Mediática, política, judicial, física. Las distintas caras de la misma violencia, ejercida contra la misma persona: Cristina Fernández de Kirchner.
«Una mujer puede ser una estrella de cine, eso está permitido. Ahí no importa ser prima donna, no hace daño porque es un lugar que pareciera estar permitido para las mujeres. El problema es cuando querés ser prima donna en el mundo de los hombres, en el mundo del poder y, además, para cambiar las cosas. Ahí te tiran a matar. Y más aún si se pretender ser prima donna de un proceso nacional, popular y democrático, donde la inclusión social y la defensa de lo nacional son los ejes», escribió la propia Cristina Kirchner en el capítulo «Una yegua en el gobierno», de su libro Sinceramente.
La simpática palabra «yegua» no es arbitraria. Se trata de uno de los insultos más recurrentes esgrimidos contra la vicepresidenta. Es obviamente despectivo y, entre sus tantas connotaciones, hace referencia a una mujer mala o moralmente cuestionable; otra acepción es la de puta, la madre de los insultos contra las mujeres. «A mí, me decían yegua, puta, montonera», recordaba Cristina Kirchner en una entrevista cedida a Infobae en 2017; aclaraba también que esas eran las reglas de la democracia, que el dirigente político debía aceptar esas cosas.
En 2020, se viralizó en redes sociales un simpático video en el cual un seguidor del violento periodista El Presto, le gritaba «cínica, cornuda, hija de puta, negra, asquerosa, mentirosa, malvada, perversa, hija de puta», en las inmediaciones de la misma casa de Recoleta. Uno de los tantos insumos para consumo irónico de redes sociales.
Las expresiones violentas en las inmediaciones de la casa de Recoleta son moneda corriente. Cada tanto, se juntan manifestantes a gritar cosas a la vicepresidenta; sobre todo, después de que el Grupo Clarín publicara la dirección exacta de la vivienda y comenzara a entrevistar a la simpática vecina, lo cual fue interpretado en círculos kirchnerista como un método hostigamiento más.
Los ataques discursivos contra la vicepresidenta en los medios de comunicación son de larga data. En 2016, uno de los principales referentes del periodismo antiperonista Jorge Lanata la llamó “pobre vieja enferma (…) Ojalá la historia la juzgue como la mierda que fue”. Días después, reafirmó sus dichos en una simpática entrevista con Canal 26.
«Las tapas de la revista Noticias condensaron, a partir de 2006, los agravios más violentos y misóginos contra mí», escribió CFK en Sinceramente. Entre esas tapas, destacaron caricaturas que la mostraban con golpes y moretones o en pleno orgasmo o crucificada. Cero threads feministas.
Tan violento fue también el sinfín de «diagnósticos» clínicos ensayados en vivo por algunos periodistas, al aire, como si nada. «Síndrome de hubris» y «bipolaridad» fueron los más célebres. El centenario diario La Nación ha publicado también un sinfín de simpáticas caricaturas que la mostraban con la boca tachada, con un ojo morado o con un traje de presidiaria. La lista de violencias mediáticas es interminable.
Esa violencia es replicada también por la dirigencia política. Desde marginales como Fernando Iglesias, Martín Tetaz o Amalia Granata, a principales figuras políticas nacionales como Mauricio Macri, Patricia Bullrich o Javier Milei. El flamante viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, sin ir más lejos, antes de asumir el cargo le pidió disculpas por haberla insultado públicamente.
La misma violencia fue expresada en términos judiciales, con récord de indagatorias en un día y un simpático pedido de proscripción. En 2018, en una de las tantas causas judiciales que curiosamente cayeron en manos del extinto juez Claudio Bonadío, se realizó en El Calafate un espectacular allanamiento en busca de bóvedas y tesoros. «No recuerdo ningún allanamiento a una casa que haya durado tres días», dijo CFK en un video en el cual recorrió esa casa con una cámara, mostrando los destrozos del allanamiento.
Esa violencia se trasladó a las calles en forma de simpáticas guillotinas, bolsas mortuorias, muñecos con la cara de CFK ahorcados vía sogas, etc. En esas manifestaciones, se repiten como mantras frases y sintagmas que se suelen leer y escuchar en los medios opositores. De ahí a la violencia física directa hay un solo paso.
En 2017, Cristina Kirchner se encontraba en Santa Cruz, en casa de su cuñada la gobernadora Alicia Kirchner, cuando un grupo de manifestantes intentó ingresar a la residencia, en lo que se denunció como un “ataque planificado”. Medios y políticos opositores reprocharon que se reprimió a ese grupo.
A inicios de este año, unas bolas de pintura roja marcaron una ventana en el Congreso de la Nación. Era la ventana del despacho de la vicepresidenta. Hacia allí, voló un centenar de piedras que reventaron el despacho y pusieron en peligro su integridad física. El iceberg encuentra la superficie.
Se convirtió en actividad habitual para fanáticos opositores pasar por Juncal y Uruguay para insultar y agredir a la vicepresidenta. Ante la inacción del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, un grupo de militantes comenzó a convocarse en el lugar con el fin de equilibrar la ecuación y de lograr que cesen las hostilidades a domicilio, al entender que las mismas no son sufridas por otros políticos.
El jefe de gobierno porteño decidió ahora sí actuar e instaló unas simpáticas vallas para impedir el paso a los manifestantes favorables a CFK. Las vallas fueron interpretadas como una provocación de Rodríguez Larreta y miles de manifestantes se hicieron presentes en Juncal y Uruguay.
La policía de la Ciudad respondió con represión para todos y todas, incluidos manifestantes, políticos, funcionarios y hasta jubilados. El poder judicial avaló por omisión vía descarte de denuncias. Desde los medios de comunicación opositores, se culpó a la vicepresidenta por la escalada de violencia. Lo propio hicieron políticos opositores, tanto marginales como de primera línea.
En la noche del jueves, un manifestante de ultra derecha decidió empuñar un arma, colocarla a centímetros de la cara de la vicepresidenta y gatillar dos veces. Por fortuna, la bala no salió.
Difícil saber si será o no suficiente lo ocurrido como para que desde los medios de comunicación, la dirigencia política y el poder judicial se decida cambiar las reglas del juego por unas menos nocivas para la sociedad en su conjunto y, sobre todo, menos violentas, ya que el final del camino no es nada simpático.
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