El espacio entre nosotros: Nuevas viejas historias de amor

Por: Belauza

Una película de amor adolescente que logra captar las fantasías de los millennial que se enamorarán en el futuro inmediato

Gardner Elliot, primer ser humano nacido en Marte, sólo ha conocido a catorce personas desde su nacimiento, hace dieciséis años. Mamá y papá son una incógnita; el mundo para él es una incógnita. Las redes sociales le permiten conocer a Tulsa, una chica con similares problemas de aislamiento en Colorado, Estados Unidos, donde su contacto con chicos de su edad en la secundaria que cursa son más bien pocos.

Como si tuviera la edad para sacar la licencia de conducir, a Gardner se le da la oportunidad de conocer el planeta azul, como lo llaman desde la colonia marciana. En ese planeta desconocido (la Tierra), él será “estudiado” de pies a cabezas para saber los parecidos y diferencias presentan los humanos nacidos y criados en la Tierra y en Marte. Lo primero que descubren los científicos y estudiosos de Gardner es que su conducta es similar a la del resto de los adolescentes contemporáneos: se escapa en busca de conocer a sus padres. Y para eso claro recurre a Tulsa, su único contacto confiable en la Tierra, o sea la única persona que no tiene en él un interés científico.

A partir de ahí el film recorrerá los tópicos que toda road movie con protagonistas adolescentes debe recorrer. Escapes varios, robos menores, desconfianza a priori ante la presencia de cualquier adulto. Gardener quiere descubrir quién es su padre, y la búsqueda de la identidad -a esa edad- manda.

Esa opción por el lugar común es un acierto. En principio porque la película persigue un target adolescente, y con ellos debe sintonizar. En segundo porque es a partir de lo común de los lugares que se puede comenzar a levantar hipótesis sobre cómo serán las relaciones humanas en ese futuro por venir en, tal vez, veinte años (o menos, ya que para el 2018 se prevén vuelos tripulados por particulares para “dar una vuelta” a la Luna, y en la década siguiente, vuelos tripulados por astronautas a Marte). Por último, porque para empatizar, y más con adolescentes, mucho mejor que contarle lo que un adulto supone que le pasa es contar lo que ellos dicen que les pasa.

Y ahí aparecen las palabras, símbolos e ideas retro de la película. La ilusión de una historia de amor destacada, la antaño llamada caballerosidad como forma de cortejo, el decir lo que se siente antes que la simulación ya hartamente practicada mucho antes de la llegada de las redes sociales a la vida cotidiana. Todo remite a una idea del amor olvidada, antes que por fallida o vetusta, por falta de eficacia. En otras palabras, una idea del amor que no ayuda a vivir en el mundo de hoy. Y las más de las veces trae problemas. Problemas que la pareja protagónica está dispuesta a correr, pero a la manera de Thelma & Louise: dos días en la vida no vienen nada mal, después de todo de eso se trata vivir.

En su tratamiento poco habitual de los lugares comunes las película encuentra su novedad. Un título que juega con las acepciones de las palabras y que ahí también da cuenta de los múltiples sentidos de las vidas de los millennials, que poca relación guarda con la idea de “verdad alternativa” o de la “post verdad”. En el asunto de pensar y pensar en su futuro, en qué serán y qué harán al salir de la secundaria (y de la primaria también, los cursos preparatorios para examen de ingreso a secundarias cada vez empiezan más temprano), a pibes y pibas se les escatima -por no decir que se les roba- la posibilidad de la aventura: cual aplicación que sólo reconoce la respuesta preestablecida como correcta, que no siempre es la apropiada, se le cercenan todas las oportunidades de living la vida loca. En esa premura anticipatoria que los desbarata cuando no los arruina por un buen tiempo, chicas y muchachos son sometidos a una exigencia que ninguna generación conoció anteriormente en la historia: estudiar de por vida, perfeccionarse desde niños, autoformatearse para ser incluidos en un mundo que sólo parece ocupado en expulsar.

Así, y pese a sus toques cursis hacia el final (o quizás precisamente por eso), El espacio entre nosotros resulta también la búsqueda de esa distancia entre las partes, que siempre es de una subjetividad histórica, y que cuando se consigue alivia como el aire fresco en medio del bochorno.

El espacio entre nosotros (The Space Between Us. Estados Unidos, 2017). Dirección: Peter Chelsom. Guión: Allan Loeb. Con: Britt Robertson, Gary Oldman, Asa Butterfield, Carla Gugino. 120 minutos. Apta mayores de 13 años.

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