Columna de opinión.
De todos modos, en la obligación revolucionaria del homenaje quisiera insistir sobre algo que quizá sea hoy lo más deficitario de nuestro proceso americano en sus horas complejas, que precisamente tienen que ver en mucho con ese déficit. Tanto Chávez como Fidel, aunque tal vez el primero lo hizo más expreso hasta quedarse casi sin voz, insistieron en aquellos viejos buenos tiempos del «No al Alca», de la creación de la Unasur y principalmente de la creación de la CELAC. Tiempos en que el futuro de nuestros países era inviable, aun con políticas populares y redistribucionistas y con intentos de de fortalecimiento de la autonomía y la soberanía nacionales, si no se daba un salto cualitativo en la tan mentada integración regional de la Patria Grande. Era imposible según ellos, y se ve ahora con más claridad que nunca, que los gobiernos populares, que en aquel entonces dominaban la región, con la única sensible excepción de México, debían arriesgarse a dar un paso histórico en la conformidad de una unidad político-económica de tal magnitud que no tuviera marcha atrás. Eso, además, era lo único que iba a permitir realizar las transformaciones en la estructura socioeconómica sin la cual es imposible salir del esquema neoliberal. O se hacía entre todos o era «matemáticamente» imposible hacerlo país por país. El peso específico de Brasil, Argentina y Venezuela, la determinación de Bolivia, Paraguay, Uruguay, Nicaragua, Ecuador y El Salvador, y la firmeza revolucionaria de Cuba, parecían suficientes para ello. Pero no lo fueron.
La visión de los comandantes, y en particular la de Hugo Chávez Frías, expresadas en propuestas casi desesperadas, en términos como el comienzo urgente de la construcción de grandes gasoductos , oleoductos, líneas férreas y fluviales transcontinentales. Y de la conformación de políticas internacionales o interregionales, que comenzaran a actuar como partido o movimiento político único supra regional, no fueron compartidas con la voluntad suficiente por los líderes y las organizaciones políticas populares, sin cuyo concurso indispensable este sueño era imposible. Hegelianamente habría que decir que no estaban dadas las condiciones de la propia realidad (la que nunca por definición va más allá de ella misma). Pero tautologías aparte, y en misión de homenaje al eterno comandante bolivariano, esta visión que nos superó a todos, que tuvo que llevarse con él a su tumba y que hoy nos vuelve como un auto-reproche nuestro por no haber sabido diferenciar lo principal de lo secundario (cuestión elemental de la política revolucionaria), creo que es lo que debe destacarse como bandera en lo más alto del monumento a su legado. «
*Doctor en Ciencias Políticas
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