El Grupo de Lima también perdió en las urnas peruanas

Por: Alberto López Girondo

Creado con el único objetivo de derribar al gobierno de Nicolás Maduro, sus gestores quedaron atravesados por la maldición que les había echado Hugo Chávez. "El que se mete con Venezuela se seca". El devenir de Michel Temer, Sebastián Piñera, Iván Duque, Mauricio Macri y Donald Trump parece haberle dado la razón.

Hay una frase que alguna vez dijo Hugo Chávez y se convirtió en latiguillo para Nicolas Maduro y Diosdado Cabello, los líderes que siguen su legado en el gobierno Bolivariano: “Quien se mete con Venezuela se seca”. La lista de personajes que vienen intentando sacar del poder al chavismo desde 1999 es bastante importante. La suerte que muchos de ellos corrieron -más allá de misticismos sin otro sustento que el hecho empírico- es también grande. Desde este domingo, se puede agregar al Grupo de Lima, que como tuiteó socarronamente Rafael Correa, se quedó sin nombre, si es que los astros se alinean como se supone tras con la llegada de Padro Castillo a la Casa de Pizarro.

Creado en agosto de 2017 cuando las derechas regionales pensaban que tenían todo el futuro en sus manos, con el único objetivo de terminar con el gobierno de Maduro y formatear el estado bolivariano, se fue quedando sin combustible. Más aún, le da aire a quien piense que terminó siendo una maldición para quienes lo pergeñaron.

La lista de sus promotores y cómo terminó cada uno de ellos es más que interesante. El detalle -tomado del sitio 15Mpedia.org, un portal surgido en España luego del movimiento de los Indignados del 15 de Mayo de 2011- incluye al presidente Donald Trump y Mauricio Macri, que se caracterizaron por no ser reelectos en países donde lo normal es que el que gobierna tenga un nuevo período. (Ver acá).

Otros “caídos en desgracia” son el brasileño Michel Temer, que luego de protagonizar el golpe institucional contra Dilma Rousseff en 2016 entregó el poder a Jair Bolsonaro para terminar procesado por corrupción. Pasó unos días en prisión, pero pronto fue liberado. Su esfuerzo para correr del medio al PT le fueron debidamente pagados con ese alivio judicial, aunque su carrera política parece terminada. Al ex capitan del Ejército brasileño tampoco le está yendo demasiado bien en el Planalto.

El que fuera presidente peruano cuando se armó el GdeL, Pedro Pablo Kuczynski, tuvo que dejar el cargo antes de tiempo y resultó detenido por la causa Odebrecht. Lenín Moreno, mandatario ecuatoriano, luego de traicionar el contrato con sus votantes se fue sin pena ni gloria hace unos días tras entregar el poder al financista Guillermo Lasso. Si alguna vez soñó con repetir, las protestas masivas en su contra de fines de 2019 lo pusieron en caja. Hay varias causas en contra de Moreno, pero quizás no prospere por los “servicios prestados” a la causa. Tiene otros trabajos en esa misma línea, como haber entregado a Julian Assange o haber retirado a su país de Unasur y haberle dejado sin su edificio en Quito.

El chileno Sebastián Piñera también resultó incinerado en la fragua antichavista, si es que uno cree en este tipo de hechicerías. Luego del estallido popular de octubre de 2019, no solo cayó la derecha sino que el sistema político construido desde 1990 termina por ser demolido y se acaba de votar una constituyente para reemplazar la arquitectura legal armada por la dictadura pinochetista, con amplia mayoría de representantes independientes y de izquierda.

Algo similar está ocurriendo en Colombia, donde Iván Duque quedó contra las cuerdas y con la brutal represión -la misma estrategia usada en Chile con resultados tan funestos como contrarios a sus deseos- solo avivó el sentimiento de cambios que anidaba en la población tras décadas de violencia institucional y políticas neoliberales.

A esta nómina habría que agregar, sin ninguna duda, el régimen golpista de Jeanine Añez en Bolivia. Entró por la ventana en noviembre de 2019 -un fin de año cargado de sorpresas- y lejos de quedarse eternamente como soñaba la ultraderecha que la sostuvo, debió aceptar el resultado abrumador de las urnas y ahora todos los que la secundaron en esa aventura golpista enfrentan procesos judiciales con oscuras perspectivas para su libertad.

Argentina, tras el cambio de gobierno, se alejó paulatinamente del Grupo de Lima y trató de tender puentes con los gobiernos de México y el de Tabaré Vázquez junto con la Unión Europea para una salida democrática y pacífica en Venezuela. Pero Uruguay viró a la derecha y del otro lado del Atlántico le dieron largas al asunto por las presiones de la administración Trump.

Como sea, el gobierno nacional anunció en marzo pasado que dejaba formalmente ese club antichavista “al considerar que las acciones que ha venido impulsando en el plano internacional, buscando aislar al Gobierno de Venezuela y a sus representantes, no han conducido a nada. Por otro lado, la participación de un sector de la oposición venezolana como un integrante más del Grupo de Lima ha llevado a que se adoptaran posiciones que nuestro Gobierno no ha podido ni puede acompañar”, según detalló el comunicado de la cancillería local.

El penúltimo clavo en el ataúd desde Buenos Aires fue el retiro de la demanda conjunta por crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional que había presentado el GdeL en 2018. La estocada final vino a través de la decisión del pueblo peruano que el domingo pasado votó por Pedro Castillo. Cierto que aún falta la corroboración final de la  Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) el órgano que supervisa la legalidad de las elecciones, que a daba a la tarde de este jueves una diferencia de 69.774 sufragios a favor del docente peruano con el 100% de las actas procesadas. Y que Castillo celebre los 200 años de la independencia peruana alejándose de ese grupo antipopular.

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