El levantamiento de la Francia periférica no se detiene

Por: Alberto López Girondo

Contra todos los pronósticos, el movimiento de los Chalecos Amarillos continúa llenando las calles del país. Desplazados de las ciudades cuando bajó su poder adquisitivo, ahora reclaman para no pasar a la indigencia en ciudades que se mueren de a poco.

Mientras Emmanuel Macron intentaba cambiar el foco de los medios con un homenaje a las víctimas del atentado contra el mercado de Navidad de Estrasburgo y la CGT salía las calles el viernes, el movimiento de los Chalecos Amarillos cumplió este sábado su quinta marcha (ver aparte) en una pulseada que nadie aventura cómo seguirá pero que ya puso en jaque al gobierno a 18 meses de haber llegado al Palacio del Elíseo. Un movimiento que desconcierta a los desprevenidos y que elevó a la categoría de protagonista a esa Francia periférica que fue creciendo al calor de la globalización y ahora explotó para hacerse visible. Con los chalecos reflectantes reglamentarios con que se vistieron en los primeros piquetes en las rutas para no ser atropellados por los automovilistas y ahora son un símbolo de rebeldía no solo en el país galo.

El caso es que si muchos se sorprendieron es porque no se habían detenido a ver las transformaciones sociales que se producían en esa nación en las últimas dos décadas. «No entiendo esa forma de hacer periodismo que veo, de no ir al lugar de los hechos y manejarse simplemente con un teléfono», se indigna desde el otro lado de la línea Sergio Coronado, ex diputado y ahora candidato en las euro legislativas de mayo por el partido Francia Insumisa, de Jean-LucMélenchon. Porque según este chileno-francés el proceso que iba creciendo y la indiferencia con que clases dirigentes y medios lo ignoraron presagiaba un inevitable choque de trenes.

Jean-Jacques Kourliandsky, investigador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París y asesor del Partido Socialista en la Asamblea Nacional, de paso por Buenos Aires invitado por el Laboratorio de Políticas Públicas, agrega un dato: hubo alguien que lo previó pero solo recibió críticas en su momento.

«El geógrafo, Christophe Guilluy, predijo en La Francia Periférica, un libro de 2014, la situación de esos distritos en los alrededores de las grandes ciudades que no son ni ciudad ni campo y donde fueron a vivir millones de personas».

Consecuencia directa de la globalización, se deslocalizaron fábricas y también personas. En las grandes ciudades el costo de la vivienda se disparó y muchos miembros de esa clase media baja que podían tener un buen pasar vieron que ya no había lugar para ellos. Eran familias que perdieron el trabajo o que sus ingresos se fueron deteriorando.

«Los precios no paran de subir y los salarios están congelados -dice  el argentino Fernando Mordi Guerrieri, docente e investigador de la Universidad de Tours- con lo que la capacidad de ahorro disminuye paulatinamente. Eso generó mucho descontento».  Ese malestar fue creciendo a medida que Macron y la élite que llegó con él al gobierno se fue mostrando como soberbia, irrespetuosa y respondió con desdén a los primeros reclamos. Lo que encontró el geógrafo es que esa clase media integrada por trabajadores  y empleados asalariados, pequeños empresarios y comerciantes, al perder el ingreso se fueron pero no en lo que en Buenos Aires sería el primer cordón urbano -digamos Avellaneda o San Martín- porque al decir de Kourliandsky, esos denominados banlieues están poblados por familias de inmigrantes. «Por razones de status social esos franceses de clase media se desplazaron a 30, 40 o 50 kilómetros -a la altura de Escobar o San Vicente-a un espacio que es prácticamente un desierto»,

¿Por qué un desierto? Porque en esos sitios ya no quedan comercios de cercanía, como carnicerías o almacenes, que desaparecieron por los grandes hipermercados. Tampoco hay cines, teatros, escuelas ni transportes públicos y entre las últimas medidas de Macron figura el cierre de los tribunales locales. «Están abandonados del Estado», recalca Kourliandsky. A todo esto se suma que en este período «se apostó al transporte individual, que es el auto», acota Mordi Guerrieri.

La gota que derramó el vaso fue el anuncio de un incremento en el impuesto al combustible, con el argumento de que es para incentivar el uso de combustibles renovables. El único medio de transporte posible para ir a trabajar, llevar los chicos al colegio y salir  a pasear podría llegar a insumir hasta 300 euros más al mes. Teniendo en cuenta que algunas familias necesitan dos vehículos porque hay dos personas que trabajan, que tienen salarios mínimos y que los coches que tienen son viejos y consumen más, la ecuación es letal.

De allí a juntarse mediante contactos de WhatsApp hubo un paso. Ya había broncas acumuladas con la dirigencia política que llevaron a este triunfo de Macron el año pasado por sobre la ultraderecha de Marine Le Pen. Pero el nuevo mandatario, que venía del mundo financiero, lo primero que hizo fue quitar un «impuesto solidario» a la fortunas de más de 1,3 millones de euros con la excusa de que así iban a venir inversiones y con ellas el empleo.

Para cubrir ese bache presupuestario, quitaron un subsidio de 60 euros al mes a los estudiantes y crearon un impuesto a los jubilados que cobran más de 2000 euros aduciendo que ellos no trabajan y hay muchos jóvenes que no encuentran ocupación, que es un privilegio injusto. La realidad es que ni con todos esos beneficios hubo más empleo o inversiones.

Corresponde decir que estudiantes y jubilados fueron los primeros que se sumaron a las protestas de los Chalecos Amarillos. Y  que fueron bienvenidos. No así dirigentes políticos de la derecha o de la izquierda, de los que los manifestantes -que no tienen una dirigencia ni una coordinación centralizada- recelan porque si la situación es la que es, mucho tienen que ver, sostienen, las medidas que tomaron o evitaron tomar durante añares.

Macron suspendió el famoso impuesto al combustible fósil y como no logró aquietar las aguas, anunció la quita el impuesto a los jubilados y cien euros de aumento en el salario mínimo . «Pero es un subsidio a las empresas, afecta al 20% de los que cobran el mínimo y no es remunerativo, o sea que no cotiza para el retiro», puntualiza Coronado.

La CGT, la mayor central de los trabajadores francesa, había anunciado el apoyo a las manifestaciones de los Chalecos Amarillos, pero marchó para exigir un aumento de salarios en general este viernes. Un día antes.

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