Un estudio de la facultad de Psicología de la UBA revela que el 76% tiene alteraciones del sueño y más del 50% que no realiza tratamiento de salud mental admite necesitarlo. Las marcas de la pandemia. El problema del riesgo suicida y la automedicación. La situación se agrava en los sectores socioeconómicos bajos.
Las conclusiones del Observatorio se basaron en las entrevistas realizadas a fines del año pasado a 2295 personas de los principales centros urbanos del país. Así se constató, por ejemplo, que el 12,27% de los participantes presenta riesgo de padecer un trastorno mental. En ese sentido, quienes se perciben de sectores socioeconómicos bajos presentan mucho más riesgo que quienes sienten pertenecer a sectores medios y altos. En paralelo, “los niveles de sintomatología ansiosa, depresiva y riesgo suicida son mayores en personas más jóvenes y con un estatus socioeconómico autopercibido menor”.
Otro dato revelador es que más del 50% de quienes no realizan tratamiento psicológico, dicen necesitarlo. De ese porcentaje, el 34,75% tiene como impedimento no poder pagarlo, es decir, las personas con mayor riesgo de padecer un trastorno mental son quienes tienen más dificultades para acceder a tratamientos psicológicos. En ese sentido, el estudio recomienda “políticas de promoción de la salud que alienten conductas saludables, desalienten conductas problemáticas, e incrementen el acceso de la población a tratamientos psicológicos”.
Para Martín Etchevers, secretario de Investigación de la Facultad de Psicología de la UBA y coordinador del estudio, “lo que nos está diciendo es que hay más personas con más problemas y que esas personas, que son las que más lo necesitan, no están accediendo al tratamiento”.
“Argentina –continúa– es el país que más psicólogos por persona tiene en el mundo, acá no existe un estigma social. Incluso hacer terapia es visto como algo positivo. Sin embargo, el match entre el psicólogo y el efector usuario (para no decir paciente o cliente) no se produce. La provisión de asistencia es insatisfactoria”.
El estudio destaca que este porcentaje de la población es muy superior al hallado durante el inicio del año 2020, lo que quiere decir que no se ha vuelto a los niveles prepandémicos.
“La crisis del Covid pasó, pero los indicadores más serios que son el de riesgo de trastorno mental y riesgo suicida no disminuyeron”, insiste Etchevers, y agrega: “Es muy común que no lo detecten y no lo traten porque faltan campañas y protocolos adecuados. En general, se decide no tratar el tema del suicidio cuando en realidad la recomendación es tratarlo adecuadamente. Incluso muchos profesionales de la salud mental no están preparados, y lo mismo pasa con asistentes sociales, docentes, rescatistas y un montón de otra gente que es importante en la detección”.
Además de relevar “la prevalencia de la sintomatología psicológica inespecífica, depresiva, ansiosa, y el riesgo suicida” de la población adulta (de 18 a 65 años), el estudio de la Facultad de Psicología analizó la relación entre “síntomas psíquicos, rasgos patológicos de personalidad y conductas vinculadas con hábitos saludables y poco saludables”. La conclusión es que la actividad física y la práctica de yoga se asocian a menor sintomatología psicológica, ansiosa y depresiva.
El consumo de drogas y tabaco, por el contrario, aumentan los niveles de ansiedad y depresión.
Automedicados
Más de la mitad de los consultados (54,55 %) reconoció estar atravesando una crisis. Dentro de los tipos de crisis que mencionaron, el 49,44% especificó que era económica. Luego siguieron las crisis del tipo familiar, de pareja, vocacional, de identidad, por duelo o violencia (familiar, género, laboral).
Como era de esperar, ese malestar psicológico trae consecuencias: el 75,95 % de las y los encuestados reconoció que presenta algún tipo de alteración del sueño. Así, el 38,61% padece insomnio o sueño interrumpido; el 21,39% duerme menos de lo habitual mientras que el 15,95% lo hace por demás.
Los participantes del estudio también respondieron sobre los modos para lidiar con el problema psicológico que manifiestan estar atravesando. Y aquí no aparece primero la consulta con un/a especialista. El 40,44% elige dialogar con amigos/as; el 22,61% reza; y recién el 22,09% recurre a un profesional. Luego le sigue el 21,57% que toma medicación; el 18,26% practica un deporte y el 8,89% consume alcohol.
De los que toman medicación, el 35,25% lo hace por un problema clínico (por ejemplo, hipertensión); el 21,26% para disminuir la ansiedad; el 20% para dormir; el 16,38% para relajarse; el 13,81% para mejorar su estado de ánimo y el 11,63% para manejar sus “nervios”.
“La gente –reflexiona Etchevers– prefiere automedicarse o, como ocurre mucho en la zona noroeste de nuestro país, ir al curandero. No es que sean ignorantes, no es que no tengan un hospital o una sala de primeros auxilios donde ir, es que hay un desfase entre cómo trabaja uno y lo que necesita el otro. El sistema espera que el usuario se adapte cuando en realidad es el modelo terapéutico el que debe adaptarse a las necesidades del usuario. Por eso las personas se inclinan a los tratamientos alternativos; el que te saca el mal de ojo te está curando el estrés. Para ellos es más eficaz que el tratamiento oficial, y tanto en la práctica como en la vida real, lo es”.
Un informe realizado por la Universidad Siglo 21 sobre el burnout y la felicidad reveló que seis de cada 10 argentinos no están satisfechos con su vida. El relevamiento registró un alto índice de cansancio en el segmento activo de la población donde tres de cada diez encuestados afirmaron haber experimentado niveles de agotamiento emocional crónicos asociados al estrés, lo que se asocia con el fenómeno del burnout, lo que se define por la jerga cotidiana como “estar quemados”.
La universidad desarrolló este informe a través de una encuesta telefónica que fue respondida por 1050 hombres y mujeres, de entre 18 y 65 años, con domicilio en las principales ciudades de la Argentina, entre ellas Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza, Corrientes, San Miguel de Tucumán y Comodoro Rivadavia.
El relevamiento concluyó que solo el 40,2% de las personas se sienten satisfechas con su vida, lo que representa una caída de más de 10 puntos porcentuales respecto del mismo muestreo realizado en 2020.
Un dato preocupante es que son los más jóvenes, de entre 18 y 29 años, los que manifestaron encontrarse en los niveles más bajos de felicidad y los más altos de estrés crónico. En detalle, apenas el 21,46% de los encuestados de entre 18 y 29 años dice ser feliz, una cifra que sube levemente hasta el 24,99% para aquellos que tienen entre 50 y 59. La población de 30 a 50 años que responde ser feliz ronda el 22%. A su vez, las personas con ingresos inferiores a los $60.000 mensuales son quienes presentan mayores niveles de estrés crónico y menor felicidad.
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