El delito de ser homosexual

Por: Mónica López Ocón

Editorial Lumen acaba de publicar los textos completos de los juicios a partir de los que el escritor terminó en la cárcel, donde pasó dos años haciendo trabajos forzados. Su crimen había consistido en enamorarse de lord Alfred Douglas. En el momento en el que se lo juzgó estaba en el apogeo de su carrera literaria. La condena produjo su derrumbe.

La historia es conocida, pero mirada desde el siglo XXI no deja de sorprender. Hacia finales del siglo XIX, la homosexualidad no solo era considerada una enfermedad, sino también un crimen. La condena y encarcelamiento  de uno de los más brillantes escritores de ese siglo, lejos de despertar empatía alentó la homofobia y endureció las penas en el resto de Europa.

En 1967 el libro Los procesos de Oscar Wilde fue publicado por la editorial Jorge Álvarez, tal como lo señala Claudia Aboaf en el prólogo. La traducción de aquella fue del abuelo de la prologuista, Ulises Petit de Murat (1907-1983).

En la presente edición se incluye también la desgarradora presentación que en su momento hizo el traductor. “Un hombre de cuarenta y un años –dice Petitde Murat- está sentado durante horas en una estación de Londres. Tiene las manos esposadas y viste  el grotesco uniforme de los penados. Una chusma mórbida se divierte insultándolo, escupiéndolo. De la cárcel de Wandsworth los traslada a la de Reading. Su identidad, durante dos años en que sus uñas se quiebran y sus dedos sangran en la torpe tarea impuesta por la condena que soporta, se fija así: C.3.3.”

Resulta interesante saber cómo fueron encontrados los registros del juicio. “Del brillante poeta, novelista y dramaturgo Wilde al C.3.3. de Reading –prosigue Petit de Murat-, está la tensa iniquidad del proceso. Únicamente por rachas fragmentarias  incluidas en las citas de sus biógrafos, se conocía la tempestad de hipócrita mojigatería desatada por la burocracia judicial victoriana. Paseando por Charing Cross, en una vieja colección de revistas dedicadas al fuero criminal, encontré la lera viva, día a día, de ese proceso tantas veces aludido.” Fue así que lo tradujo “sin soslayar una sola frase” y hoy llegan a nosotros para demostrar hasta qué niveles de crueldad puede llegar la pacatería hipócrita de las sociedades y también para valorar los logros conseguidos en los últimos tiempos respecto de la heterosexualidad impuesta como norma.

Es cierto que nada puede reparar los dos años de cárcel que sufrió aquel hombre brillante que fue Wilde, pero hay cierta justicia poética, ya que la justicia humana no solo es falible, sino también, en muchos casos, parcial y corrupta, en el hecho de que en la segunda parte de su cautiverio escribiera dos obras maestras: La balada de la cárcel de Reading y De profundis, un texto dedicado a quien fuera su amante y la causa de su prisión: lord Alfred Douglas, a quien apelaban “Bosie”.

Pero en el momento en que fue condenado a prisión, la vida de Wilde se convierte en un tormento. Su mujer, Constance Marie Lloyd, le prohíbe ver a sus dos hijos una vez que salió de la prisión  y también les cambia el apellido para que no carguen sobre sus espaldas la “vergüenza” de ser hijos de Wilde.

Debió pagar un precio demasiado alto por violar la norma de la heterosexualidad de la pacata sociedad victoriana. Es precisamente el padre de “Bosie”, el influyente marqués de Queensberry, quien se dedica a investigar al amante de su hijo para luego denunciarlo por prácticas homosexuales.

La lectura de los procesos del juicio permiteapreciar a un Wilde que, aunque abatido, no ha perdido su punzante ironía. Basta un párrafo de la transcripción del juicio para comprobarlo. El diálogo se desarrolla en los tribunales entre uno de los abogados del  marqués de Queensberry, Arthur Gill, y el propio Wilde:

“Gill: ¿Puedo llamarle la atención sobre el estilo de su correspondencia con lord Douglas

Wilde: Estoy dispuesto. Nunca me avergüenzo del estilo de mis escritos.

Gill: Es muy afortunado…¿O debo decir, desvergonzado? (Risas). Me refiero a pasajes de dos cartas en particular.

Wilde: Tenga la bondad de citarlas.

Gill: En la carta número uno, usted se refiere  a “un alma delicadamente dorada” y también a “labios rojos como pétalos de rosa`, pertenecientes a Lord Douglas. La segunda carta contiene las siguientes palabras: `Eres esa cosa divina del deseo`. Y describe la carta de Lord Duglas como si fuera `un delicioso vino rojo y blanco  para mí`. ¿Usted cree que un ser normalmente constituido dirigiría estas expresiones a un hombre joven ?

Wilde: Felizmente, creo que no soy un ser normalmente constituido.”

La fina ironía de Wilde, no le sirvió para evitar su condena.

El objeto de su amor, fue también el instrumento de su desgracia. El hermano de “Bosie” se había suicidado. Tras su muerte su padre sospechaba un amor homosexual. Por esta razón, ante la relación que sostenía “Bosie” con Wilde decidió vengarse llevándolo a la cárcel por homosexual, lo que, por supuesto, logró. Pero previamente lo insultó de todas las formas posibles, por ejemplo, tirando zanahorias contra los actores que representaban sus obras, contratando detectives y visitando lo restaurantes que la pareja frecuentaba. En cierta oportunidad le dejó  una tarjeta en el Club Picadilly que decía “A Oscar Wilde, que alardea de sodomita”. Bosie, que no podía ignorar las influencias y contactos que tenía su padre, instó a Wilde a que lo demandara. Lo que comenzó como una demanda, terminó como una condena.

Una vez dictada la sentencia, Oscar Wilde dijo: “¿Y yo? No puedo decir más nada, Su Señoría?”

El juez no contestó y le indicó a los guardianes que se lo llevaran.

Una vez cumplida su condena, en 1897 Wilde se fue a Paris y adoptó el nombre falso de Sebastián Melmoth. Estaba anímicamente devastado. Su brillantes se había opacado por completo. Allí convivió unos meses con Bosie y murió en 1900.

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