Manuel Acuña, obispo luterano, creó la primera escuela de exorcismos del país. Imparte clases de demonología y ayuda a distinguir un fenómeno paranormal de una presencia maligna.
Tiene 54 años, es obispo luterano, especialista en «sanidad espiritual» y responsable del primer exorcismo transmitido en vivo por la tevé argentina. Muchos lo recordarán por sus intervenciones en programas de la fauna mediática local e incluso internacional: sus batallas contra el diablo llegaron hasta el Discovery Channel y tienen miles de visualizaciones en YouTube. «Al exorcista se lo admira o se lo odia. Muchos dicen que hacemos un trabajo tremendo, pero para otros somos chantas. Para ser franco, la única crítica que me molesta es la que brota de la total ignorancia», asevera rotundo Acuña, custodiado por su frondosa biblioteca, un ejército de angelitos forjados en cerámica y un póster del film El Exorcista.
Para combatir el oscurantismo que rodea la actividad en la que se ha especializado desde hace más de una década, el religioso decidió abrir la primera Escuela de Exorcismo y Liberación Evagrio Póntico. Un centro educativo único en su especie, que funciona en el predio del templo, en Tres de Febrero. El emprendimiento tiene un cuerpo docente interdisciplinario conformado por tres psiquiatras, un antropólogo y una médica clínica, y ya cuenta con 24 estudiantes. Por 700 pesos al mes y otro tanto de matrícula, la novel institución ofrece al alumnado la bibliografía y herramientas necesarias para «distinguir un fenómeno paranormal de una presencia maligna», además de especializaciones en angelología, parapsicología y chamanismo. El éxito de la iniciativa no sorprende al exorcista: «Argentina es un pueblo muy religioso, pero también muy supersticioso. Tenemos un ansia de trascendencia que no siempre es bien canalizada».
¿Y por qué dice que los argentinos son supersticiosos?
Porque cuando no se les ofrecen modelos religiosos, los buscan solos. Ahí aparecen la Difunta Correa, el Gauchito Gil, la religiosidad popular. Nosotros tratamos de iluminarla, no ir contra ella. Buscamos apartar lo nocivo, como la devoción por San La Muerte, que es un demonio. La muerte no salva ni a los que le rezan.
Escuela de monaguillos
Aunque nació en Corrientes, Acuña aprendió a rezar en el Once, a finales de los ’60. Llegó con apenas tres años de edad, con su mamá y su abuela, escapando de un rosario de penurias económicas. Su familia, de origen paraguayo, había conocido en carne propia las desdichas del migrante: la represión de Stroessner los había obligado a cruzar la frontera. En la ciudad de la furia, su madre consiguió trabajo en una juguetería. Gambeteaban la pobreza en una casa de pensión. El memorioso Acuña abanica sus recuerdos de infancia: «Luego nos mudamos a Migueletes y Maure, en lo que hoy es Las Cañitas. Todavía era el barrio de cuchilleros de Borges, de caballerizas y alfalfa, un ámbito casi rural. La calle se llenaba de bosta.» La Abadía de San Benito estaba a pasitos de su casa, y el niño Acuña pasaba horas en la capilla. Ahí aprendió los sacramentos. Y conoció a un cura sanador con fama de exorcista, el padre Lorenzo: «La gente enferma hacía fila en las escalinatas de la iglesia: buscaban la palabra y la imposición de manos. Un día me lo crucé en la santería y Lorenzo me acarició la cabeza. Fue una señal».
Acuña era monaguillo. Una tarde, en el confesionario, le cambió la vida. «Pasaron 44 años, pero me emociono como si fuera hoy suspira y clava sus ojos vidriosos en el canario que canta en la cocina, el padre confesor me dijo: ‘Manolito, ¿no pensaste que podés ser uno de nosotros?’ Ese día nació mi vocación religiosa.» Desde 1995 es obispo de la Iglesia Carismática Luterana Independiente.
Su cargo le permitió conocer al cardenal Jorge Bergoglio, con quien compartió horas de rezo. «Yo fui amigo del Papa, y hasta me regaló esta cruz pectoral», dice Acuña y exhibe con orgullo el dorado presente, y algunas añejas fotos que acreditan la relación. «Como San Francisco, otro famoso exorcista, el Papa es un hombre que cree en la oración. Un hombre que sabe del combate contra el mal».
Simpatía por el demonio
Según Acuña, nadie elige ser exorcista. Es un «llamado». Lo recibió el 4 de abril de 2001, en plena misa. «Una quinceañera empezó a reptar, a hablar en otras lenguas, se le pusieron los ojos blancos. Pesaba 40 kilos, pero necesitamos ocho personas para contenerla. Y ahí nomás apliqué el ritual, lo que sabía, improvisé», recuerda Acuña, y saca de su biblioteca uno de sus libros de cabecera: Práctica de exorcistas y misterios de la Iglesia, un clásico de la disciplina escrito en el siglo XVII. Luego de aquella primera batalla, la repercusión en los medios de comunicación no se hizo esperar. «El primero en llegar fue Chiche Gelblung», resalta. De la noche a la mañana, el exorcista logró su ascensión al cielo mediático.
Acuña se jacta de haber realizado más de 1200 exorcismos. Para recibir los favores del padre, hay que cumplir con el «procedimiento». En primer lugar, se completa un formulario parecido al de una historia clínica, donde se contesta sobre problemas psicológicos, la medicación que se toma, adicciones y adhesiones personales o de la familia a ciertos cultos o prácticas religiosas. Luego, el equipo interdisciplinario analiza ese documento y sólo entonces se está en condiciones de concretar una entrevista personal. Con precisión estadística, pero sin revelar sus fuentes, Acuña asevera que en los últimos diez años han aumentado un 25% las posesiones a nivel mundial. «Es por el avance de las prácticas esotéricas sin control. Hay que cuidarse de la magia negra y de la tabla Ouija. El 40% de los exorcismos que hice fue con personas que habían practicado el juego de la copa en su adolescencia», señala, mientras acomoda el viejo manual en un estante, bien cerca de un volumen dedicado a la demonología y a inmaculados ejemplares de la revista de Susana Giménez.
El diablo viste a la moda
El olor a incienso inunda la Parroquia Del Buen Pastor. Ataviado de estricta etiqueta negra, el padre posa para el fotógrafo no lejos del altar coronado con velas ardientes y una estatua de San Miguel Arcángel, el «exorcista invisible». Acuña sabe cómo mostrar su mejor perfil para la cámara. Mientras empuña su crucifijo de madera, advierte: «Vivimos tiempos difíciles. Ya lo dijo el padre Gabriele Amorth, el decano de los exorcistas del Vaticano. ‘El demonio ha tenido una gran victoria últimamente: hace creer que no existe'».
Al terminar la sesión de fotos, la secretaria le avisa al padre que el almuerzo churrasco con ensalada está listo. El religioso debe recuperar fuerzas, dormir una siesta y prepararse. En pocas horas comandará un ritual de hechizos. Siempre y cuando el diablo no meta la cola. «
Mano a mano con Satán
El octogenario padre Carlos Mancuso es otro de los referentes del exorcismo en el país. Fue durante décadas párroco de San José, en la calle 6 de La Plata, y está autorizado por la Iglesia Católica para efectuar exorcismos. Escribió un libro, Mano a mano con el diablo, donde relata en primera persona su trabajo. Allí Mancuso advierte: Enfrento con frecuencia al diablo y lo conmino a abandonar esos cuerpos que decidió poseer. Es una tarea muy pesada, el combate de un humano contra las fortalezas más antiguas del Universo. La mía, queda claro, no es una actividad sencilla.
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