El dato es clave porque los testigos declararon que Maldonado fue trasladado al lugar.
Se trataba del gerente de Green Quality, una empresa de biotecnología agropecuaria asentada en la localidad chubutense de El Hoyo y miembro de la pata civil del pogrom contra la comunidad mapuche en alianza con el poder político y las fuerzas de seguridad. Una suerte de «Liga Patriótica» organizada tal como adelantó Tiempo Argentino el 27 de agosto por el funcionario del Ministerio de Seguridad, Pablo Noceti, tras ciertas reuniones que mantuvo junto a su jefa, Patricia Bullrich, con referentes de las sociedades rurales de Neuquén, Chubut y Río Negro. Entre ellos resaltaban los terratenientes Néstor Becerra, Julio Crespo Campos, Roberto Jimeno y el administrador general de las estancias del Grupo Benetton, Ronald McDonald.
El administrador, secundado por el capataz Vivian Hughes, supo armar una guardia blanca con matones rurales armados con revólveres y escopetas. Suelen efectuar con regularidad tareas de hostigamiento contra los pobladores de la Lof de Cushamen. Y no son ajenos a las redadas represivas de Gendarmería y la policía local. Tanto es así que durante el ataque de 10 de enero, el propio McDonald comandó el robo de ocho caballos y una vaca de la comunidad, la cual fue carneada ante la vista de los prisioneros.
También en la mañana del 1º de agosto los paramilitares de Benetton se mostraron activos. Según el relato a este diario de Soraya Macoño la vocera mapuche detenida con dos lamien (hermanos) al circular en un vehículo por la ruta 40, a la altura del ingreso a la estancia de Leleque «sus camionetas iban y venían, se metían en la comisaría y volvían a la estancia para salir otra vez hacia la Lof. Los hombres de McDonald daban órdenes, indicaciones. Ellos sabían todo lo que pasaba».
En la ya citada edición de Tiempo fue revelada la existencia de una base logística de Gendarmería en el casco de dicha estancia. Eso motivó que al día siguiente la fiscal Silvina Ávila elevara al juez por orden de la Procuración de Violencia Institucional (Procuvin), un pedido de allanamiento en ese lugar. A tal efecto adjuntó a la solicitud una copia del artículo en cuestión. Pero para Otranto un hombre de profundas convicciones religiosas aquella ciudadela privada sería parte de un «territorio sagrado». De modo que se negó a realizar aquella diligencia con el argumento de que «la información periodística resulta insuficiente» para acreditar la existencia de dicha unidad operativa.
Pero 23 días antes, durante el rastrillaje con canes en el predio mapuche, su señoría de muy mal talante por el recelo que le dispensaban sus forzados anfitriones se retiró a esperar los resultados del procedimiento justamente en aquella base secreta. Vueltas de la vida.
Otranto amparado en el secreto sumarial también se negó a cruzar las comunicaciones telefónicas de Noceti con los oficiales de todos los escuadrones de la Gendarmería en la región. La excusa esgrimida: «Al doctor no se lo vincula con la investigación». ¿Acaso teme que ese entrecruzamiento pueda detectar llamadas entre ese funcionario y su propia línea antes, durante y después de que Santiago Maldonado fuera visto por última vez?
Por lo pronto, en una telegráfica entrevista publicada el 7 de septiembre por el diario La Nación, Noceti proclamó: «Nunca hablé con quien comandó el operativo antes de iniciarse».
Los hechos y su boca lo desmienten. En sendas entrevistas radiales concedidas el 2 de agosto a Radio Nacional Esquel y FM Sol, Noceti se refirió con lujo de detalles a una reunión convocada por él en Bariloche el 31 de julio para impartir directivas de la acción del día siguiente. Y según sus palabras, se encontraban presentes «el ministro de Gobierno de Chubut y su jefe de policía; el secretario de Seguridad de Río Negro y su jefe de policía; la gente de Prefectura, Policía Federal y Policía de Seguridad Aeroportuaria. Además estuvieron todos los jefes de los escuadrones de Gendarmería en la zona cordillerana». Se refería, entre otros, a los comandantes Fabián Méndez, de El Bolsón, y Pablo Escola, el segundo jefe de Esquel. Ambos encabezaron la represión.
Ahora se sabe que Noceti se jactó allí de poder encarcelar a integrantes de la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche), su enemigo interno favorito, sin orden de un juez, en base a una interpretación algo antojadiza del artículo 213 bis del Código Procesal, referido a situaciones de «flagrancia» que ponen en riesgo la seguridad nacional. «Las fuerzas federales dispuso van a actuar con autonomía respecto a la justicia».
La reunión terminó al mediodía. Horas más tarde, a manera de ensayo, hizo detener a nueve mapuches que se manifestaban ante la fiscalía federal en protesta por la detención del lonko Facundo Jonas Huala.
A la mañana siguiente, Noceti salió en dirección al sur. Se detuvo en la Lof de Cushamen al ocurrir la bruta irrupción de los gendarmes; su presencia allí coincidió en el tiempo con la captura de Santiago. Luego partió a bordo de su camioneta blanca. Y a las 13:30 se lo vio llegar al sitio donde permanecía Soraya y sus dos acompañantes. Luego de bravuconearla siguió viaje rumbo a Esquel. Allí mantuvo una ríspida reunión con Otranto.
Según una fuente próxima al juzgado, hubo el siguiente diálogo:
Le adelanto que Gendarmería actuó sin orden judicial soltó Noceti porque, usted sabe, con la figura de flagrancia nos basta.
Vea contestó Otranto, con eso usted puede despejar la ruta. Pero no entrar al territorio mapuche. Para eso necesitaba una orden mía
Noceti insistió con el criterio de la autonomía de las fuerzas. Y remató:
De todos modos, el operativo ya está hecho.
Dicen que por toda reacción, Otranto se quedó en el molde.
Ya eran las 17:00 cuando Soraya volvió a verlo pasar, esta vez en dirección al norte. Entonces fue fotografiado por un reportero free lance. Esa imagen fue el primer peldaño de la vidriosa situación que ahora lo envuelve. Una situación que se expande como una mancha venenosa. Hay veces que la realidad no perdona. «
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