El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) era un enorme mercado para que los grandes capitales estadounidenses pudieran hacer negocios con un grupo selecto de intereses nacionales ligados al imperio. Era un proyecto para cazar en un zoológico.
Cuatro años antes, los atentados a las Torres Gemelas habían disparado la intervención estadounidense en Afganistán y luego en Irak y más tarde en Libia y Siria. Si el proyecto ALCA nace en 1994, tras la caída de la Unión Soviética, cuando EE UU queda como la potencia dominante en el planeta, para 2005 la declinación comenzaba a percibirse entre quienes sabían ver más allá de las narices. Y esos líderes supieron que estaban en condiciones de torcer el rumbo si se unían sin temores. Y, además, podían dar un empujoncito en esa pendiente.
George W. Bush no tuvo más remedio que tolerar en silencio el rechazo de esos levantiscos mandatarios. Enfrascado en guerras que prometían cumplir con el destino manifiesto de los “Padres Fundadores”, EE UU se sorprendió con ese proyecto de integración regional que a poco de andar puso en marcha Unasur y Celac y potenció Mercosur desde una perspectiva diferente.
Fue un momento virtuoso para América Latina y el Caribe. Era el cumplimiento de ese otro destino, el que habían soñado los líderes que protagonizaron la independencia de la corona española desde 1810. Fue una era dorada, con el cielo como techo.
Estos días visitan Buenos Aires Evo Morales y Rafael Correa. Si pudieron llegar a la presidencia de Bolivia y Ecuador fue en gran medida gracias a aquel No al ALCA, que fortaleció a gobiernos que garantizaron el respeto por la voluntad popular expresada en una verdadera democracia.
Con el golpe de noviembre de 2019, la oligarquía boliviana mostró su verdadero cariz. ¿Hubieran dejado que un aymara pudiera gobernar en 2006 de no ser por el respaldo regional? ¿Las elites ecuatorianas hubieran permitido una Revolución Ciudadana como la que promovió en 2007 ese economista formado con los salesianos?
Se sabía que China estaba destinada a ser una potencia mundial en este siglo y que más temprano que tarde Rusia volvería a sentarse a discutir su lugar bajo el sol. Pero no deberían quedar dudas de que también el No al ALCA fue un acelerador de la historia.
Más aún: ¿hasta qué punto EE UU percibió que por expandirse al Oriente desperdició recursos, y pudo alzar vuelo ese puñado de naciones que despectivamente considera su patio trasero? De allí la importancia de aprender las lecciones del pasado reciente.
Nunca está todo ganado. Pero mucho menos está todo perdido. Siempre el destino de los pueblos es levantarse, luchar, vencer, caer y volver a levantarse. Hasta que se acabe la vida, como recuerda Álvaro García Linera.
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