmente el ganadero,  viene copando las estructuras políticas del país al mismo tiempo que las finanzas pierden peso por los acuerdos de transparencia informativa que el país se vio obligado a firmar en los últimos años para sumarse al circuito de naciones que luchan contra el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo.

El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, y su ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Bustillo, pueden llegar a bajar la consigna si ven que perderán más que lo que podrían ganar. Pero el planteo queda como una marca casi indeleble por sus consecuencias. Llevaría a transformar la actual unión aduanera en un área de libre comercio, en la que las empresas de cada país competirían en igualdad de condiciones con las del país con el cual Uruguay hiciera acuerdos de libre comercio. Incluso, los acuerdos complementarios a los de libre comercio podrían derivar en permisos para intervenir en obras públicas, otro coto cerrado a las empresas de cada país.

La reserva de mercado que surge de la unión aduanera ha sido uno de los alicientes para que la industria argentina se sumara con entusiasmo al Mercosur, ya que se le abría la posibilidad de ingresar al mercado brasileño en mejores condiciones que otros competidores de extra zona.  Pero el acuerdo general se redujo esencialmente a un convenio automotor que siempre ha sido deficitario para la  Argentina, colaborando con la restricción externa que asfixia a la economía argentina cíclicamente.

Presiones

Las presiones externas e internas son múltiples y las cambiantes posiciones de los mandatarios del bloque expresan esos efectos.

Por caso, la gran industria brasileña coqueteó hasta hace poco con la posibilidad de cerrar el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) en la creencia de que podría beneficiarse con la colocación en Europa de productos específicos y de nicho como aviones, químicos, piezas de autos y algunos bienes de capital. Pero en las nuevas condiciones de precariedad económica y financiera tras la crisis del Covid-19, ha dado un paso atrás y ahora reclama por un camino mucho más cauto. Con esta decisión, abandonaron a sus socios en la aventura del libre comercio, las grandes exportadoras de commodities agrícolas y minerales, que es el sector que más ha acumulado poder en el último período e impulsa con determinación la creación de nuevos acuerdos comerciales.

De allí que para los industriales brasileños la propuesta uruguaya de que cada país haga su juego es negativa. En una declaración que firmó la Confederación Nacional de la Industria (CNI) de Brasil con sus pares de Argentina (la Unión Industrial), de Paraguay y de Uruguay, el mismo día del acto de traspaso de la presidencia del Mercosur, dijeron: «Reafirmamos nuestra preocupación por la posibilidad de adoptar decisiones que puedan tener un gran impacto en la cadena productiva, especialmente en este momento particular de la vida de las economías y sociedades de nuestros países, atravesados por una crisis de salud y un contexto internacional de gran incertidumbre sobre el futuro».

Problemas económicos

Según el ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, el comercio dentro del bloque está estancado desde hace 20 años. Este desempeño va de la mano de la incapacidad del Mercosur para darle una perspectiva de crecimiento a las economías que lo integran.

El comercio dentro del bloque está estancado desde su pico de 2011 y la aspiradora china es un foco de atracción. China se ofrece también como un potencial proveedor de capital para cubrir necesidades en infraestructura o para cerrar baches financieros. Por diversos canales, algunos más públicos y otros menos, Estados Unidos ha dado a entender que rechaza ese acercamiento. La posibilidad de los gobiernos de los países del Mercosur de no escuchar esos planteos es relativa. En un momento complicado de sus economías, con la necesidad de cerrar acuerdos de deudas impagables como las del FMI, aparecen atados de pies y manos como para poder elegir a qué polo de poder seguir.

Foto: Presidencia

Los beneficios para la industria europea

El acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea no termina de cuajar, ni en el bloque sudamericano ni entre los europeos.

La pandemia debilitó las redes industriales y de servicios de los países del Mercosur. En algunos círculos empresariales se asegura que si antes del Covid-19 no estaban dadas las condiciones para aplicar el acuerdo, el ambiente empeoró radicalmente con la pandemia.

El acuerdo estipula una fuerte baja de los aranceles en un amplio espectro de productos y servicios, que llegan al 90% de la canasta total del comercio entre ambos bloques.

Según la publicación «El acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. Estudio integral de sus cláusulas y efectos», de Luciana Ghiotto y Javier Echaide, escrito en 2020, «la eliminación de aranceles en sectores críticos de la industria es uno de los principales beneficios para las empresas europeas, que hasta ahora se habían enfrentado a mayores costos para introducir automóviles (aranceles del 35%), piezas de automóviles (14-18%), maquinaria (14-20%), productos químicos (hasta 18%) y medicamentos (hasta 14%) en el mercado del Mercosur. Solo en cuestiones arancelarias, el acuerdo representa un ahorro de 4000 millones de euros para las empresas europeas, una suma que es  cuatro veces más que las ganancias para la industria de la UE en virtud del Tratado de Libre Comercio UE-Japón (JEFTA) y seis veces más que las obtenidas en el CETA con Canadá. Entonces, las industrias en el Mercosur tienen un máximo de 15 años para adaptarse a los niveles de competitividad de las empresas europeas».

Una historia de crecimiento y desequilibrios

En sus 30 años de historia, el Mercosur atravesó distintas etapas.

El 26 de marzo de 1991, en Asunción, los presidentes de Argentina, Carlos Menem; de Brasil, Fernando Collor; de Paraguay, Andrés Rodríguez; y de Uruguay, Luis Alberto Lacalle, firmaron el Acuerdo de Asunción, que dio origen al Mercosur.

15 meses después, los ministros de Economía y Relaciones Exteriores se reunieron en Las Leñas, Mendoza, para enfrentar la que fue la primera crisis del bloque provocada por la devaluación permanente del cruzeiro y de su sucesor, el cruzeiro real, que daba ventajas a los productos brasileños frente a los del resto del bloque.

En diciembre de 1994 se firmó la Declaración de Ouro Preto, que estableció la base institucional y las reglas de la unión aduanera, que comenzó a funcionar el 1 de enero de 1995.

A través de acuerdos de complementación económica, el Mercosur sumó como Estados asociados a Bolivia y Chile (1996), Perú (2003), Colombia, Ecuador y Venezuela (2004), y Surinam y Guyana (2013).

Era la época de la política continental de Brasil, que buscó expandir tanto su fuerza política, con la creación de la Unasur, como la económica, con la trasnacionalización de algunas de sus empresas.

El ambiente expansivo de aquel momento llevó a la idea de crear un banco propio, el Banco del Sur, que no pasó de las intenciones (foto).

Los desequilibrios internos y las presiones externas han sido las fuerzas que más han dañado al bloque. Los sectores más concentrados de cada país reclaman salidas que los enfrentan con las posiciones de sus vecinos. En ese sentido, el cambio más radical es el que se vive en Brasil, donde el sector primario ha logrado un peso específico interno con una agenda de libre comercio y de acercamiento a China, lo que lleva a un enfrentamiento con las fuerzas más tradicionales, vinculadas a la industria y las finanzas, alineadas históricamente con Estados Unidos.

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